Capítulo 8
TAILANDIA
TAILANDIA
ARANYAPAPET
Otra frontera cruzada, para penetrar en Tailandia, ese único país de todo el sudeste asiático que nunca fue colonizado, aunque los japoneses lo ocuparon durante la II Guerra Mundial, motivo por el cuál en 1939, se adoptó oficialmente el nombre de Tailandia, que significa “la tierra de los hombres libres”.
Pasada la frontera, tomamos un moderno tuk tuk, para acercarnos hasta Aranyapapet, la población más cercana para realizar conexiones a otros puntos del país. Los servicios por aquí están dejados de la mano de Dios, con lo que permanecemos más de dos horas por la zona, en la que aprovechamos para tomar algunos noodles y pescado en un pequeño mercado. Realmente no hay nada que ver por aquí: apenas cuatro casas y alguna pequeña y triste tienda en muy mal estado. Mientras esperamos tranquilamente en lo que creemos es la estación de autobuses, una anciana, nos señala con su firme dedo índice, el otro lado de la calzada de donde sí salen los transportes.
Nuestro siguiente destino es Chantaburi, a 250 Km. (2 $). Por suerte, un antiguo autocar, de color plata metalizado y semivacio, hace que Luís y Yo podamos descansar algo en alguno de los múltiples asientos que ocupamos a nuestras anchas. El hilo musical del transporte es un no parar de esas melódicas canciones de estilo pop thai, idóneas para un público algo más adolescente. Me encuentro algo cansado, con lo que me estiro de cuerpo entero, entre varios de los asientos traseros del autobús.
CHANTABURI
A la llegada a Chantaburi, averiguamos que debemos hacer noche aquí. Parece que estamos algo alejados de las pocas pensiones que debe haber. Nos aconsejan tomar otro tuk tuk para la búsqueda de algún cuarto. Por el momento, paramos a tomar algo en un pequeño establecimiento, donde sirven pescados y algo de marisco. Al rato de la espera para decidir que hacer conocemos a un joven homosexual, de lo más afeminado y peculiar. Uno de esos personajes, que parece ser sacado de una serie de televisión o espectáculo de humor. Sus expresiones, diálogo, gestos y miradas son de lo más cómicos y desenfrenados. Imagino que la gente de la zona lo debe tener, como si de una mascota se tratase. Nos está liando con sus rápidos movimientos de manos y caderas, para que vayamos junto a él, hacia donde no quiero siquiera imaginar. Sin podérnoslo quitar de encima amistosamente, sigue tras nuestros pasos, ya que se percibe que no sabemos hacia donde dirigirnos. Nuestra desorientación, le provoca un estado de humor cada vez mayor. Toda paciencia tiene un límite, con lo que tras más de media hora de espectáculo, le despedimos, sin que éste nos haga el más mínimo caso. Su felicidad y amor inicial, hacia nosotros pasa a convertirse en vicio, cuando incluso nos toca nuestras partes bajas, en medio de la calle, bajo la atención de alguna mirada cercana. A Luís parece que le ha tomado más cariño, y le toquetea en reiteradas ocasiones. La angustiosa cara desesperante de mi amigo, me hace desprender alguna carcajada instantánea. Y es que, la natural y alocada forma de ese ser, hace respetarle. Si yo hiciese lo mismo a otra persona, ésta, seguro que por muy paciente que sea, llegaría incluso a los puños o insultos. Finalmente subimos a un tuk tuk, para poner punto y final. El pequeño carro motorizado de ruido infernal, nos acerca hacia una casa familiar, en la que reciben a huéspedes como nosotros. Nuestra humilde habitación, cuenta con una sola cama, en pésimo estado, que deberemos compartir.
Como es ya habitual, a la llegada a un destino, damos una vuelta cercana de reconocimiento. El alumbrado, parece no existir por este rincón del mundo. Lo único destacable por la zona, es un pequeño local medio escondido junto al río, en el que poder tomar un refresco.
Me levanto algo más cansado que la jornada anterior. La dura cama compartida, puede que haya tenido algo de culpa.
Chantaburi alberga algunas de las minas de zafiros y piedras preciosas más importantes del planeta. Se pueden visitar algunas de ellas como la Khao Ploi Waen (montaña del anillo de zafiro). Por mi parte, como todo lo relacionado con la ociosidad no es de mi agrado, no realizo tal visita.
En Chantaburi, destacan la Catedral de Nuestra Sra. de la Concepción del siglo XIX de estilo francés, el Parque del Rey Taksin, provisto de un lago artificial y las joyerías donde se pueden hacer buenas compras. Más al sur se encuentra Trat, la última provincia del país, frontera con Camboya, y donde lo más notable es el Parque Nacional de las Islas Chang.
Visto y no visto, hay muchas ganas de salir rápido de la ciudad, en dirección a alguna zona de costa, aunque sea de reputada imagen turística. La salida de la ciudad, se nos dificulta debido a las malas indicaciones de la gente. Desde luego, a veces no hay que fiarse de nadie, ya que parece, que cada uno te indica algo diferente. Caminando sin cesar, me incomoda más que nunca, el peso de la mochila en mi espalda. Al fin conseguimos salir en furgón, en dirección a Trat. La travesía de 3 horas, me hace sentir cada vez peor. Tengo algo de fiebre, que espero me desaparezca lo antes posible. Al llegar a Trat tomamos un pickup (0,5$) hasta el embarcadero, situado a una media hora de distancia. El malestar se incrementa y vómito al exterior del pequeño vehículo, que para mi suerte, no dispone de ventanillas. De lo contrario, no quiero ni imaginar, lo que hubiera pasado al expulsarlo todo sin previo aviso. Tras varios vómitos, mi estado es cada vez peor. Sufro fiebres, dolores de cabeza, diarreas y por si fuera poco, me cuesta bastante caminar.
KO SAMET
Finalmente, decidimos tirar hacia la isla de Ko Samet, debido a que por proximidad, nos queda situada más cerca. Al subir al bote (5$ i/v), busco rápidamente un trozo de madera a la espera de que se me pase este malestar general. ¡A ver si con la brisa del aire marino y bajo la sombra me recupero para la llegada! Tumbado de medio lado (siempre escuche que es la mejor posición ante un mareo) contemplo desde la cubierta a unos pequeños lanzando cordeles con la ilusión de pescar algo en las aguas del golfo de Siam.
El cartel de “Parque Nacional” indica que ya hemos llegado. Ya no me duele tanto la cabeza, aunque me cuesta realmente mantenerme en pie. Desde el inicio del embarcadero, varios coches acompañan a los recién llegados a la zona de bungalows, próximas a las playas más concurridas de la isla. Tomamos uno de los vehículos sin saber a donde dirgirnos, ya que no tenemos reservas, ni nada de nada. En una de las últimas paradas nos apeamos, al ver una gran playa. Me tumbo de urgencia, a la sombra de una gran palmera mientras Luís va en busca de camas. A la espera de que encuentre algo, permanezco exhausto, mientras los rostros bronceados de varios locales, se divierten jugando al voleibol o dándose algún chapuzón en compañía de sus parejas o amigos occidentales. La búsqueda de una cama no ha sido posible al tratarse de un 24 de Diciembre. Por si fuera poco, los precios, son el triple de los habituales, por unas simples casetas de madera sin aire acondicionado.
Nos instalamos definitivamente en la playa, de esta exclusiva isla de Tailandia. No creo que haya nadie más en nuestra situación. Por mi parte estoy encantado de permanecer así. ¿Hay algún lugar más auténtico que la misma playa para dormir? Tras reposar toda la tarde en la arena, mientras mi fiel compañero, se toma algún baño o da algún paseo cercano a pie, indagando el terreno, vamos a cenar algo a un puesto cercano en la misma playa, a escasos metros de la orilla, bajo las antorchas que iluminan los rostros de las enamoradas parejas de turistas. Las mochilas las hemos escondido en las ramas del árbol, que hemos ocupado a modo de vivienda.
Es Navidad y continúo sin poder moverme. Me empieza a preocupar el no poder mover un solo hueso, hecho que me imposibilita dar un simple paseo o mover un brazo. Llevo ya, más de 30 horas en el mismo rincón de la playa. El aburrimiento es máximo, aunque más lo sería desde la cama de un hospital. Al menos, los dolores de cabeza, fiebres, vómitos y diarreas han desaparecido.
Hemos amanecido con varias picaduras de mosquito por la cara y brazos. Esto de dormir en la playa sin mosquitera es una auténtica locura. A principio de la tarde, mi organismo me permite poder dar algunos pasos. Aprovechamos para realizar una tranquila excursión en barca alrededor de la isla. Las aguas no son lo transparentes que me hubiese imaginado, pero no están nada mal para realizar snorkeling. La fauna submarina que vemos, tampoco es de lo más exótica. También realizamos algo de pesca, utilizando como caña, un simple botellín de agua en el que está enrollado el cordel y el anzuelo. Un pequeño crío que pesca a nuestro lado, no para de jactarse, en señal de victoria, cada vez que pesca un pez. Lleva 11 piezas pescadas frente a las 5 que ha conseguido Luís, para más adelante cocinarlas en el mismo barco. Dos jóvenes turistas ingleses untan crema en las espaldas de unas chicas tailandesas. Imagino los intereses que se llevaran entre manos, nunca mejor dicho.
El problema al regresar de la excursión, es el ducharse. Dejando las mochilas en un pequeño local de Internet, nos adentramos a unos aseos compartidos de unos bungalows. En el primer intento somos descubiertos, con lo que probamos en un segundo aseo, en el que nos duchamos rápidamente.
Debido al ahorro considerable por camas, nos permitimos una buena cena. Tras dos días sin probar bocado me irá bien para recuperar fuerzas. En la mayoría de los restaurantes, ponen películas made in USA a los turistas, quienes parecen estar encantados. Mientras degustamos algo de pescado con un buen vino blanco nos reímos al ver la conversación de una repelente chica británica junto a sus padres y su pareja, un joven tailandés que parece haber conocido hoy, a los padres de su novia. La imagen de la joven feliz encaja a la perfección con la de la típica turista, que jamás desearía ser en mi vida. Lo único que parece importarle de Tailandia es su aniñado novio. Parece que sea la única persona que haya conocido en su vida.
Menudas Navidades más curiosas estamos pasando. Por suerte me encuentro ya a la perfección. No sé si debería realizarme algunos análisis. En todo caso, esperaré a ver si vuelvo a recaer. Soy de esos que piensa, que es más importante el aspecto psicológico, a la hora de pensar en todo lo referente a la salud.
Permanecemos nuestra última noche, colgados de dos hamacas bajo el reflejo de un despejado firmamento. Que buen momento para reflexionar acerca de lo que sea. Nos levantamos antes del amanecer, en el que para mi sorpresa, lo primero que ven mis ojos es una pareja de monjes budistas caminando por la playa. No parecen encajar mucho en esta isla al igual que nosotros, con lo que ponemos punto y final a nuestra estadía tomando un último baño en nuestra solitaria playa, en la que curiosamente unas delgadas piedras están insertadas en forma vertical sobre las rocas, creando un curioso efecto de inestabilidad.
PATTAYA
Salimos de la isla tras tomarnos un café en el bar del embarcadero. Siguiente parada Pattaya, una localidad por lo visto turística. Varios trucks y un autobús serán necesarios para poder llegar..
Nos apeamos a 4 km. de Pattaya, en plena autovía. Por lo visto el trayecto del autobús era solo de pasada. Caminamos dicha distancia hacia la ciudad, bajo el fuerte calor, ya habitual, en pleno Diciembre. A medida que nos vamos acercando a la ciudad nos cercionamos de la cantidad de prostitución que hay por aquí, y la de ingleses y alemanes que la patrocinan. Tardamos nuevamente en encontrar alojamiento barato, debido a la dichosa masificación turística. El único cuchitril cochambroso disponible parece ser un nido de alimañas, presas de las rapaces nocturnas, en busca del placer de la eterna juventud. Un antipático encargado y algunas fotos de hembras desnudas colgadas por la pared, hacen de este local, el más digno escenario para una película sobre los barrios bajos. Dejamos el equipaje sin siquiera ducharnos, para salir rápido del triste cuarto. Damos una vuelta por el cercano paseo marítimo, que me hace recordar al de cualquier ciudad de costa española. Luís decide tumbarse en la playa mientras yo continúo paseando, ahora que me encuentro tan bien. De paso en paso llego hasta el final del paseo, en el que hay ubicado un gran hotel junto a su piscina exterior, en la que podría sin problema meterme un chapuzón.
Por el paseo marítimo poco concurrido me voy fijando en la multitud de señores de cierta edad, que caminan de la mano de jóvenes tailandesas. De entre las tan frecuentes parejas, se me queda grabada la imagen más exagerada que he podido ver en mi vida, como es un anciano de unos 80 años de edad, con aspecto totalmente enfermizo y demacrado, caminando lentamente, de la mano de una joven, que apenas contará con 18 años. Junto a ellos, un cartel "Welcome to Pattaya" que me hace pensar, en lo representativa que hubiera sido el tomar una fotografía de dicha escena. Si esto es Tailandia, plego, puesto que mi viaje es para huir precisamente de actos tan tristes y patéticos como los que contemplo por aquí.
Luís parece estar encantado en su nueva hamaca, refrescándose con agua de coco. Descanso junto a él, no más de 20 minutos. Está toda la estrecha playa, plagada de turistas que rondan los 50. Muchos, en compañía de prostitutas o compañeros de su propio país. Junto a nosotros se haya un inglés de pelo rizado y algún feo tatuaje junto a una chica de la zona, que se siente reina al ver como su interesada pareja le va pagando sus constantes bebidas. También hay un grupo de maduros italianos, con bañadores negros, tipo slips, los cuales no paran de reírse, cerveza tras cerveza. Parece que estén celebrando una despedida de soltero.
Por la noche, cenamos en algunos de los pequeños puestos callejeros, antes de recorrer el otro extremo de la ciudad, en el que para nuestro asombro, es la zona de más vicio. Bajo un cartel luminoso de South Pattaya, uno se adentra a lo largo de una calle con multitud de bares. En unos se realizan combates de kickboxing o boxeo tailandés, a la vista del viandante. En otros, barras exteriores llenas de prostitutas por todas partes. En algunos de los locales nocturnos, algunas promotoras, disfrazadas con dos trenzas, pecas y faldas rojas de rombos, reparten algún flyer. ¡Esto es el colmo de la burla! Que tengan que disfrazarse de colegialas con tangas es digno de denuncia, como mero reclamo subliminal. También intento adivinar la presencia de los llamados ladyboys (travestíes), tan comunes en éste, el que dicen que es, el país nº 1 en operaciones de cambio de sexo. Es realmente difícil adivinar cuál de ellas es él. Enormes y continuas barras proliferan a lo largo de la ciudad. Al ver tal cantidad de servidoras de la ley por todos los rincones, parece que todas las mujeres ejercen la prostitución (asocias sin querer, la palabra chica igual prostitución). Sé que puede parecer exagerado, pero es la sensación que me da esta ciudad. Me da que pensar en la de confusiones que se habrán dado a chicas que no ejercen. Antes de llegar a la caótica habitación, somos reclamo de varias señoritas, que requieren de nuestra presencia, para que les invitemos a una bebida con el objetivo de tener sexo. Les sonreímos al pasar junto a ellas, al mismo tiempo que les alzamos las manos en señal de despedida.
Fiesta nocturna hay por todas partes, pero es tal el desagrado que acabamos tomando algo, en un simple y melancólico puesto de comida.
Ya en el cuarto, se hace difícil dormir, entre los ruidos de las habitaciones contiguas, de las que no paran de entrar y salir gente, y el reflejo de un enorme anuncio de neón de la fachada del edificio, que me hace recordar esas antiguas películas detectivescas, en las que las luces del exterior se entremezclaban en el oscuro despacho del protagonista.
Empezamos la mañana siguiente de la peor forma posible, al romperse de forma natural, un gran espejo que colgaba milagrosamente de una de las cuatro paredes del ruin cuarto. ¡Solo nos falta que nos lo hagan pagar! Para no infundir sospechas, hacemos las bolsas para cargar con ellas hasta la recepción, antes de dar las llaves. Al salir del cuarto y descender las dos primeras plantas, una señora de la limpieza nos hace darle las llaves, a la espera de revisar el cuarto. No le damos el placer de esperarnos, con la excusa de que tenemos prisa. Salimos rápidamente del edificio, en busca de acudir al templo de la verdad: una enorme e integra construcción en madera tallada, del aspecto de una catedral de 40 metros de altura. El precio de unos 15 $ nos hace desistir con lo que retiramos dinero de un cajero y tiramos millas.
CHON BURI & SI RACHA
Continuamos el trayecto en dirección a Chon Buri, donde tomamos otro truck en dirección al parque de animales en Si Racha. La importancia del parque radica, en que es uno de los mayores centros del mundo de tigres en cautividad, albergando algunos centenares de dicha especie. Elefantes haciendo malabarismos sobre la cuerda floja o sobre personas, carreras de cerdos, tigres caminando, adiestradores que introducen sus cabezas en la boca de algún cocodrilo o chimpancés pedaleando en triciclo, hace demostrar la oculta maldad del ser humano, que bajo el pretexto de ayuda a especies protegidas, obtienen grandes beneficios a través de los espectáculos circenses que realizan. En cuanto acaba el fatídico show en pista, me dirijo junto a la misma valla de protección, para fotografiar impulsivamente el detalle de la mano de uno de los chimpancés atravesando la verja donde se encuentra prisionero. Esa foto habla por sí sola. En los criaderos de tigres del interior del recinto (los tiger cubs) se puede ver otro extraño y lamentable espectáculo; una hembra de tigre amamantando a crías de cerdo disfrazadas con telas negras y amarillas a rayas. Por el lado opuesto, una gran bovina amamantando a las crías del gran felino. Para recaudar más dinero en el parque, sacan las crías de tigre a los visitantes, para que únicamente pagando se puedan realizar una fotografía junto al tierno animal. En mi caso, sin pagar y por el simple hecho de fastidiar, me hago la foto rápidamente, sin soltar una sola moneda. El tigre junto al delfín y el águila son mis animales predilectos, con lo que no he podido resistirme a no tocar a la pequeña cría. Espero algún día, en otro rincón del mundo poder apreciar algún tigre en plena naturaleza. Gibones, boas o cervatillos también son retratados bajo previo pago por algún turista. También se debe resaltar la gran cantidad de cocodrilos ubicados a lo largo de varios recintos, en el que algún turista (como siempre, pagando) le puede acercar un trozo de carne enganchada al cordel de una caña, para que el reptil salte en su busca. Para acabar el recorrido del parque visitamos " The Quenn Scorpion”, una bellísima joven engalanada con centenares de escorpiones negros por todo el cuerpo.
La mayoría del público como es ya habitual, son gordos, calvos y tatuados ingleses maduros, agarrados de las manos de finitas y joviales tailandesas. No es ningún rumor, esa triste fama que bien merecida tiene Tailandia en cuanto a prostitución y pedofilia.
BANGKOK.
Vuelta a Chon Burri sin perder tiempo, para subir al último autobús de esta intensa jornada hacia Bangkok (1$-3h.) Espero que la famosa metrópoli asiática me sorprenda.
Al llegar de noche y completamente desorientados a la capital, acabamos en una de las más típica y conocidas zonas del planeta para mochileros: la calle de kaoSan Road, que resulta ser una larga y transitada calle, de las que uno jamás se olvidará, al ver reunidas las más diversas nacionalidades en una sola calle. Sería una especie de Ramblas de Barcelona, pero con los precios de los alojamientos mucho más baratos. El escogido por nosotros dispone de Internet, un enorme salón con pantalla gigante, incluso una piscina no incluida en el precio de la habitación (3$)
Por fin estaré unos días seguidos en un mismo punto, con lo que me lo deberé tomar con calma, ya que el trote de estar casi cada día en un sitio diferente, se puede hacer agotador. Para empezar, esta noche solo recorreré la famosa calle de mochileros en la que me sentaré plácidamente en algunas de sus terrazas.
A la espera del reencuentro con Ángel próximamente para pasar el fin de año juntos, empiezo el primer recorrido por los alrededores de la ciudad, adentrándome en un complejo de pagodas cercanas al inicio de Kaosan Road, junto al cercano Royal Palace, que dejaré su visita para más adelante.
El culto que observo de la población a su rey, lo eleva casi a la categoría de un semidiós. Es por dicho motivo que la fotografía del líder invade las calles mediante grandes murales, en los que se le contempla realizando actividades variadas como la caza o la pesca e incluso fotografiando con una conocida marca nipona, ¿cómo de forma casual? Tal adoración por el mandatario no es nada nuevo en el país, ya que Tailandia posee el récord de reinado más longevo: los 48 años del rey Bhumibol Ayulyadej. Al estar su estampa reproducida por todas partes, puede llegar a estar mal visto el dañar a un billete, moneda o sello, al estar impresa su silueta.
Para desplazarme hasta la zona centro de la urbe, tomo un tuk tuk. Por la ciudad este pequeño medio de transporte, se hace realmente idóneo, al poder maniobrar entre los huecos del resto de los vehículos. La distancia hasta el centro se hace larga, hecho que demuestra lo inmensa que es esta ciudad de 7 millones de habitantes. Por el contrario, el inconveniente principal de tomar un tuk tuk, es la intención de algunos conductores, en no cobrarte el trayecto, si deseas visitar algunas tiendas (recomendadas por ellos mismos) en las que te puedes hacer un económico traje a medida o comprar algún producto de bisutería. La razón por la que emplean este método comercial, es que se gana más en comisiones por las compras que pudieras realizar, que en el trayecto urbano en sí. Se debe dejar bien claro al taxista, que solo deseas tomar su vehículo con la única intención de llegar a tu destino, pues de lo contrario, te medio obligan a ir parando por tiendas. Por mi parte, en este primer trayecto, acepto que no me cobre por realizar paradas, allá donde quiera, debido a que no me conozco nada la ciudad, con lo que me irá bien para ubicarme algo y acercarme en dirección centro. En la primera parada que realizamos, en una tienda de ropa, sus empleados, intentan persuadirme en un par de intentos, para que me haga un traje a medida. No creo que me vea jamás con traje y mucho menos hecho a medida. Me parece que lo tendrán un poco difícil para persuadirme.
La siguiente parada es en un Wat ( templo) de los más de 300 que existen en la ciudad. Al querer visitarlo con calma, le digo al taxista que no le necesito, ya que la parada será por un rato largo, con lo que no me arriesgo a que el precio del trayecto suba. Me dice que no hay problema, que me espera. Me estoy oliendo la jugada. Su intención es que acabe comprando algo en alguna tienda. Como lo veo más que improbable, para no hacerle esperar, le pregunto cuanto me costaría la tarifa final, en el caso de no comprar nada (más que nada para no tener sorpresas de última hora). La tarifa que me dice es tan ridícula en comparación a los precios que tengo de referencia, que si decide esperarse, la verdad es que a mi no me importa para nada. Visito entonces, el templo Wat Saket o conocido también como el monte dorado debido a la enorme estupa o chedi, en forma de campana y situada en el patio exterior de la cumbre. Para acceder al templo se deben subir los centenares de escalones que llevan a lo alto, en el que uno debe descalzarse para entrar a su interior. Dentro hay ubicadas unas doradas estatuas de bronce con motivos de Buda, bajo un fuerte olor a incienso. Junto a las figuras, una bandeja con las donaciones de los visitantes. Solo las vistas de la ciudad desde lo alto del patio, ya ha merecido la pena. Un grupo de estudiantes de pintura, sentados en lo alto de los escalones, trazan las primeras líneas del paisaje urbano contemplado a vista de pájaro. Hay también unos monjes budistas, rezando en armonía junto a la campana, mientras les contemplo una y otra vez de forma discreta, para tomarles una instantánea.
Al bajar del templo, me encuentro el tuk tuk aparcado, pero sin el conductor. Tras esperar un par de minutos a que regrese, no sé que hacer. Si llega en cuanto me marche, pensará que me quise escapar. Por lo contrario tampoco deseo aguardar a que llegue. ¡ Debería ser él quién me esperase! Opto finalmente por marcharme mientras pienso indirectamente que todo ha parecido una inocentada para algún programa de televisión. Tiro caminando hacia el templo de Wat Arun, con la pagoda más alta de la ciudad. La decoración de las piezas de este templo me hacen recordar a la de los mosaicos de los bancos del Parque Güell, en Barcelona.
La zona comercial y financiera por excelencia, dispone de amplias avenidas junto a carriles sobreelevados donde se puede tomar algún monorraíl. Sus elevados andenes conectan con la entrada de importantes comercios que nada tienen que envidiar a los de Occidente.Tiendas y sedes de primer orden, donde se puede encontrar absolutamente de todo. Este distrito me recuerda en parte a Hong Kong. De entre los diversos complejos con los que me encuentro, está el World Trade Center, por el que atravieso únicamente para salir al otro lado de la calle.
Para moverse por la capital, también es idóneo tomar algunos de los barcos que navegan por los canales del río Chao Phraya, conectando diferentes zonas. Con tanto canal como tienen, no es de extrañar, que la ciudad se hunda cinco centímetros cada año. Junto a uno de los extremos del río, se sitúa el hotel Península, catalogado como uno de los más lujosos del mundo. Aprovecho para visitarlo por visitar, al permitirme la entrada uno de los porteros. Lujo, lujo y más lujo en los acabados interiores de una cafetería de época y en las pequeñas y exclusivas boutiques. Cerca del hotel se encuentra el hogar del comerciante de seda americano Jim Thompson que desapareció sin dejar rastro en 1967. La casa es hoy un museo de arte con una sala que vende sedas de alta calidad a precios razonables, aunque para más razonables están los bajos precios de la mayoría de los prendas que veo por las calles, las mismas que me hacen comprar un nuevo calzado y pantalón al que empezar a dar uso. La mayoría de la ropa callejera es pura imitación, difícil de diferenciar de las auténticas marcas. También es sabido, la fama en cuanto a imitación de relojes que por aquí se encuentra.
Una de las imágenes más representativas de Tailandia es el mercado flotante. El de Bangkok es bastante turístico por lo que me han dicho, con lo que visito el de Damnoen Saduak, a 80 km. de la ciudad. Está inexistente de Mayo a Julio debido al bajo nivel del agua. Solo permanece abierto, algunos días a la semana, por lo que es recomendable planificar bien su visita, para que no haya sorpresas posteriores. Antes de llegar al mercado, el autobús realiza una parada en un centro de tallas de madera y diversos artículos de lo más turísticos y horteros. Al llegar al canal principal subo a una larga y motorizada canoa que me acerca en dirección al mercado. El resto de las lanchas que navegan en sentido contrario, hace que el oleaje producido salpique hacia los pasajeros del bote. El ser mojados es motivo de gracia por la tripulación, aunque no por mí, al no poder disfrutar del momento al tener que mantener salvaguardada la cámara, bajo la protección de mis manos. Llegamos empapados 10 minutos más tarde al principal canal del mercado. La actividad es frenética. Multitud de estrechos canales por los que deambulan pequeñas canoas con cualquier clase de productos (en su mayoría de alimentación, incluso alguna vajilla u objeto de decoración). Todas las embarcaciones se golpean unas a otras por la gran masificación existente. Durante el recorrido, uno puede comprar directamente cualquier producto que desee. Aprovecho para probar el rambután, esa fruta peculiar procedente de Malasia, con forma de erizo, muy agradable al paladar y de sabor similar a la uva. También se venden cocos naturales para beber su agua. Es la primera vez que me decido a probar el agua de coco, aunque efectivamente, y tal como me imaginaba, no es de mi agrado al tener un sabor excesivamente dulce. Muchas de las barqueras, son ancianas de esa misma época pasada, en que la actividad del mercado, se realizaba de forma natural. Hoy día la actividad comercial está casi programada para el público extranjero, muchos de ellos japoneses, bajo esos dichosos paraguas que utilizan a todas horas a modo de protección solar.
Antes de retornar nuevamente a Bangkok, visito una granja de serpientes, en la que realizan espectáculos, como el de atrapar a una anaconda o a tres serpientes con las manos y boca de uno de los adiestradores. Para demostrar que el show no está trucado, extraen en un vaso ante el público el veneno del reptil.
Con un Sawasdee ( el saludo en tailandés que cualquier viajero escuchará a todas), me despido del resto de los pasajeros del mismo autobús que me deja en el centro de la ciudad. Antes de volver al hostal acabo tomando una Singha (cerveza tailandesa) en una pequeña terraza donde me distraigo contemplando a cada una de las personas que pasean por la calle. La amabilidad de la gente para ser una gran urbe no está nada mal, y es que los tailandeses mantienen la sonrisa por lo general, pese a que todavía sufren los devastadores efectos de la crisis financiera de 1997 que sacudió a su divisa y el reciente impacto negativo en el turismo que provocó la reciente epidemia del SARS.
Es fin de Año y la ciudad está repleta de actividades por todas partes. Me reúno junto a Luís y un recién llegado Ángel, para salir a celebrarlo por Kao San Road. Empezamos comprando una botella de whisky en un pequeño supermercado abierto, para tomarla en la misma terraza de un establecimiento que se encuentra a rebosar. Al rato somos descubiertos con la botella por uno de los camareros, quién nos permite quedar en la mesa al solicitarle los vasos, refrescos y hielos para la mezcla. Charlando tranquilamente entre los tres, acerca de lo vivido y de los planes que tenemos en adelante tomamos las copas bajo el fuerte sonido de los modernos conciertos electrónicos que se realizan desde el escenario instalado al final de la calle. Más tarde entramos en alguno de los pubs de dos plantas, en los que no se puede ni tan siquiera avanzar. El ambiente, en su mayoría está formado por extranjeros de países desarrollados. Esto mismo lo puedo ver en Londres. Acabo por retirarme solo al acudir a un último local en el que solo aprecio ingleses y americanos. Parece que el año no empieza bien. Ángel y Luís prosiguen con la fiesta. De camino a la habitación me cruzo con un grupo de ladyboys que se prostituyen en medio de la calle. Desde luego con un par de copas de más, no quiero pensar la de gente que se habrá confundido. Parece que sea una especie de mito o leyenda urbana, todos esos rumores que todos hemos escuchado alguna vez: que si uno conoce a tal que una noche conoció a una espectacular mujer que resulto ser un hombre. Estoy seguro que debe ser más frecuente de lo que muchos creen.
Son casi las 04:00 de la madrugada cuando me acuesto a la espera de empezar el nuevo y estrenado año.
Madrugo para desayunar en la calle un pancake de chocolate que para mi suerte forma parte aún de la gastronomía de este país. La gente duerme mientras planifico que visitar, desde los pequeños escalones contiguos a un carrito de comida ambulante. Retorno al hostal para despedirme de mis amigos nuevamente. Tanto Luís como Ángel tirarán hoy mismo dirección sur, con la intención de buscar el descanso a través de la fina arena de algunas de las reputadas islas del país. Yo tiraré dirección totalmente opuesta, en busca del indeseado frío de la montaña, aunque recompensado por la variedad de zonas tribales asentadas en la punta del territorio fronterizo al norte del país. Entre las despedidas, una joven del este de Europa, nos muestra mercancías compradas en India como telas o camisas que vende a extranjeros de mochila para proseguir con sus viajes.
Bangkok es un paraíso de la meditación (al tener un 95% de la población, practicante del budismo theradava) y es en mi primer día del año cuando aprovecho para visitar algunos de los recintos habilitados para ello, como el Wat Phra Kaeo, uno de los santuarios más importantes, que fue creado en 1785 para uso exclusivo de la familia real y alberga el pequeño Buda Esmeralda, de valor incalculable, y al que no se puede ni fotografiar. Prosigo al Gran Palacio, un gran complejo lleno de colores, donde el dorado destaca sobre todo lo demás. Durante 150 años fue la residencia del rey, ahora es una de las principales atracciones para los turistas. La visita religiosa tiene que pasar necesariamente por Wat Pho, un complejo del siglo XVIII donde se halla el Buda Reclinado, una impresionante figura dorada de 46 metros de largo y 15 metros de alto. Alrededor, los visitantes tiran monedas en vasos para tener buena suerte y que se cumplan sus deseos.
Cercano al complejo, hay una pequeña escuela, a la que me adentro para tomar una rápida toma de los escolares, a los que pronto les tocará estudiar que toda la hegemonía de su ciudad se debe a que en el s. XIII, Sukhotai se convirtió en la capital del reino Thai, que luchaba contra la grandeza de Angkor. Pero en 1765 los birmanos invadieron el país, destrozando la antigua capital, que se trasladó a lo que hoy conocemos como Bangkok. Apurando el final de mi visita al Royal Palace, observo una guía turística estúpida, que se queja al que no ve correctamente vestido para la ocasión. Se ha de tener en cuenta que acceder en el interior de los templos es sinónimo de respeto para sus dioses, con lo que las faldas y ropas ceñidas pueden molestar a más de uno. Lo mismo sucede en los hogares particulares, y ello se debe también, a que los pies, son una parte impura del cuerpo, y nunca deben colocarse sobre una silla, mesa, o apuntar con ellos a una persona.
Dedicar un mismo día a la visita de más templos puede resultar agotador, por lo que decido cambiar de temática en una fábrica de gemas preciosas al otro lado de la ciudad. Es un inmenso recinto, en el que a su entrada, me ofrecen directamente todas las bebidas que desee, a modo de bienvenida, antes de iniciar la visita. El recorrido empieza en un pequeño taller, donde preparan el material antes de su diseño, por lo que se funde el metal antes de darle la forma. Hay un total de 50 trabajadores aproximadamente, en una larga y laboriosa mesa de trabajo. La siguiente zona, de lujoso acabado, incluye multitud de mostradores en un gran recinto cuadrado, junto a una enorme y exótica pecera central con ejemplares venenosos y algún pequeño escualo. Al finalizar la vista, permanezco en la calle a la espera de pillar un tuk tuk que me acerce de nuevo al centro de la ciudad. Por aquí no parece haber más vehículos que los Rolls Royce de los gerentes de la fábrica de gemas. Realizo autostop de forma inútil al tratarse de una zona alta, hasta que por fin paro a un pequeño carromato que me acerca en dirección centro.
Llegado a la pensión me hago la bolsa rápidamente para empezar a buscar billetes dirección Chiang Mai en algunas de las agencias de la céntrica calle de mi hospedaje.
Para hoy está todo completo según las agencias a las que acudo. Algo desesperado y al no querer dejar para mañana lo que puedo hacer hoy, busco y rebusco, hasta que en una de las pequeñas agencias me comentan que tienen billetes, sin convencerme el precio final que me fijan. Sin saber que hacer, menos abandonar, me dirijo finalmente por mi cuenta y con la mochila a cuestas, a la estación de tren, a unos 25 minutos de pateada.
Son las 19:30 y en la taquilla me informan de una salida inmediata en tan solo 10 minutos. El ticket sale por 15$ con litera. Decido no comprarlo ya que prefiero encontrar otra plaza sin litera, para que me salga más económico. Justo al retroceder de la taquilla, se me acerca una chica ofreciéndome el billete de una amiga suya, que no lo ha podido utilizar. Me lo deja por 8$ (litera incluida). Miro el papel del billete que tiene buen aspecto y se lo muestro a un supervisor cercano con disimulo para saber si tiene litera, cuando la finalidad real era que me afirmase su autenticidad. Al darme respuesta afirmativa tras señalarme el vagón, le pago el dinero a la joven y compro bebida y algo de comida antes de subir.
Desde luego como para fiarse de las agencias. Lo mejor es siempre acudir a la misma estación de transportes para informarse o reservar.
Subo al tren con un par de minutos de anticipo a la salida y aprecio el interior del moderno vagón, con todos sus ocupantes en sus respectivos y anchos asientos, muchos de los cuales están aún sin ocupar. No hay cama a la vista, hasta que veo como un ocupante de la parte posterior reclina el compartimento superior, que pensaba era usado para el equipaje, cuando en realidad se trata de una curiosa litera.
La joven que me vendió el billete, se encuentra en la parte final del mismo vagón junto a sus compañeros que tocan la guitarra bastante bien. Voy a darle las gracias de nuevo, para también saber hacia donde se dirigen. Vamos todos al mismo destino. Parece que están en una especie de excursión de fin de curso.
CHIANG MAI
El trayecto de Bangkok a Chiang Mai es de unas 13 horas, con lo que durante todo el recorrido duermo plácidamente, sin despertarme en ningún momento. Todos los bienes los he salvaguardado en el interior del saco.
Antes de la llegada diviso por la ventanilla algunas de las últimas paradas. Son pueblos rurales de la Tailandia más profunda.
Son las 10:00 de la mañana cuando llego a la estación de Chiang Mai, en la que nada más apearme, empiezan a venir taxistas en mi dirección. Rechazando todas las ofertas, con lo que debo buscarme la vida a pie. Según un pequeño mapa, son tan solo 2 km. al centro. Durante la caminata, voy parando ante estatuas de dorados dragones en la parte principal de alguno de los cientos de templos que hay en la nueva ciudad. Llego sin perdida al Guesthouse o casa de invitados “Eagle” del que tenía buenas referencias. El alojamiento lo regenta una irlandesa casada con un tailandés. La aceptación a los extranjeros por parte de la población, hace que la cultura en el país interactúe, permitiendo que sean miles las personas que vinieron aquí de vacaciones y se quedaron para siempre, montando algún pequeño negocio como este alojamiento en el que vivir el resto de una vida en paz y armonía.
El pequeño y acogedor establecimiento hace que me tumbe agotado durante un par de horas, antes de empezar a recorrer mi nuevo destino. Al despertarme, escucho de la habitación de al lado, una canción española de José Manuel Perales, que está cantando su inquilino. Bajo a la terraza a comer algo y me encuentro con un chico al que nada más verlo supe que era español. Concretamente de Bilbao. Se llama Jon y también viaja por el mundo desde hace tiempo. Al rato de mantener una conversación junto a él, baja otro inquilino que sospecho es mi vecino. En efecto, se llama Xavi, es catalán, aunque reside en Andorra trabajando de topógrafo. Ahora somos tres los españolitos que conversamos en la mesa acerca de cómo hemos llegado a coincidir hasta este punto. Jon trabajaba en una funeraria, con lo que no me extraña nada que haya dado un vuelco a su vida. El caso de Xavi es que lo dejó con su pareja.
Tras la grata conversación, marcho junto a Xavi a dar una vuelta por los alrededores de la simpática ciudad. La vida espiritual, cultural y festiva es muy intensa en Chiang Mai, con varios templos budistas, por los que atravieso a todo momento a lo largo de la ciudad y alrededores. Este territorio se hace ideal para el que desee tranquilidad. Hay casi un templo por cada una de las esquinas por las que atravieso. Sus acabados detallistas y dorados hacen que visite varios de ellos, para contemplar sus interiores. En uno de ellos un grupo de personas permanece orando en el mismo suelo, junto a uno de los monjes budistas, que se encuentra sentado en una silla.
Multitud de agencias de turismo, restaurantes, casas de masaje (3$ 1h), cyber cafés y mercados hacen de Chiang Mai un rincón en el que siempre hay algo nuevo por hacer o descubrir. La mayoría de agencias te venden la idea de ponerte en contacto con tribus primitivas, desde sus sencillos folletos publicitarios en el que casi siempre sale la fotografía de alguna mujer jirafa, como mero reclamo publicitario.
La mejor forma de visitar algo que realmente te interesa, es siempre por libre, sin recurrir al viaje organizado, excepto cuando no se disponga del tiempo necesario. Solo de está manera uno puede realizar las visitas sin ningún tipo de ataduras ni horarios.
Los mercados en Chiang Mai son una auténtica maravilla por la gran variedad de puestos de toda índole que se pueden apreciar. Recorro junto a Xavi el Night Bazar: multitud de calles de la ciudad en el que poder comprar cualquier tipo de productos textiles, gastronómicos o artesanales a muy buen precio. Algunos puestos son de lo más curiosos como por ejemplo uno que veo de ropa de diseño para perros o otro con instrumentos musicales de formas que jamás habría imaginado en mi vida. Xavi no para de comprar, ya que en 5 días retornará de nuevo a Andorra. Le ayudo por momentos a regatear en los precios tras la práctica que adquirí en India. Yo solo busco una agenda o cuadernillo en donde seguir tomando las palabras de mi diario, (en efecto, estas mismas palabras que lees en este justo y preciso instante). Hay tanta variedad de cuadernos, que no sé por cuál decidirme. Transitar por algunas de las calles inundadas de puestos y personas por doquier, puede hacerte perder mucho tiempo si no vas adelantando al resto de los viandantes desde la misma carretera a modo de atajo. Acabando una calle, te comienza otra nueva, todavía más llena que la anterior. Algunos de los puestos de comida, son de lo más originales, al poder degustar por muy poco dinero todo tipo de marisco, zumos de fruta tropical y demás estilos en desconcordancia a la zona de montaña en la que te encuentras.
Regresamos exhaustos al hostal, donde miramos algunos de los cuadernos informativos que tienen, para realizar trekings. En la misma pensión organizan salidas para todo aquel que lo desee. Hay tantas actividades para realizar por la zona, que uno puede llegar a volverse loco para decidir, por cual de ellas se decanta. En el ámbito deportivo, se puede practicar desde puenting a 4x4, ráfting en balsas de bambú, parapente, karting, tiro con arco, bolos, ultraligero, escalada, incluso windsurf y patinaje sobre hielo.
Para los amantes de los animales (sin libertad), hay un zoo, un santuario de monos, otro de reptiles y un reputado centro de conservación de elefantes.
Abro los ojos, sin saber por unos segundos donde me encuentro, hasta que apunto la mirada a uno de los templos que se divisa desde el interior del cuarto. El clima hoy es más seco y suave, no obstante las temperaturas son bastante estables durante las mañanas.
En el hostal, cada inquilino apunta en un cuaderno todo lo que come y bebe, para pagarlo al final de tu estadía Con un sistema tan honesto como éste, imagino que la gente corresponderá de forma adecuada.
Xavi contrata un treking para descender el río en una balsa de bambú. Jon y yo decidimos ir a un campo de conservación de elefantes. Antes le acompaño a una tienda de fotografía para aconsejarle sobre cámaras digitales. Le robaron su réflex en Bangkok y ahora prefiere comprarse una digital por los buenos precios que tienen, pudiendo llegar en algunos casos a la mitad de su coste en España. Con su nueva cámara en su mano, iniciamos la primera etapa de la ruta caminando a la salida de la ciudad, de donde tomaremos un furgón descapotable. Los pasajeros son ancianos con sus nietos que transportan múltiples sacos de comida.
Media hora de recorrido por un entorno algo más montañoso nos hace llegar hasta el centro de rehabilitación de elefantes de Mae Sa (3$). Al cruzar el río situado cerca de la entrada vemos como están reuniendo a decenas de elefantes para realizar los espectáculos. Un enorme cartel informa de los datos de cada uno de los animales, con sus propios nombres, edad y características. La posibilidad de realizar un paseo a lomos de un elefante no es algo que me atraiga en especial, puesto que es calificativo de no-libertad, pero al ver el resto de las instalaciones en el que cuidan perfectamente a esta especie animal, me animo a dar un paseo de media hora junto a Jon, que nunca jamás había visto un elefante en vivo. Está realmente asombrado y perplejo ante la inteligencia que demuestran. El instructor se sitúa encima de la cabeza del animal, para guiarle con la voz y una vara que lleva en su mano. Tras subir por alguna pendiente, el viaje se hace de lo más inconfortable hasta que paramos junto al río, para hacerle repostar agua, que bebe en un sinparar. Al final del mismo río, algunos cuidadores les lavan o dan un simple chapuzón. Antes de retornar, el guía nos toma alguna instantánea con nuestras propias cámaras desde la distancia, en el que el animal avanza al escuchar sus palabras. Bajamos en la pasarela habilitada del inicio del recorrido con el trasero deshecho y 8$ menos en el bolsillo.
Es mediodía, hora en el que los animales realizan el inicio de sus actuaciones. Desde una enorme gradería se contempla el espectáculo en el que los elefantes chutan enormes pelotas de fútbol, tocan la armónica o realizan diferentes equilibrios. También realizan algún número cómico junto a sus adiestradores, quienes planificadamente son levantados y agitados por las duras trompas. Al acabar el show, cada elefante realiza un dibujo mediante los pinceles que toman con la trompa, para que posteriormente se vendan los cuadros a unos 20 $ cada uno. Las ilustraciones son en su mayoría flores, que jamas adivinarías quién fue el artista en cuestión. Parecen más bien dibujos realizados por precoces escolares. Acabamos la visita al parque deleitándonos al ver a una cría de un mes de vida con carita tierna y una altura que ya rebosa el metro y medio de altura.
En conclusión, la finalidad del parque es buena al proteger a la especie. Por lo menos las instalaciones son mejores que las que pueden tener las especies en los pocos metros cuadrados de cualquier zoológico.
Tras la visita al parque y sin transportes regulares por la zona, nuestra intención es bajar a unas cascadas, kilómetros más abajo. De golpe, mi vista apunta a una pareja de japoneses que suben a un todo terreno junto a su guía. Al ver que van en nuestra misma dirección, les pido permiso de forma directa para evitar una posible negativa. Afortunadamente, nos permiten subir junto a ellos. Para entrar a las cascadas se debe pagar un peaje de entrada, con la excusa de que forman parte de un parque nacional. Son 0,5 $ que pagamos desde el vehículo entre nosotros dos, en agradecimiento por habernos bajado. Avanzamos hasta que nos es requerido un nuevo cobro de 5 $ por ser extranjeros. Nos negamos a pagar de forma resignada a los vigilantes en cuanto vemos gente de rostro asiático, entrando sin problema alguno. Al tratarse de pura discriminación, nos apeamos del todoterreno, para hablar con el en teoría encargado del parque, sin conseguir una solución. Insisten en que debemos pagar, con lo que nos retiramos para no perder más tiempo y comenzar a buscar algún camino de acceso alternativo. Tras un rato de búsqueda, Jon no quiere continuar con el intento. Yo desisto al ver la enorme altura de un sendero, por el que seguro se puede entrar al parque, pero dedicando mucho tiempo, que no quiero malgastar. Continuamos el retorno, carretera abajo levantando nuestros pulgares para ver si alguien nos recoge. Sin éxito y tras caminar una media hora por valles abiertos entramos en un pequeño parque botánico y granja de mariposas junto a la calzada, en el que descansar por unos momentos apreciando la flora e insectos del interior. Vuelta de nuevo a la carretera hasta que llegamos a un parque de serpientes y reptiles en el que nos adentramos de forma gratuita, hasta que no nos dejan avanzar más, por el inicio de un espectáculo de cobras, tal y como el que que vi cerca de Bangkok.
Regresamos de nuevo a la dichosa carretera. Al otro lado de la misma, un grupo de jóvenes nos saludan desde la distancia. Resultan ser los adiestradores de otro parque de serpientes cercano. Han finalizado ya su show y están tomando algunos tragos de whisky en compañía de sus familiares y amigos. Nos sentamos junto ellos para compartir unos tragos. Al preguntarles sobre el peligro de su trabajo, uno de ellos me muestra su extenso brazo con varias de las picaduras que ha sufrido. Me explican que son casi inmunes a los efectos del veneno con lo que no usan antídotos. Me dicen que si yo sufriera una picadura, tendría altas probabilidades de fallecer, si no soy atendido a tiempo. No sé si será cierto o no, pero en todo caso, parecen muy buena gente. Desinteresadamente nos ofrecen más bebida y la posibilidad de retornar a la ciudad en la camioneta de unos familiares. Aireados por la velocidad del vehículo que nos acerca, nos miramos sonrientes, por la generosidad recibida. Poco antes de llegar a Chiang Mai aparcamos en una especie de feria de exposiciones donde hay cientos de puestos de gastronomía, transporte, textil, etc... La gran oferta de comida regional, hace que se nos abra el apetito, con lo que comemos algunas alitas de pollo por 0,20 $. Y porciones de una especie de pasta de hojaldre. En uno de los estands de licores dan degustaciones gratuitas, que no rechazamos. En otra de las zonas hay un parque de atracciones, en el que vemos una especie de tonel enorme, que nos llama la atención. Se trata de una atracción muy peculiar. Es un show en el que en una gran base cilíndrica de madera, un motorista y un conductor circulan por su interior hasta quedar completamente a más de 90 º. Sobrecogidos por la excitación en lo alto de la pasarela desde donde vemos el espectáculo, no nos podemos creer que un destartalado vehículo nos pase a menos de medio metro. Para colmo el motorista también llega a circular de lado, pero con las manos separadas del manillar. No hay palabras para describir la nula ley de la gravedad, cuando hay gran velocidad de por medio. Menudo espectáculo tan arriesgado, y por solo medio dólar. Sabía que algo así se realizaba en circos de Malasia o Singapur, pero en un circuito metálico y con varias motos en su interior.
Por la noche nos encontramos de nuevo a Xavi. Compartimos impresiones acerca de las actividades realizadas. Nuestro día parece que ha sido bien aprovechado en comparación con el de Xavi, quien no nos recomienda para nada, descender en una balsa de bambú por un río, pues lo vio muy turístico y de poca emoción.
EL TRIÁNGULO DE ORO (LAOS, BIRMANIA Y TAILANDIA)
Puesto que me queda un día más por la zona, acabo contratando un viaje hacia Chiang Rai y su famoso Triángulo de oro. La razón por la que acabo realizando el tour mediante una agencia es por el hecho de que en mi último día de estancia por la zona, no deseo perder tiempo averiguando las diferentes combinaciones de transportes que necesitaría. Por menos de 10$ visitaré todo lo que deseo de esta nueva zona que me aguarda.
A primera hora de la mañana recién salido el sol de forma más que puntual, viene a recogerme una furgoneta de última generación, que compartiré junto a una estudiante de arquitectura de Nueva York, dos lesbianas holandesas y una pareja americano-japonesa. El guía y conductor es un bajito y parlanchín personaje al que rápidamente se le toma cariño por la simpatía que desprende. Iniciamos el viaje hasta parar pasada una hora y media de trayecto (por muy buenas carreteras) en una hot springs o pozos subterráneos, de donde emanan aguas termales que algunos aldeanos aprovechan para hervir huevos, que más tarde ofrecen al visitante.
Otra hora más de travesía, que aprovecho para leer algo sobre las interesantísimas tribus de montaña del norte de Tailandia, repartidas en unas 10 etnias, con unos 25 grupos diferentes de entre un total de medio millón de personas. Los más representativos son los Akha, de origen tibetano, con 125.000 miembros; los Hmong, con 125.000 habitantes; los Lahu y Lasu, de origen tibetano, los Mieu, de China Central y los Karen, originarios de Myanmar, con 300.000 componentes, lo que le hace ser la etnia más numerosa. Espero ver muchas de esas tribus durante la jornada y para cuando acuda a Mae Hong Son, uno de esos destinos que me encapriché en visitar, desde hace ya algún tiempo, al leer desde alguna librería de Barcelona, algunas de las crónicas o reportajes acerca de éste destino.
Atravesamos la ciudad de Chiang Rai, sin mucho interés de visita, para acercarnos a una pequeña aldea de la montaña, regentada por tribus Akha. Dichos poblados están considerados de los menos sofisticados. No sucede lo mismo con las bonitas y minuciosas artesanías que sus gentes muestran al visitante. No paro de fotografiar a todas las mujeres del poblado, quienes no paran tampoco de pedirme monedas al retratarlas. Como casi siempre, empiezo a probar el masaje de cabeza, como si de un trueque se tratase. Bajo las rojas telas, adornadas en las cabezas de las mujeres, se esconden los ajustados y recogidos moños que hacen pronunciarles más la frente - y yo que pensaba que esas entradas en sus cabezas estaban relacionadas con la alopecia- Muchas de ellas, no desean soltarse el pelo para probar mi extraño aparato. Y con razón, pues el volverse a recoger la cabellera, les llevaría varios minutos.
Una madre porta a uno de sus críos en la espalda y a otro por el pecho, utilizando sobre sus hombros una silla de tela porta-niños ricamente decorada. No me permite retratarles al taparme el objetivo con sus manos, aunque unas caricias honestas a sus pequeños me hacen poder sacar la toma. Me adentro entre las cabañas más escondidas del poblado en donde una anciana, reposa sentada con la cabeza algo cabizbaja. Parece encontrarse triste hasta que levanta su delicado rostro para obsequiarme con su leve sonrisa. Me aproximo para inmortalizarla y en señal de agradecimiento y para que se anime, le regalo una fotografía que tomo, del que creo es su nieto, que juguetea entre las pajas del tejado de la choza.
En la pequeña aldea también hay señoras de las tribus Miao o Hmong, de las que intento adivinar a que subgrupo pertenecen, pues están los Miao blancos, azules, verdes, negros o floreados. Por esta zona imagino pertenecen a los azules o negros (lógicamente por los mismos colores oscuros de sus tradicionales trajes, muy similares a los que vi en Sapa, al norte de Vietnam)
Continuamos el itinerario previsto hasta Chiang Saen, donde se encuentra el Wat Pra That Lampang Luang, un antiguo templo budista de más de 700 años, del que se conservan el chedi y unas restos de sus paredes, así como la figura del Buda principal. Parte del templo está casi en ruinas, aunque se puede percibir la forma originaria del mismo.
Por fin llegamos hasta Mae Sai, la población más septentrional de Tailandia y fronteriza con la vecina Myanmar (Birmania). Un monumento de piedra con forma de puerta templaria, indica que estoy ya en el epicentro del famoso Triángulo de Oro, apodado así por ser la zona limítrofe entre Tailandia, Laos y Birmania. La palabra Triángulo se refiere a la forma geográfica que forman los tres países vecinos y la palabra Oro tiene relación con el símbolo de riqueza que se genera en la zona, en cuanto al tráfico de opio. Se ha de tener en cuenta, que éste, es el primer centro de producción mundial de dicha droga, cuyo derivado es extraído de la amapola.
Varios chiringuitos de artesanías se mezclan junto a unas pequeñas medio disfrazadas con los coloridos trajes Akha, con la finalidad de recibir monedas de algún inocente turista.
El Triángulo de Oro es una zona relativamente extensa. Desde lo alto de una colina se divisa perfectamente la forma triangular que los ríos forman al unirse. La vista es espectacular e incita a la reflexión, al estar todo rodeado por una atmósfera de máxima calma. Junto a la estatua de un enorme escorpión negro, diviso los tejados dorados de las pagodas, que forman parte del terreno anexo de Birmania. Dispongo de dos horas más de tiempo para visitar Mae Sai, con lo que desciendo la colina vigilada por sus dos estatuas con formas de serpientes, hasta un enorme Buda dorado que me anuncia la llegada al centro fronterizo en donde multitud de puestos callejeros hacen de las calles enormes mercados ambulantes donde poder ver cualquier tipo de producto: desde una pipa para fumar opio a un aparato de aire acondicionado de dudosa procedencia. Esta localidad es también un importante centro de compras de jade, piedras preciosas y antigüedades de todo tipo.
Más tarde recorro en una larga y fina lancha motorizada, una pequeña parte del río Mekong para llegar a un conjunto de puestos de venta de souvenirs, situado en Laos. Esta parte de la visita no aporta absolutamente nada. Su única finalidad es dejar al visitante feliz por haber puesto pie en territorio vecino. Espero poder conocer este país con más calma y en otra mejor ocasión, al igual que Birmania, en la que llego a poner pie en su frontera, sin que me dejen acceder a ella, al no disponer de un visado válido de un día (5 $)
Antes del retorno a la Rosa del Norte (apodo con el que también se conoce a Chiang Mai) acudimos a un restaurante donde me puedo servir todos los platos que desee, a excepción de la bebida, que no va incluida en el itinerario. Mientras acabo las variadas frutas del postre, pregunto al guía si hay la posibilidad de poder visitar un campo de opio para fotografiarlo. Por lo general, según me dice son de muy difícil acceso. Se necesitaría tiempo para llegar hasta poblaciones, donde no haya ningún tipo de controles al ser pequeños campos de cultivos propios. Su padre lleva toda la vida fumando opio, sin poder dejarlo al resultar de lo más adictivo. Un derivado del opio es la heroína, con lo que no es de extrañar que en zonas rurales como estas, la tradición de muchos ancianos que todavía lo fuman, haga de este enclave, un mero reclamo para los neohippies más aventureros que pueden incluso visitar un museo dedicado en exclusiva a la planta.
Encontrándome de nuevo en Chiang Mai, voy a un cibercafé para saber de mis conocidos. Ángel y Luís se encuentran en Ko PhanGan, la Ibiza de Tailandia, donde cada luna llena se celebran unas conocidas macrofiestas playeras, con gentes venidas de todo el mundo. Hay quienes no entenderían como pude perderme un acontecimiento como ese. Pero es que para mí el auténtico acontecimiento es retroceder a esas zonas en las que el tiempo parece no haber avanzado para sus gentes.Me da pena pensar en la cantidad de incautos que atrapará el ejército tailandés en ese tipo de fiestas, con su política de erradicación hacia la plantación, producción, tráfico o simple consumo de opio o cualquier otro estupefaciente.
Xavi tiene que regresar para Andorra. Su estadía en Tailandia le ha pasado volando, lo que significa que se lo ha pasado bien. Ha sido muy grato tener su compañía por unos días. Espero reencontrarme con él algún día, por ese pequeño país de los Pirineos. Jon imagino que se encontrará en Mae Hong Son, donde acudiré en un par de días tras visitar antes Pai o Sopong, dos pueblos en la ruta, a mitad de camino de Mae Hong Son.
PAI
Al llegar a Pai tras un duro camino por angustiosas carreteras, en las continuas ansias por conocer todo lo posible, decido recorrer este pequeño pueblecito de montaña en una bicicleta que alquilo durante unas horas, antes de tomar el último autobús que va en dirección Mae Hong Son. En este lugar hay cascadas, aguas termales y toda la gente parece estar en plena armonía con el entorno. La mayoría de los aquí presentes son jóvenes extranjeros de diferentes nacionalidades. El pueblo es como una comunidad en el que cada día hay alguna actividad a realizar, tal y como veo en un panel de anuncios en el que cada una de las hojas de colores que se cuelgan es una actividad diferente a realizar. Subo hasta un pequeño monte desde donde diviso todo el poblado, bordeado por un pequeño puente sobre el río Pai. Antes de entregar la bicicleta y tomar de nuevo la mochila, que me han guardado amablemente en la tienda, me detengo junto a un bonito templo que están rehabilitando entre varios obreros sudados hasta los topes.
Subo al nuevo autobús, repleto de jóvenes. Su conductor, me quiere cobrar el nuevo trayecto. Al disponer ya de billete hasta Mae Hong Son, me hace una rebaja en el precio. No abono el importe al saber donde acabaría el dinero, si se lo entregase . Me hago el tonto ignorándolo y subo la mochila al portaequipajes al ver que el vehículo está a punto de partir. Si debo discutir sobre el precio del billete, que sea al menos una vez hayamos arrancado. Sin más importancia, me siento en la última fila con cara victoriosa. Desde luego muchos intentan sacarte el dinero por cualquier lado.
SOPPONG
Los nuevos caminos embarrados, son de los malos que uno se pueda imaginar. Dos horas han sido las necesarias para cubrir el corto trayecto de tan solo 40 Km. hasta Soppong. Todos los ocupantes del autobús parecen extrañarse al ver que soy la única persona que desciende. En el fondo, este hecho me alegra al ser un claro indicio de que no habrá mucho turismo. Es precisamente lo que quiero encontrar. ¿Habré hecho lo acertado? Desde luego, si no arriesgo, no gano.
Me encuentro solo en la intransitada carretera. Llego hasta unas pequeñas paradas, del que es en teoría, el mercado central. Soppong son solo de 400 metros de calle a ambos lados de la calzada. No hay nada que hacer y está a punto de anochecer. Me dispongo a buscar una cama como sea, para descansar y prepararme para el día siguiente. Junto al desvío de un tramo de la carretera, rodeado de una frondosa vegetación, encuentro el Jungle Guest House. Hay una sola pareja alojada de entre todas las cabañas que tienen. La propietaria denota una evidente alegría al verme. Me acompaña hasta mi cabaña, situada en lo más alto del terreno y me entrega mantas y una enorme mosquitera. Hace bastante frío y las cabañas construidas con simples palos de bambú, dejan ligeras perforaciones por donde entra la humedad. Ahora entiendo el porqué me dio más de 4 mantas. Solo espero que no llueva, eso sí resultaría ser un problema. Las cabañas, por eso, son de lo más simpáticas y acogedoras, separadas unas de otras, por pocos metros de distancia. Tras dejar los bártulos en mi cobertizo, desciendo las endebles tablillas de madera chirriantes de mi choza para acceder a la entrada de la choza principal, construida íntegramente en madera y con un estilo de lo más exótico. Descanso sobre los asientos que disponen sobre las mismas aguas del río, intentando entender algo, de un libro que me han prestado acerca de las tribus que espero ver mañana. Disponen de un enorme mapa colgado de la pared, donde fascinado, veo los diferentes grupos tribales que habitan por la zona. Desde una mayoría de Lahus, Lisu y Karen, a los Sham y demás subgrupos. Soppong está habitado en su mayoría por dichas tribus de las montañas y solo por un 20% de gente Thai. Pido una deliciosa ensalada de frutas para retirarme más tarde pensativo al cuarto, en el que solo deseo soñar con la ruta que me aguarda para la mañana.
Despertado por los sonidos de los pájaros, me levanto plácidamente, recompuesto y con gran energía. Una ligera niebla matinal, antes de la salida del sol, me avisa el comienzo del nuevo día. El entorno es espléndido, todo lo que veo desde la altura de mi cabaña es de un intenso y radiante verdor acompañado del agua que desciende por el río. Desayuno antes de trazarme un itinerario aproximado, que no sé si podré realizarlo por completo, pues los caminos son bastante complicados para hacerlo en bicicleta. Acabo alquilando una motocicleta por los difíciles accesos y para poder ver lo máximo posible.
Inicio la etapa dirigiéndome hasta Ban Cha Bo, una pequeña aldea desde donde se asoman las primeras vistas vertiginosas del entorno rodeado por unas cuantas casas de madera. No hay nadie por los alrededores para preguntar si voy en la correcta dirección. Encuentro a una señora Lahu, de oscuro traje tradicional. No le entiendo nada, pero con la sonrisa que pone ya me vale. Le fotografío antes de que se meta de forma tímida en su hogar. La casa está literalmente pegada a un acantilado. Con un fuerte soplido de viento irían todos valle abajo. ¡Menudo suicidio construir una choza en tan peligrosa ubicación! Continúo hasta el final de la aldea, donde encuentro a unos escolares jugando en un patio de arena, con una sencilla red de voleibol. Los pequeños, al verme, corren rápido hacia mí. Fotografías y masajes por doquier a todos. Una risa por aquí, otra risa por allá. Es tal el escándalo sonoro que creamos, que varios maestros salen de la escuela para ver que sucede. La felicidad que veo en un entorno tan aislado y recóndito como este es digna de admirar. Arranco el motor del aparato bajo la gran despedida de todos para continuar hacia Mae Lana, otro pequeño pueblo, aún más perdido, y bajo un valle al que accedo tras descender por cuestas polvorientas, donde la moto parece resistirse a atravesar el camino lleno de piedras. Desciendo el último tramo de la ruta, esquivando ahora, los enormes hoyos de la calzada, que me hacen estar atento en todo momento, al escaso metro de distancia que me separa del vacío.
Menuda población más tranquila y acogedora. Solo por ver esto, el día ya ha valido la pena. Las casas están engalanadas por flores de intensos colores. A campo abierto, unos agricultores que recogen a mano la cosecha me hacen volver a entender el significado de la palabra tranquilidad. Algunas ancianas trabajan a la sombra de los portones, pelando frutos que introducen en canastillas. La aldea dispone de un precioso templo de tejas verdes y en sus inmediaciones está Tham Mae Lana, una de las más largas cuevas de todo Tailandia, con más de 12 kilómetros de longitud. Al no poder avanzar más, debo retroceder por el mismo recorrido de ida para acudir a nuevas zonas. Vuelta a subir las malditas pendientes y desniveles para acercarme hasta demás poblaciones perdidas de las que no sé siquiera su nombre. Según el pequeño mapa que me tracé son Ban Rai, Ban Nam Bo Sa Pea, Bang Nong Tong, etc. Los caminos, ahora, son más tranquilos poder circular por un terreno llano de color rojizo y algo polvoriento.
La ilusión por ver más zonas se ha convertido en una clara obsesión, pues con tantas tribus por ver, no pierdo tiempo ni para comer. Ya picaré algo por la noche.
Con el depósito a menos de la mitad me acerco a otra de las cuevas más importantes de Tailandia: las cuevas de Tham Lot, cercanas a la población de Ban Tham, donde la población es Lahu o Karen. Los habitantes que cruzo se encuentran a la sombra bajo la gran cantidad de árboles que cubren el terreno. Al llegar al final del poblado un grupo de escolares de camisas azules o rojas (imagino por distinción escolar) se esconden tras la vegetación nada más verme. Paro el motor descendiendo hacia ellos ¡No me lo puedo creer! Me tienen miedo y están huyendo. Para no sobresaltarlos más, me siento junto a una roca para probarme el masaje y sacar la cámara con la que deseo fotografiarles. Tras unos silenciosos minutos, se van acercando de manera sigilosa y confiada. Uno de los pequeños de unos 10 años de edad, parece no temerme a medida que avanza en primera posición. Como recompensa, le lanzo una amistosa mirada con la que probar el masajeador. Las fuertes risas que le provoco, hacen llegar al resto de invitados. Uno a uno voy probando el masajeador mientras doy exceso de uso a la cámara. La docena de críos riendo sin parar, hace llegar a demás compañeros de la zona. Uno de ellos, viste con una antigua camiseta del Fútbol Club Barcelona. Menuda casualidad en esta zona tan remota. Imagino que algún viajero se la regaló hace tiempo o la adquirió en alguna ciudad del país. Los pequeños, ahora, me agarran cariñosamente sin parar. Saco la impresora y hago que posen todos juntos ante las atentas miradas de familiares. Les imprimo la copia al minuto para entregarla en mano al más granujilla de todos, con la intención de que la cuelguen en su escuela. Arranco el motor y marcho encantado y satisfecho al haber conseguido que los críos no teman a una persona de rasgos diferentes a ellos. Al próximo visitante que acuda al poblado seguro que le recibirán con las manos abiertas.
Al llegar a las cuevas, deberé poner fin a la búsqueda de más pueblos tribales por no disponer de más tiempo. La gruta calcárea de Tham Lot se inicia en el curso del río, que se filtra por las entrañas de unas rocas, que cobijan las formas más caprichosas que la acción dilatada del tiempo y el agua, ha querido perpetuar en sus paredes. Los precios de la entrada varían en función del número de personas que las visite o del número de grutas que se contemplen. Por mi sola presencia, decido esperar por unos instantes junto a la entrada, con la esperanza de ver llegar a visitantes con los que compartir los gastos del guía. Tras la inútil espera, una joven guía decide hacerme un precio especial para visitar las cuevas durante una hora. Pago encantado (3 $) mientras prepara el farolillo obligado que necesariamente usaremos en el oscuro interior. De las tres fases en que consta el recorrido, visito las 2 primeras partes. Muchas de las formas de las recónditas rocas son de lo más curiosas: una en forma de seno, otras como palomitas de maíz, un cocodrilo o un mamut. Parte de la gruta se debe realizar por encima del nivel del río, mediante unas pequeñas escaleras. A medida que más avanzo al interior, más se nota la falta de oxigeno. Iluminamos con el farol la gran cantidad de peces que nadan tranquilamente por las oscuras aguas. Al retorno hay una manada de vacas que parecen no haberse alejado jamás de la entrada a la cueva.
Una hora de duración ha sido más que suficiente para la visita de las 2 cuevas principales. Hay también la opción de visitar una tercera gruta en balsa.
Retorno hasta el centro de Soppong para devolver la moto, tomar la mochila y esperar un nuevo autobús a Mae Hong Son. Espero al borde de la carretera hasta que un comerciante me indica que no pasa ningún autobús más por hoy. Algo confundido empiezo a preguntar los horarios a gente que veo por la carretera. Todos responden en negativo, con lo que no se que hacer, la idea era llegar hoy mismo al destino fijado. Solo se me ocurre hacer autostop si deseo llegar a meta, pero con los pocos vehículos que pasan por aquí a estas horas y los peligros que implica el hacerlo de noche, cuestiono si vale la pena arriesgarme. Siempre he querido pensar que la suerte esta del lado de uno mismo, si realmente se desea hacer algo y en efecto, todo sale bien cuando uno de los comerciantes me avisa de que un compañero suyo saldrá hacia mi destino en una hora. Sin pensarlo dos veces, me adentro en la tienda para comer y beber algo, a la espera de poder partir. Mientras tanto, voy ordenando y seleccionando las mejores imágenes del día, para liberalizar algo de espacio en la memoria de las tarjetas digitales. Suprimo minuciosamente las tomas que me quedaron más defectuosas o las de menor agrado a mi modo de ver.
Una hora exacta de espera hasta conocer al simpático conductor, quién sin problema, me deja ocupar el asiento de su tortuoso camión. Dos horas de travesía me aguardan hasta mi soñado destino.
MAE HONG SON
Agradeciéndole en mayúsculas el favor prestado, me deja en pleno centro de la pequeña y nueva ciudad, donde encontrar reposo. Preguntando en uno y otro alojamiento, parece que todo está lleno. Prosigo la búsqueda por demás sitios recomendados, pero parece que no hay suerte. En uno de los establecimientos no hay absolutamente nadie, en recepción. Espero hasta 20 minutos sin que ningún rostro se asome. No puedo entender como no ponen a nadie en la pequeña entrada, pues existe el peligro que les roben el televisor, la radio o la comida que tienen en la nevera. Salgo a la calle, entro y salgo de nuevo, pero nada. Diez minutos más de espera hace que me enfade un poco ante el inexistente servicio que deberían estar obligados a dar. Decido continuar la búsqueda, habiendo tomado prestado de la amarillenta nevera anterior un bote de refresco que me apropio justificadamente por el tiempo perdido.
No puedo creer la mala suerte que tengo para encontrar un simple sitio en el que instalarme. En otra de las casas, un cartel escrito a mano, anuncia la palabra habitaciones. Nada más entrar observo que tampoco hay nadie. Esto no puede ser, parece una situación de lo más irreal. De una cosa estoy seguro - muchos robos no debe haber por aquí - pues resultaría de lo más fácil. De aquí no pienso moverme hasta que aparezca alguien. Con algún que otro “Hello” en un tono más bien fuerte, hago percibir mi presencia a un señor que me ayuda a buscar al encargado de un bar cercano. Con la mochila a rastras entro en el bar-restaurante situado a la vuelta de la esquina, en el que parece celebrarse un aniversario familiar. Nadie por la calle y este bar repleto. Doy con el encargado a la espera de una respuesta, que no me sabe dar. ¡Ya no sé que hacer! Permanezco más enfadado a cada minuto que pasa. Llevo más de dos horas caminando sin parar. Por fin sale del establecimiento una chica que me hace acompañarla en moto a otro local. Hay algo en ella que me resulta extraño de un principio. En cuanto se desprende del casco compruebo que es un transexual. Saluda una y otra vez a cada persona que pasa junto a nosotros. Por aquí, la gente no les mira con caras raras, tal y como harían en Europa. Eso significa que el tema está más que regulado cuando disponen de trabajos relacionados incluso con la hotelería, como es el caso.
De forma cordial, me acompaña a otra pensión cercana para ver si es de mi agrado. Sin hacerle perder tiempo, hago que retorne al restaurante donde trabaja, indicándole que pienso alojarme aquí, sea como sea la habitación. Me abre una anciana para mostrarme el cuarto. Es perfecto para lo que busco. La habitación es tan pequeña que se podría decir que solo es apta para gente que mida menos de 1,85 cm. Las dimensiones de la puerta de entrada parece la de un cuarto de muñecas. Nada más entrar, me tumbo con lo puesto, para dormir tapado por varias mantas en una nueva noche algo gélida.
Recién levantado y con cuidado de no golpearme la cabeza con el bajo techo del cuarto, salgo al exterior de la pensión para desayunar en una pequeña mesa con varios trabajadores que beben unos enormes cafés para despejar sus caras todavía medio somnolientas. La densa y temprana niebla se dispersa con los primeros rayos de luz, haciendo resurgir uno de los chedis dorados del templo de Jong Klang, el más antiguo de la ciudad y de estilo birmano, situado frente al pequeño lago de mismo nombre.
NAI SOI Y LA SIMPÁTICA MªJOSE
Me dispongo a salir de Mae Hong Son, una pequeña ciudad de las montañas, base de asentamiento idóneo para explorar algunos de los últimos rincones que todavía quedan infecuentados por el típico turista de sol y playa que acude a Tailandia.
Alquilo una pequeña motocicleta (por el mismo precio de lo que me costaría una cajetilla de tabaco en mi ciudad) e inicio mi camino en dirección Nai Soi.
Atravesando por bellos parajes a campo abierto, bordeados por una delgada pista de tierra polvorienta, por la que circulo en plena armonía con el entorno que me rodea, sobrepaso alguna pequeña aldea con su riguroso templo budista, a orillas del río Pai, río en donde realizo una primera parada de rigor para saborear ese exquisito momento de calma y libertad.Han sido solo 30 los kilómetros recorridos por donde el tiempo parece no pasar.Las leves crecidas del río en estos primeros días de Enero no me dificultan el atravesar con la moto a través de sus aguas.
La temperatura parece acompañar a estas horas matinales, cosa que no sucede durante la noche, donde se hace indispensable el uso de algo más de ropaje.
Una señal de tráfico me indica que voy por el buen camino. Al ver escrito en ella “cuello largo Karen” y no el nombre en sí, de la aldea (Nai Soi). Me imagino esa dura y triste realidad de lo que ya leí en algunos escritos, acerca de la situación por la que atraviesa esta particular etnia llamada Padaung, perteneciente al subgrupo de los Karen, nombre con el que se aplica a los diferentes pueblos tribales de la Birmania meridional.
Llego hasta el final de la travesía, en una minúscula explanada rodeada de vegetación, en donde un puesto de control militar, me hace saber que he llegado por fin a mi objetivo. Aparco la motocicleta sin atarla, por la evidente vigilancia existente y camino atravesando la barrera de acceso para adentrarme al poblado, hasta que recibo de un militar el aviso de que de marcha atrás para pagar peaje. ¡Sí! efectivamente, un maldito e injusto peaje de entrada de unos 6 $ por el simple hecho de entrar, eso sí, de forma amable.
La excitación aumenta segundo a segundo, hasta que diviso al fondo la primera mujer Padaung. Mi ferviente curiosidad se vuelve tímida al pasar junto a ella. El respeto que mi rostro desprende se hace evidente a medida que doy cada paso, pues los serios y entristecidos habitantes de la aldea me hacen dar cuenta de una de esas injusticias, aun por erradicar;
Las pequeñas chozas, donde habitan y trabajan se podría decir que están orientadas al turismo, cuando ves que en cada una de ellas hay habilitada una pequeña mesa principal con productos artesanales propios para su venta. Así pues, sus gentes están más que acostumbradas a que el visitante llegue con la única finalidad de sacar una foto para rápidamente irse por donde ha venido. Llevo media hora de recorrido y la complicidad que siento hacia esta gente, hace que no desee sacar la cámara.
La tranquilidad con la que todos viven, hace que no tengan la necesidad de insistirte en que compres algunos de sus productos, a diferencia de como haría cualquier otro comerciante normal del resto del país.
He visitado ya todo el poblado, pero no me puedo marchar tranquilo pensando que fui como el resto de los pocos visitantes que llegaron, vieron y se esfumaron. Deseo encontrar una forma natural y humana de acceder a ellos, con lo que se me ocurre montar un nuevo aparato masajeador de cabeza que guardaba para una ocasión especial.
Comienzo a probar el aparato a una anciana, sentada junto a su sonriente nieto, de forma muy suave (para que no le dé un sobresalto con todo lo que eso podría implicar para su cuello), hasta que otras habitantes se acercan a mí, para probar el escalofriante artilugio de cobre.
Al rato, una de las señoras masajeadas empieza a hablarme en castellano para mi sorpresa, con lo que aprovecho para iniciar una charla junto a ella acerca de su situación. Al verme interesado en el tema, me saca un enorme libro escrito en Birmano donde se explican datos acerca de sus orígenes, como esa leyenda que;
“Cuenta que una mujer dragón de extraordinaria belleza fue poseída por el viento y como fruto de esa sorprendente unión se extendieron por la tierra sus descendientes que fueron llamados padaung por la simbología de sus cuellos en honor al dragón”
También me explica la curiosa relación que tienen con diferentes tribus sudafricanas como los ndebele de Zimbawe en el que mujeres y hombres también usan aros alrededor de sus cuellos tal y como observo en una fotografía que me muestra de un hombre de color con dorados anillos por su elevado cuello. Mi mente se queda en blanco cuando la amistosa señora me suelta al aire la pregunta ¿Cómo puede haber esa tradición peculiar, en dos zonas tan opuestas y alejadas una de otra?
Uno se queda de piedra cuando averigua que ni ellos mismos saben con certeza acerca de los orígenes de sus tradiciones.
Por lo que me explica, otra de las teorías se basa en que antiguamente cuando trabajaban en el campo había constantes ataques de tigres que les seccionaban el cuello, reventándoles la yugular, con lo que se cuenta que la intención de los anillos era la de simple protección contra los ataques del feroz animal.
Existen demás suposiciones más realistas, como la que representa el hecho de asociar mayor número de anillos a un mayor rango social o el simple canon de belleza como adorno corporal.
Una última idea menos convincente es la de que los anillos servirían para garantizar la fidelidad conyugal: en caso de adulterio, los anillos serían retirados, así la culpable sería obligada a pasar el resto de su vida acostada o bien sujetándose el cuello con las manos.
Jamás sabremos el autentico origen de tan misterioso suceso, pero la costumbre ahora es mantener la tradición únicamente en las niñas nacidas en miércoles de luna llena, a razón de colocar un aro por temporada desde que cumplen los 5 años de edad. Además de los anillos, la mayoría de las mujeres llevan tobilleras de latón e incluso brazaletes de plata.
La confianza junto a mi nueva mentora va creciendo, lo que hace que ahora sí saque la cámara con la finalidad de regalar copias de recuerdo.
Inaugurada la impresora con la mujer con la que he establecido un primer contacto, proseguirán el resto de mujeres, algunas de las cuales no tienen reparo incluso a la hora de maquillarse ante mí, para demostrar que quieren aparecen en las fotografías lo más bonitas posibles. No es que me haga mucha gracia, pues con el maquillaje se pierde un poco la naturalidad de sus rostros. Para que no todas se maquillen, tomo una pequeña silla de plástico, para colocarla rápidamente en medio del poblado sin que les dé tiempo a arreglarse en exceso.
La cosa se empieza a animar cuando el boca a boca se hace presente en la población. Estoy acaparando toda la atención en la zona, en cuanto sus asombradas caras contemplan perplejas, como va saliendo cada una de las copias imprimidas. Llevo realizadas unas 20 copias mientras me cerciono de que a este paso acabaré el papel sin que pueda retratar a todos los que lo deseen.
Tomo un descanso bajo la sombra de la tienda de mi contacto en la que aparece su hija; una bonita jovencita de 18 años que se me presenta bajo el nombre de Maso o traducido MªJosé.Con un español perfecto me pregunta acerca de mi procedencia. Al decirle Barcelona, me inicia una conversación con algunas frases en catalán. ¡No me lo puedo creer! tiene conocimiento del catalán, vasco y gallego, sin olvidar que según me cuenta tiene en su haber 8 idiomas. Al preguntarle dónde aprendió castellano, me responde que charlando con los visitantes que conoció en el poblado, pues solamente ha salido de aquí en una sola ocasión, cuando les llevaron a un parque de atracciones en Mae Hong Son.
Le pido permiso para sentarme encantado en la tienda junto a ella, para saber más acerca de su vida y de su gente.
Su preciosa sonrisa adornada sobre el maquillaje de sus labios y bajo el reflejo de los dorados aros de latón que cubren su delicado cuello, me hace saber que no me ve como al resto de los pocos turistas que hoy veo en la zona. El interés que esta chica me está suscitando hace que de forma coqueta se desmelene su preciosa y largísima cabellera lacia para centrar mi interés en ella. Por momentos he de reconocer que el pulso de mi corazón late más fuerte de lo normal.
La confianza llega a tal punto, que es ella quien me solicita que nos tomemos unas fotografías juntos mientras me presenta a sus hermanos e incluso a su padre en una de las muchas modestas cabañas que componen el poblado y en las que penetran algún evidente rayo de luz.
Al preguntarle sobre lo que podría suceder si se les retirasen los aros me muestra la fotografía de un libro en el que se ve a una señora sin los aros sometida a un estudio médico en una clínica de Tailandia, donde le realizaron diferentes pruebas científicas. Eso que se escucha que perecerían si se les retirasen los aros está entonces descartado, aunque la débil fragilidad de sus cuellos desnudos les podría ocasionar serios problemas ante un mal movimiento.
Mientras sigo con la interesate charla, observo a su madre, tejiendo en el fondo de la cabaña unas coloridas telas que más tarde colocará en el mostrador para venderlas. Es precisamente ella quien tiene mayor longitud de cuello, 27 centímetros tal como dice de forma orgullosa la simpática Mª José.
Por lo que me explica, la historia de su llegada a Tailandia estuvo condicionada por la situación casi esclavista a la que están confinados en su país de origen (Birmania), donde les obligan a trabajar en los campos de arroz por una miseria y sus derechos no son para nada respetados. En Tailandia al menos les dan la opción de elegir. Y no se siente en absoluto ofendida, porque diariamente su pueblo sea visitado por extranjeros que nunca más volverá a ver. "Seguimos viviendo como siempre pero como si estuviéramos todo el rato en la TV", me dice. Le encanta hablar con los extranjeros porque aprende mucho más rápido que con un libro y se divierte mucho más, además a los españoles les gustan mucho las bromas, según me cuenta.
Dejo mi equipo en su caseta para acudir a las cuatro maderas que componen una escuela. Varios compartimentos hacen a la vez de diferentes aulas en función de la edad de los estudiantes.
Me adentro en la primera de ellas, atraído por los dulces sonidos emitidos por los más pequeños aprendices quienes repasan sus primeras sumas y letras de una forma original y amena para memorizarlo todo, como es el canto.
Sus caras parecen estar acorde a sus pequeñas miradas tristes y algo cabizbajas, fiel reflejo de la condición por la que atraviesan y de la que parece que fue lo primero que aprendieron en esta vida que les ha tocado vivir.
Mi rostro se cae con disimulo hacia ellos mientras una sensación compasiva me hace reaccionar para cambiar por unos instantes sus expresiones.
Me acerco frente a ellos donde esta situado un joven maestro de apenas 20 años al que amablemente le muestro mi masajeador para que adivine su autentica función. Tras contemplarlo y toquetearlo de forma más que curiosa, al igual que haría un científico, se lo tomo para demostrarle (como si de una nueva materia escolar se tratase), el verdadero efecto que está a punto de descubrir. Emite una nueva y extraordinaria carcajada, bajo la atenta mirada estupefacta de sus alumnos, quienes alzan su vista varios grados arriba. De forma súbita y precipitada, jugando todavía con el factor sorpresa, inicio ordenadamente los masajes a los pequeños, uno por uno, desde la primera fila a la última.
Hay pocos contagios que se puedan decir que son más que positivos y el caso de la risa no es una excepción. Risa llama a risa en el vocabulario humano de la gesticulación.
Tras varios minutos en un sinparar de sacar sonrisas múltiples, aprovecho para rematar la faena, sacando varias fotografías de los pequeños que parecen haber olvidado el significado de la palabra “problema”.
Le comento al maestro, que les traduzca a su idioma, la magia que les voy a realizar en un minuto para cuando regrese de nuevo.
Salgo rápidamente de la escuela para imprimir las fotografías en compañía de MªJosé para retornar con las copias bajo un folio de uno de los escolares, para hacer aparecer como por arte de magia sus imágenes salidas bajo el folio. Están todos anonadados, pero locos de alegría y felicidad. Esa cosa llamada alma o sentimiento me brota a raudales al sentirme más que satisfecho por lo único que he podido hacer de mi persona, por distraer a esos críos, que tendrán colgadas del aula unas fotografías de recuerdo de cuando ese extranjero paso por aquí.
Me adentro en las otras dos aulas para repetir la historia de nuevo. Una pequeña y hermosa doncella tribal me mira con rostro serio y tímido. La dulzura que me desprende su cara será recompensada de inmediato, con unas risas, al igual que el resto de sus compañeros a quienes finalmente hago posar a todos juntos para rematar las últimas hojas de papel que me quedan.
Este es el mejor máster que por desgracia podrán tener, del que espero que sepan que una risa en el fondo es muy fácil de sacar.
Retorno junto a la entrañable Mª José, para compartir unos turrones de Jijona que me enviaron por Navidad. Están duros como una piedra, pero parece que son de su agrado con lo que le regalo el paquete entero para su familia.
Dando una segunda vuelta por el final del poblado, ahora de manera más convencida, me siento ya plenamente integrado, a diferencia de algunos de los escasos turistas que veo, deseosos de sacar sus cámaras para conseguir su particular trofeo.
Visito también una tribu vecina conocida como los Red Karen “big ears”. Se diferencian de las Karen Padaung por tener anillos en el cuello menos adherentes y unos enormes lóbulos producidos por el peso o tamaño de los anillos que decoran sus orejas. Adornados con artesanías de lo más variopintas y collares de monedas y piezas de metal en forma de luna y cauri, se caracterizan también por el rojo intenso de sus trajes.
Una de las primeras ancianas que observo me sonríe en señal de que conoce ya el aparato que amago entre mis manos. Las noticias por el pueblo deben volar a velocidades de impresión, sobretodo al tener en cuenta la poca extensión habitable en la que están asentadas las cabañas. Sin permitirme realizarle el masaje por el enredo que dispone en su cabellera me despido de ella devolviéndole la sonrisa.
Los Red Karen al igual que los Padaung disponen de telares para hilar y tejer sus propios productos o los destinados para el visitante.
Hago otro alto en el recorrido, para observar a una señora que tiende la ropa, lavada a mano con el mismo agua del río.
Parece que es la hora de salida escolar. Los estudiantes no reflejan esa alegría universal que tendrían los estudiantes de una escuela metropolitana al abandonar las clases, pues por aquí, imagino que se divierten más en las aulas que ayudando en las labores artesanales de sus chozas, situadas a cuatro pasos.
Bordeo el final de lo que sería la segunda calle principal en donde tímidamente (…y con toda la razón) se está duchando ante mi presencia, una señora que no se cubre el pecho en un principio. Me imagino que pasaría si sucediera una situación surrealista como esta en mi país, en donde las mujeres mirarían para mal y los hombres para bien.
Al llegar a la última casa del poblado, me detengo pacientemente para observar las técnicas que utilizan para la construcción de unas nuevas cabañas revestidas mediante los manojos de palmas y hojas secas entrecruzadas con tiras de bambú.
Da la sensación de que en el país tailandés han encontrado un refugio más pacífico y tranquilo que al otro lado de la frontera. De los 7.000 padaung censados en Myanmar, 300 se encuentran refugiados en los 3 pequeños asentamientos habitados por la zona y eso se debe a que hacia finales de los años 80,durante la guerra entre el ejército de Birmania, y los grupos rebeldes Karen y los señores de la droga, los habitantes de muchos poblados buscaron territorio al otro lado de la frontera.
El colofón final del poblado lo pone la imagen del "Sagrado Corazón de Jesús", que engalanaba la fachada de una iglesia de hoja de palma que han construido en un extremo del poblado.
La gente sigue con sus quehaceres de forma natural. Unas muchachas juegan con el balón mientras una familia me muestra su guitarra artesanal de varios kilos de peso, con la que asombrosamente consiguen sacar algunos sonidos melosos, acompañados de la letra de alguna triste canción que sacaría las lágrimas a más de uno.
Los últimos momentos de la jornada los aprovecho para pasarlos junto a Mª José, antes de que deba abandonar el poblado de forma obligatoria, puesto que no está permitido alojarse con ellos. Sincerándome junto a ella, de mi enorme sentimiento de tristeza hacia su gente, le pido que me explique si sufren algún percance por parte de los militares. Al contarme que no se puede ir de la lengua, es cuando percibo que realmente hay algo oculto, que solo ellos conocen. Le insisto educadamente a que me cuente una verdad que parece querer esconderme, debido a posibles represalias, según me cuenta. Me pongo nervioso al ver que no soy capaz de sacarle una confesión que deseo grabar en vídeo con la finalidad de tener una prueba denunciable acerca del incumplimiento de los derechos humanos.
Por otro lado me comenta que todos los beneficios obtenidos con las ventas de sus productos, van destinados a sus personas. Particularmente me extraña mucho, pues ¡de que les sirve el dinero! si no pueden gastarlo siquiera en comprar su propia libertad.
Corren rumores de que son varios los empresarios que realmente se benefician de sus actividades. Incluso se cuenta, que en una ocasión fueron varias las mujeres que transportaron a una feria, para mostrar a la población sus largos cuellos, al más puro espectáculo circense.
Ha sido uno de los días más felices de mi existencia, al haber conseguido cambiar algunos de esos ojos apagados y tristes por el de unas miradas mas bien esperanzadoras.
Me despido de MªJosé con mucha pena, mientras me guardo su dirección de contacto, que no es más que un simple código postal ( todo lo que reciben debe ser supervisado por sus controladores)
Soy la última persona en abandonar este poblado que me quedará grabado de por vida, mientras pienso lo triste que sería también el ver a estas muchachas con minifalda y escote en alguno de los múltiples bares de Chiang Mai o Pattaya frecuentados por maduros occidentales.
De regreso a Mae Hong Son me encuentro por casualidad con Jon. Acudimos a un bar, donde le explico la bonita vivencia acontecida, bajo los sonidos de un grupo de música que ameniza el ambiente. No me encuentro nada inmerso en la terraza del local, al pensar que a escasos 30 Km los hay que no pueden hacerlo. Me despido por segunda vez de Jon para retirarme a mis aposentos, a la espera de consultar con la almohada, donde acudiré mañana.
La experiencia del día anterior me ha impactado tanto que decido visitar otra de las aldeas de Karen Padaung. Nueva moto alquilada para ir en busca de la nueva población. El camino de acceso está lleno de riachuelos por los que debo atravesar. Las aguas parecen algo más profundas que las de la jornada pasada. Voy avanzando con cuidado hasta que un trozo de musgo hace resbalar el ligero neumático de la moto, con tan mala suerte que me hace caer en las mismas aguas, poco profundas del riachuelo. Mi mente está en blanco antes de reaccionar de forma rápida, arrojando la bolsa con todo el material a unos secos matojos. La desesperada situación me hace levantar al instante la motocicleta para comprobar que no ha sufrido mayor daño que el de una pequeña rascada en la parte del motor. Retiro la motocicleta para aposentarla de lado en un árbol. Hay que comprobar como me ha quedado el material. Al abrir la ligera cremallera de la funda de la cámara compruebo que se ha mojado. La sensación que me invade es de lo más temerosa mientras apreto el botón de encendido ¡Verifico lo que me temía! El agua ha penetrado en el interior del aparato. La seco y reseco al sol deseando el milagro. La impresora también se ha mojado algo y no se enciende. Ahora son dos los milagros. Las hojas de papel no sufren daños al estar envueltas por plástico.
Espero media hora a que se sequen los artilúgios y la ropa, dando gracias como siempre a que la vida continúe. Aprieto los botones de encendido de la cámara y la impresora para cercionarme que el equipo ha fallecido.
No quiero preocuparme por algo inevitable. Este es uno de esos momentos malos, que hacen valorar las cosas más que nunca. Mi estado, irremediablemente, se encuentra por los suelos sin saber que hacer.
Solo hay un objetivo en mi mente. Regresar de urgencia a Mae Hong Son sin visitar la nueva aldea. Mi triste estado de ánimo empeoraría aún más sin poder serles de ninguna ayuda.
Me cambio de ropa en la pensión y me dirijo de inmediato a una pequeña tienda de fotografía para ver si pueden revisar el equipo. En la pequeña ciudad parece que no hay nada que hacer. No hay casa oficial ni expertos en el tema.
Sin el equipo me siento muy vacío. Es la primera vez que me doy cuenta que sin la cámara y la impresora no tengo ganas de hacer nada. El equipo ha resultado ser ya una prolongación de mi cuerpo.
Parece que lo más cercano donde me pueden revisar el equipo es en Bangkok, donde se encuentran las oficinas centrales para el análisis y recambio de piezas.
Sin perder un par de días para llegar por vía terrestre a Bangkok, acudo al minúsculo aeropuerto de Mae Hong Son para ver horarios y precios de los vuelos hacia la capital.
Al ver el pequeño aeropuerto, considerado uno de los más peligrosos del mundo al estar anclado entre enormes valles, compruebo que hay un solo vuelo hasta Chiang Mai, en un par de horas. Al ver que quedan pocas plazas libres decido contratarlo por unos 20 $. Sé que esa cantidad no es nada en cualquier país europeo pero ese dinero me representa los gastos completos de unos 4 días.
Siento impotencia y rabia desde el pequeño asiento del avión al no poder fotografiar el despegue del aparato de entre los enormes valles rodeados por las montañas.
Una sola hora de vuelo ha substituido medio día de duras carreteras. Sin pensarlo tomo un tuk-tuk hacia la estación de autobuses, para ver las salidas hacia Bangkok. Por suerte quedan billetes para la capital. Espero más de cuatro horas para subir a uno de los mejores autobuses que utilicé en mi vida. Razones no le faltan: varios monitores de gran tamaño, asientos reclinables a más no poder, servicio de comida, etc. Tanto lujo para las 11 horas de trayecto tiene un coste de 10 $.
Durante la espera del autobús deambulo por el mercado central de la estación para abastecerme de comida y bebida por los próximos días. Durante mis siguientes jornadas no pienso comer en ningún local, que no sea la misma calle. Las razones son que he gastado en un solo día más de 30 $. con lo que durante la próxima semana los gastos deberán ser substituidos a la baja. Y pensar que todo ese importe es lo que se gasta una persona normal en una noche de fiesta en Barcelona.
El mercado de la estación está casi cerrado mientras espero triste bajo los escalones de un pequeño restaurante. Observo a una anciana recoger las ultimas mesas del local. Me da pena al pensar que no le puedo tomar una fotografía. No llevar la cámara bajo el hombro se me hace tan duro como al drogodependiente su dosis diaria. Parece que la anciana se da cuenta de mi penosa situación cuando le arrojo una sencilla sonrisa. El resultado: me trae una especie de pinchos de pollo que le han sobrado. Agradeciéndole con otra sonrisa, pienso que deberé seguir poniendo la misma cara de tristeza en los sucesivos días, si quiero que me den comida de los restaurantes. Total para que se tire, lo aprovecho y me ahorro algo.
Estirado en la plaza del autobús, solo deseo dormir y olvidarme de mi preocupación hasta mi regreso a Bangok en busca de una solución.
Es de noche cuando me despiertan para indicarme que hemos llegado a Bangkok. La nueva estación de autobuses es inmensa y algo desordenada. Debo averiguar que línea llega hasta Kao San Road para dejar el equipaje donde pueda y acudir lo más rápido posible a las oficinas de la marca del fabricante de mi cámara e impresora.
La gente parece no entenderme cuando les indico a donde deseo acudir. Buscando algún puesto de información me topo con una joven mochilera. Imagino que es china por sus rasgos, aunque no por su altura de unos 175 cm. Parece más perdida que yo cuando le pido información. Tomamos finalmente juntos un autobús a la misma dirección. Durante el trayecto me explica que es de Corea del Norte. Me parece que lo más indicado será recomendarle el antiguo alojamiento en el que me hospede, para compartir los gastos de la habitación, siempre y cuando ella lo desee. Solo de esa forma podré dejar el equipaje en un lugar seguro para buscar ligero de equipaje la sucursal donde confío puedan arreglarme el equipo. Le expongo compartir el cuarto y acepta sin problema. Imagino que no es fácil confiar en un chico de buenas a primeras, pero el caso de llevar también mochila habrá ayudado en algo a que acepte.
Una vez llegamos a la zona, parece que está todo ocupado. Recorremos una y otra calle hasta que encontramos tras más de 1 hora de búsqueda, una habitación libre en un edificio considerable. En el local nos atiende una señora de muy malos modales que parece que nos acepte como si de un favor se tratara. Deshacemos mutuamente los equipajes en la habitación donde descanso unas pocas horas en espera de que la ciudad despierte. Mi compañera se encuentra también cansada con lo que aprovecha para tumbarse en la pequeña litera vecina. Al despertarnos quedamos a media tarde para hacer algo juntos. Ella hará algo de turismo por la ciudad mientras yo acudo a pie hasta el distrito financiero para encontrar un enorme edificio, de nombre Bangkok City Tower, donde se albergan las oficinas de mi marca nipona. El paseo se hace largo por las grandes avenidas comerciales. Al situarlo subo las varias plantas hasta las oficinas donde dejo el material para que me realicen el análisis técnico afortunadamente gratuíto. En el caso de que puedan arreglo, solo espero que el presupuesto no se dispare.
Una hora más tarde los resultados son; piezas corroídas por el agua para la cámara, una de las tarjetas de memoria compact flash (por suerte vacía, sin imágenes) para el olvido, la impresora técnicamente correcta aunque no funcione y las baterías también para la basura. No hay solución posible.
Con ganas de llorar salgo del edificio decaído pero con el firme objetivo de comprarme una nueva cámara y batería. Camino a paso acelerado por Siam/Silom Road en dirección a algunos de los enormes centros comerciales donde iniciar la búsqueda. Estoy decidido ya que sin una cámara no me dan ganas de proseguir la ruta.
En la primera tienda que me paro, veo un modelo de cámara digital de segunda mano, con garantía y 6 megapixeles por unos 300 $ al cambio. La buena resolución hace que sea la candidata perfecta en un principio, aunque desisto en cuanto me entero que dicha marca no es compatible con la marca de la impresora. Ese dato no lo había tenido en cuenta, con lo que he de tomar la determinación de si me vale la pena o no. Las posibilidades de una compra rápida decrecen al tener que optar al encuentro en exclusiva de la misma marca, opción que creo más acertada. Prosigo con la ardua labor de búsqueda y comparación de precios de varios modelos en diferentes tiendas. Parece que no hay mucha diferencia de una tienda a otra. Pregunto de forma constante a la gente sobre las tiendas o zonas más baratas de la ciudad. Varios me indican un enorme centro de tecnología por la misma zona. El complejo está compuesto de varias plantas, con multitud de tiendas que hacen que me pase más de una hora anotando sin parar los diferentes precios y modelos en un pequeño papel de cuaderno arrugado. En una de las infinitas tiendas veo una oferta especial de 300 $ para una Leica M de segunda mano. (En España su precio ronda los 1000 $). Reconozco que me pasa por la cabeza el comprarla, al haber sido la cámara con la que cualquier fotógrafo ha soñado en multitud de ocasiones por el silencio del disparador y la gran luminosidad de diafragma o número f. El problema al no ser digital, es que se le puede dar muy poco uso debido a las pocas fotografías que se pueden tomar con ella, al ser necesario multitud de carretes para las fotografías que necesito, más el gasto añadido del revelado de los negativos sin ampliar. Y es que como decía la frase hay dos tipos de fotógrafos, los cazadores intrépidos y los pescadores que esperan. En mi caso particular me siento una mezcla de los dos. Cazador por la urgencia, variedad, comparación y rapidez de las tomas cuando se dispone de poco tiempo. Y pescador, cuando aprecio de antemano que la imagen que deseo tiene tanto contenido, que me merece la pena esperar mucho tiempo, para lograrla o al menos haberlo intentado. Agotado y sin llenar el estómago pongo fin a la búsqueda.
Al regresar a la pensión para encontrar a mi compañera de cuarto, la engreída recepcionista no me quiere dar la llave de la habitación. Los nervios me corroen cuando la ilógica absurda invade mi cabeza sin entender que diantres sucede. Mi tono se acelera ante las negativas de la amargada señora. Más tarde averiguo que piensa que no estoy alojado al no haber dejado el pasaporte cuando me instale. En todo caso sería culpa de ellos si nadie me lo solicitó en ningún momento. El problema ahora es que no recuerdo el nombre de mi compañera: no hay forma de convencerlos. Al decir que procede de Corea parece que no hay nadie alojado con dicha nacionalidad. Furioso hago que me acompañe a la habitación para que me la habra. Por los pasillos la más que maleducada conserje de voz aguda exagerada no para de quejarse hacia mi persona. Por los escalones de acceso a la segunda planta del edificio, la sensación que me invade a cuerpo pleno de forma temblorosa me hace llegar a pensar que la chica Coreana ha podido robarme parte del equipaje antes de abandonar el cuarto. Solo me hace falta algo así ( no es que haya nada de alto valor económico, pero el hecho de pensar que me faltan los cuadros de Nepal, los papeles fotográficos, ropa y demás me haría sentir de lo más desafortunado al no dispone de lo más básico). En la entrada de mi habitación hago que saque la llave maestra para que abra el cuarto. Al abrirme la puerta indicada ¡sorpresa, está todo en su sitio!
Me sabe fatal haber pensado mal de mi compañera. Y todo por culpa de esta empleada incompetente para tan sencillo puesto de trabajo. Con mi nueva cara de satisfacción, la empleada parece no estar convencida de que los bienes que empiezo a toquetear son míos con lo que le hago callar la boca a medida que le justifico de forma previa mediante gestos, algunas de las pertenencias que retiro de la mochila. Aclarado el tema, le cierro de golpe la puerta tras hecharla de mi habitación. Me tumbo más feliz que nunca en la cama a la espera de que acuda Kuly ¡Cómo para no recordarlo!
Expuesto el caso bajo unas risas damos una vuelta por las inmediaciones. Cenamos algo en un puesto callejero donde las pequeñas bandejas de arroz acaparan la mayoría de los menús. Acabamos tomando una cerveza en una de las terrazas donde contemplamos la multitud de viandantes extranjeros que se mezclan entre la población local.
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No deseo estar más tiempo en la capital con lo que compro un billete para ir dirección Pukhet. Me despido de Kuly quien marcha al aeropuerto de retorno a Corea. Me quedan varias horas para partir, lo que aprovecho para mirar las últimas tiendas en busca de mi nueva cámara. Opto por comprarme un modelo algo superior a la cámara estropeada que ya guardé a lo más fondo de mi mochila, para el recuerdo. El precio al menos es la mitad de lo que costaría en mi ciudad. Debo andar con cuidado en el tema de gastos, antes de llegar a Australia, donde necesitaré obtener algunos ingresos extras para poder continuar el viaje.
Feliz como un niño en Navidades apuro los últimos minutos para conectarme a la red desde un pequeño locutorio de la pensión. La conexión es realmente mala en mi ordenador, bloqueándose las pantallas sucesivamente. Al resto de los navegantes parece que les funciona bien con lo que solicito ayuda del encargado quien enfadado me apaga el monitor para mi sorpresa. Al instalarme en otro de los monitores me dice que no puedo utilizarlo. No entiendo que es lo que le pasa conmigo. Imagino que la recepcionista le comento algo de que no deje el pasaporte o el lío que tuve con ella la tarde pasada al no dejarme de un principio ir a mi habitación. Sin rechistar dejo amablemente el cuarto de Internet, ya que no me hace pagar los 10 minutos que estuve conectado. A veces ya me va bien que la gente se enfade sin motivo si eso me supone un ahorro, por poco que sea. Me dirijo a recepción para pedir que me abran el cuartillo donde me guardaron la mochila para tomarla y a continuación pagar a la inepta empleada de malos servicios. No sé que diantres me recrimina a la hora de pagarle. No soporto su aguda voz de pito, con lo que por no oírla le arrojo de mala gana el importe de la noche en monedas para que las cuente si le da la gana, mientras salgo a la salida de la pensión donde me espera el autobús de una compañía de la competencia de los servicios de transporte que ofrecían en esta pensión a la que no pienso volver en mi vida.
Arranca el autobús mientras veo desde la ventanilla como me miran tanto la recepcionista como el encargado de Internet.Con una falsa sonrisa y un adiós con la palma de mi mano en movimiento, me despido de ellos en tono burlesco tal y como se merecen.
Me aguardan 12 nuevas horas de viaje. Ahora y más que nunca aprovecho siempre para viajar de noche para ahorrarme el pagar cama en cada trayecto que realice. Sé que me dirijo a un destino de playa solo de ver el tipo de pasajeros que hay en el autobús, predominantemente jóvenes occidentales.
Me dirijo en dirección sur, pensando tristemente que me perdí varios puntos de interés del Norte del país debido al problema de la cámara. Uno de los destinos que no pude cubrir fue el de Sukkotai, la primera capital de Tailandia de la que solo me quedo con la información que puedo leer acerca de ella
“Sus primeras torres, para aproximarse al hogar de sus héroes caídos, se levantaron en el s. XII cuando la ciudad fue gobernada por el Imperio Khemer de Angkor. Pero pronto, el loto -símbolo de Sukkotai- irrumpió en la ciudad y con él la Edad de Oro del Imperio Thai. En los cinco kilómetros a la redonda donde se hallan dispersas las ruinas de la primera capital, sus Budas se coronan con la flor que simbolizaba la sabiduría y así "el amanecer de la felicidad" -significado de "Sukkotai"- sería el faro que alumbrase la Edad de Oro de la genuina civilización tai. Fue con el segundo rey Sukkotai, Ram Khamheng, con el que se estableció un sistema de escritura que se convirtió en la base del thai moderno”
Parece pues que me deje algo pendiente que visitar para otra ocasión.
A dos horas de camino para Pukhet hacemos una parada para hacer transbordo en furgonetas. Aprovecho para despejarme con un gran café mientras veo como la gente está viendo de un pequeño televisor un partido de fútbol. Me quedo de piedra al darme cuenta de que el partido es de la Real Sociedad, el equipo de toda la vida de Luís.Parece mentira que la gente de aquí tenga interés en ese club, del que imagino que solo miran por tratarse un equipo de la liga española y no por ninguno de sus jugadores, de los que creo que no son reconocidos en el ámbito internacional.
Acabo tomando la furgoneta con un señor mayor procedente de Niza, el resto de los jóvenes van a las zonas de playa de Pukhet. Menudo lujo poder tomar una furgoneta para nosotros solos. Es lo bueno que tiene a veces el ir a puntos no tan turísticos. Mi nuevo compañero de viaje se conoce a la perfección toda la zona de Pukhet, cosa que aprovecho para que me recomiende los puntos de más interés y algunas de las playas más idóneas que visitar.
A casi 1000 Km. de distancia de Bangkok y tras cruzar un largo puente de asfalto entro al fin en la isla de Pukhet, también conocida como la perla de Andaman y la única isla que goza de estatus de provincia. El día es más que perfecto lo que me da más ganas de empezar a utilizar la nueva cámara de la que ya me leí parte de las nuevas funciones de las que dispone.
A pocos kilómetros del centro de Pukhet se haya situado el pequeño aeropuerto en el que me despido del que ha sido otro ocasional compañero de viaje que se dirige a India para encontrarse con otros compañeros imagino también jubilados.
Si Pukhet es famoso por algo imagino que será por sus conocidas playas y no por el pueblo que da nombre a la zona. En Pukhet Town no hay nada que resaltar más que algunos pequeños comercios y un aceptable mercado central. Los precios para colmo son más caros que en el resto del país. Consigo un guesthouse bastante apartado por el que me cobran 5 $.
Como el día me lo voy a tomar con calma no pienso acudir a ninguna zona de playa hasta el próximo día, a la espera de alquilarme una bicicleta con el que recorrer todas las zonas costeras, que imagino no son pocas.
Aprovecho parte del día para conocer el pueblo que se puede visitar en un par de horas y para poner a punto la cámara, anotándome un pequeño esquema de resumen de las funciones más importantes que recordar.
Por fin disparo la primera fotografía en serio y me doy cuenta de la gran luminosidad con la que cuenta la nueva cámara en comparación con la anterior. Siendo tan parecidas noto una mayor claridad en las tonalidades del color de la imagen registrada en la pantalla LCD.
Busco información de tiendas de alquiler de bicicletas para la próxima jornada, realizo Internet y compro una nueva bolsa para la impresora ya que el asa del pequeño maletín de tela barata está dado de sí.
Termino el día visitando el templo de Chalong a pocos kilómetros de distancia para retornar de nuevo al centro en donde visito el mercado central para comprar algo de fruta.
Aprovecho para acostarme pronto en la enorme cama de matrimonio del sencillo cuarto para coger fuerzas necesarias para el pedaleo que me espera al día siguiente.
Me levanto a las 7:00 de la madrugada para almorzar algo rápidamente en el guesthouse mientras observo un póster que me llama la atención por la figura de un hombre atravesándose varios alfileres por la boca: se trata del festival vegetariano de Phuket que se celebra durante el noveno mes lunar chino, entre Septiembre y Octubre. Me explican que dicho festival es de los más conocidos de Tailandia y que se lleva celebrando desde 1825. Durante la celebración del festival son varias las personas que durante las procesiones se perforan dagas por la boca o caminan sujetos por varios clavos enganchados por la piel de su espalda. Asombrosamente todas las perforaciones no les producen nada de sangre. Por lo que tengo entendido esto se produce por haber estado en ayuno.
Me alquilo la bicicleta con la intención es bordear todo el extremo oeste de la isla
donde se hayan situadas las más conocidas playas. Inicio el recorrido hasta la bahía de Chalong donde fotografío alguno de los largos muelles en donde reposan algunas de las coloridas barcas, en su mayoría de madera. Prosigo hasta las playas de Rawai, Naiharn. Las subidas de la carretera se empiezan a hacer evidentes por lo que realizo múltiples paradas para fotografiar cada una de las playas y beber agua constantemente por el calor exagerado. Al llegar a la siguiente playa, la de Kata me paro para reposar media hora en un pequeño puesto de carretera que aprovecho para meterme algo a la boca. No he parado en toda la mañana de dar al pedal y la verdad es que no me dan ningunas ganas de tumbarme en la arena de ninguna de las playas. Prefiero visitar la gran mayoría y disfrutar fotografiándolas. De la playa de Kata prosigo a la de Karon y un bonito descenso a continuación hasta la más conocida zona turística de la isla: Patong. Durante parte del descenso por la carretera un jeep en el que viajan varios jóvenes acompañados de rubias tipo póster parece ensañarse conmigo al no poder adelantarme por la estrecha bajada. No pienso bajar más rápido de lo que voy con lo que tras varios minutos me paro en uno de los desvíos para dejar que el jeep de esos niñatos descienda a toda velocidad antes de que esos imbéciles pongan en peligro mi vida.
Al llegar a Patong, solo hago una rápida parada en su playa para fotografiarla y continuar mi ruta, pues no quiero perder ni un segundo en esta zona repleta de bares con prostitutas y turistas con chicas thai por la playa. Me recuerda a la zona de Pattaya en pequeño. Vuelta a subir pendientes para hacer una parada obligada en un mirador desde el que se divisan las dos bahías que forman las playas de Kamala y Surin.
Estoy algo cansado de tanto trote al llevar unos 70 kilómetros recorridos con lo que vuelvo a descansar algo a la sombra de un árbol. He realizado la mitad del itinerario previsto con lo que deberé apresurarme a continuar hasta una de las las varias cascadas situadas en pleno centro de la isla; la de Jang Pae.El acceso a ella tras dejar la bicicleta junto a la caseta de unos vigilantes me hace adentrar en plena vegetación frondosa junto aun débil riachuelo por el que descansan muchas ramas de gran grosor. Camino por el pequeño camino de piedra para llegar a la cascada en unos 10 minutos en donde por fin puedo contemplar el cielo y unos turistas que se arrojan a la cascada desde unos 10 metros de altura. En el mismo parquing de la cascada hay un centro de rehabilitación de gibones, esa especie de simios anaranjados en vía de extinción a los que no puedo sacar una nítida imagen por el grosor de las celdas en las que los hospedan.
Queda una hora para anochecer con lo que retorno rápidamente hasta el extremo sudeste de la isla (Pukhet Town) para devolver la más que usada bicicleta y recoger el equipaje de la habitación antes de tomar un nuevo autobús en dirección a Phang-Na (65 Baths), a hora y media de distancia.
Al igual que sucedió con Phuket town, Phang-Na no tiene ningún atractivo en especial, (se debe diferenciar Phang-Na de Phang-Na Bay, pues es esta segunda la que goza de interés al tener el status de Parque Nacional). Una sola calle principal compone el centro del nuevo poblado en el que los comercios están ya cerrados Para mi suerte encuentro una casa de huéspedes cercana a la estación de autobús en la que me apeo. Se trata de una casa familiar de tres plantas regentada por un tal MR Kean y su hijo, quienes organizan también diferentes rutas de visita por los puntos cercanos más importantes como las cuevas de Tapan (cielo y infierno), las de Pung Chang (cuevas del elefante) o las de Suwan Kuha con su templo budista. También hay la posibilidad de visitar diversas cascadas cercanas como las de Ramun o Sanang.
Acabo en un pequeño local de Internet para pasar el rato a la espera de que coger algo de sueño par acostarme mientras decido que realizaré la visita a Phang-Na Bay, puesto que ya visité cuevas y cascadas por el resto del país.
Tras los primeros rayos del nuevo amanecer me tomo un hirviente café a la espera de partir para iniciar el itinerario. Parece que finalmente no lo podré realizar al no haber más clientes. Cosa que era de prevenir ante la nula presencia de un solo turista por la zona. El tema es que con mi sola presencia no cubren siquiera los gastos. MR Kean me anuncia que espere un rato para ver si le consigue alguna persona más que se nos una. Pido un nuevo café a la espera de que se produzca lo que parece imposible. Y por si alguien no cree en las casualidades, ahí va una:
Mientras me tomo los últimos sorbos del café aprecio al otro lado de la calle a una bella jovecita occidental cuyo rostro parece algo perdido. Aviso rápidamente a MR Kean mientras emito un silbido a la joven para ver en que le podemos ayudar. Para nuestra buenaventura, está buscando información para acudir a Phang-Na Bay. Es ahora cuando le toca al Sr Kean utilizar sus armas de comercial. La chica acepta realizar la visita junto a nosotros con lo que salimos de inmediato ocupando la parte posterior de una furgoneta para acudir a un pequeño embarcadero, de donde tomamos una larga y fina canoa motorizada para realizar el inicio del recorrido. Mi nueva compañera es realmente bella, de rostro tierno con un pequeño moño que envuelve su rubio pelo. Se llama Mary y es inglesa. Para mi asombro solo cuenta con 18 años y está viajando sola por Asia, proveniente de Nepal, en donde impartió clases de inglés en pequeñas escuelas rurales. No creo que haya muchas jóvenes europeas que se atrevan a viajar solas por países tan alejados de sus culturas. Eso la hace quizás más especial a mi modo de ver las cosas. Me imagino los problemas que puede suponer la mayoría de la gente de nuestros países respecto al hecho de que una joven recién cumplida la mayoría de edad, esté viajando sola con todos los problemas que la gente espera que le sucedan, como violaciones y robos. Y es que una cosa al respecto que se puede decir de Tailandia, es que al ser una población con más de un 90 % de budistas, el sentimiento que se transpira por aquí es más seguro que el de cualquier barrio algo marginal de Europa.
El paisaje general es realmente agradable y muy similar al de Halong Bay (Vietnam) o al de Li River Valley, en Guillin(China). Navegando por estas aguas tranquilas y rodeados de liantes manglares por todas partes, me cuentan que era por aquí donde habitaban enormes cocodrilos ya extinguidos. Al desaparecer los manglares kilométricos se divisan por fin las primeras formaciones geológicas emergentes de las aguas. Formaciones rocosas de alturas considerables sobresalen en solitario, apartadas unas de otras por prudentes distancias. De formas caprichosas algunas y endemoniadas otras, la gran mayoría tienen algún sobrenombre en función del aspecto y forma que presente. Datan de entre 2 y 10 millones de años de antigüedad.
Proseguimos bajo el incesante ruido del motor de la lancha hasta Koh Ping Kan, uno de los islotes de la zona más visitados, por haber sido parte del rodaje de la película “El hombre de la pistola de oro”. Por si alguien pensase que el cine no tiene ninguna influencia solo decir que actualmente a dicho islote se le conoce más ahora con el nombre de James Bond Island desde que se rodara la saga allá por el año 1973.Un largo y estrecho muelle nos hace entrar a la pequeña isla en la que deberemos bajar por unas naturales escaleras de piedra para llegar hasta la pequeña playa con algún típico pequeño comercio para el turista que desee pagar más de lo normal. Desde aquí se aprecia majestuosamente una de las formaciones de piedra que sale del agua ensanchándose cada vez más hasta el tope de su considerable altura.
El siguiente punto en el que nos apeamos es Koh Panyi. Un pequeño pueblo flotante de pescadores de una población malayo-musulmana tal y como demuestra la dorada cúpula deslumbrante de la mezquita central a la que acudo con Mary. Una pequeña escuela vecina me hace reflexionar sobre lo difícil que se puede hacer una vida conviviendo en un poblado tan pequeño y rodeado a los 360º por agua. Las estrechas callejuelas o mejor dicho muelles internos nos hacen llegar hasta algunos de los comercios típicamente musulmanes. En algunas casas albergan en la misma entrada alguna enorme águila de tipo pescadora, que con una pose totalmente erguida parece querer decirte que ahí está ella, la reina de las aves. Disponemos de media hora antes de marcharnos con lo que buscamos algún pequeño local interior donde comer algo. Al momento nos aparece un travestido con un gibón en su hombro. No me permite fotografiarlos a menos que le soltara un billete. Degustamos en una pequeña casa-restaurante un caldo algo picante y algo de pescado a la plancha, que imagino debe ser parte de su dieta principal. Tenemos una pequeña, dormida en una rosa hamaca, a la sombra, justo al lado de nuestra mesa. Antes de abandonar el poblado regresando de camino al muelle en donde esta amarrada la canoa, me paro durante un momento a contemplar a un pescador reparando sus redes de pesca a la entrada de su hogar bajo las atentas miradas de las que imagino son su señora esposa y su ancianísima madre. Cercanos a ellos y sentado en una banqueta sonriente se encuentra un anciano con muletas al que retrato rápidamente sin mucho tiempo antes de subir nuevamente al bote.
Continuamos el itinerario hacia la zona de las cuevas de Tham Lod y Kow Khien, unas pinturas primitivas en lo alto y bordeante de unas rocas junto al agua que datan de más de 3000 años de antigüedad. Con tanta roca, entradas, cuevas y demás no es de extrañar que por aquí se realice kayaking. Un enorme bote anclado sirve de base de donde se puede tomar alguna canoa para darle un poco al remo por esta agua tan calmadas. Mary aprovecha para hacer piragüismo mientras yo le espero en el barco fotografiando los alrededores o los detalles coloristas de las proas de unas canoas del lugar.
Con medio día se ha aprovechado el tiempo al máximo, sin olvidar la comodidad de haber realizado la ruta junto a una nueva compañera en una canoa entera para nosotros dos solos. Y todo por menos de 8$ incluyendo la entrada al Parque nacional, el alquiler de la canoa, el barquero, la gasolina, etc.
De retorno al pueblo de Phang-Na, quedo junto a Mary dentro de una hora en la estación de autobús para ver si hay combinaciones en dirección a Krabi a poco más de una hora de distancia. Al tener ya toda la bolsa hecha y encontrarse mi alojamiento junto a la estación a provecho para dar una última vuelta por la calle principal de Phetkasem hasta que tomando el primer desvío hacia la salida entro en un pequeño pero agradable templo budista sin un solo alma a su alrededor.
Para nuestra fortuna hay líneas directas hacia Krabi. Compro los dos billetes por menos de 2 $ a la espera de entregárselo a Mary en cuanto venga. Descanso a la sombra de una pequeña parada callejera frente al que ya sé que es nuestro autobús. Faltan 15 minutos para partir cuando aparece mi nueva compañera, bajo la buena mirada de los hombres de la estación, para los cuales les debe resultar ser algo de lo más exótico al ser rubia, blanca y de ojos claros. Imagino lo empalagoso que debe ser (que no peligroso), cuando se es una mujer observada por cada persona que pasa a tu alrededor.
Durante el trayecto desde la parte posterior del transporte, en el que bajamos las ventanas completamente debido al sofocante calor del interior, Mary me muestra fotografías de sus amigas en una fiesta de cumpleaños junto a su familia. Al verla en una de las fotografías, abrazada a un chico, le pregunto si es su hermano: resultó ser su novio. Al preguntarle si le hecha de menos me responde afirmativamente de forma tímida.
A la llegada en Krabi, la capacidad de alojamiento parece estar completa al ser temporada alta, el turismo es actualmente la principal actividad económica en la provincia junto al sector agrícola y pesquero. Al encontrar una habitación con una sola cama de lo más estrecha, se la cedo gustosamente a Mary por motivos obvios. Dejo mi equipaje en su interior para proceder a la búsqueda de otra litera, que encuentro justamente en un pequeño hostal cercano, en el que me aseo antes de dar una vuelta por los alrededores para hacer algo de tiempo antes de verme nuevamente con Mary para cenar juntos.
Krabi, cuyo nombre vendría de una clase de espada, está construida en las orillas del río Krabi, no lejos de su desembocadura, donde sus aguas se tiran en el mar de Andamán. Los paisajes que la rodean, están dominados por altas rocas calcáreas que salen de la tierra, talladas por cuevas y cubiertas de selva. Este escenario está presente principalmente en el norte y en el centro de la provincia. Sus playas han sido votadas en varias ocasiones 'las MEJORES del mundo' según algunas revistas, de las que sospecho que alguna campaña de marketing habrá de por medio.
Por las principales calles del centro abundan principalmente supermercados y tiendas de ámbito internacional y restaurantes enfocados al turismo.
Las numerosas cuevas y 'Hong' (cuevas abiertas por arriba) de la provincia han revelado secretos tales como las pruebas de seres humanos han habitado esos lugares hace más de 43.000 años. Hoy muchas de esas cuevas gigantes albergan templos budistas, santuarios o son el habitáculo de numerosas especies de fauna y flora, tal como el Gurney Pitta, una ave que se creía extinta. El descubrimiento de especies atrae los ornitólogos del mundo entero a las costas de Krabi.
Retornó a la pensión donde conozco a un brasileño, que me informa sobre Indonesia. Por el buen trato recibido, le compenso con una pequeña guía antigua de Tailandia, editada en portugués que compre en Camboya.Le hace gracia el recibirla en su propio idioma, ya que no es frecuente encontrar escritos en tal idioma. Tras arreglarme y asearme en mi pequeño cuarto, acudo a cenar con Mary en los bajos de su pensión, habilitados como zona de bar. Una gran pantalla de televisión ameniza a los comensales, en su mayoría jóvenes viajeros de diferentes puntos del mundo. Tras la cena, me despido de Mary, hasta mi regreso de Koh Phi Phi. Ella no sabe bien que visitar de Krabi antes de partir hacia Malasia.
KOH PHI PHI
Krabi es un buen punto estratégico para embarcarse en ferry hasta Koh (isla) Phi-Phi. En una gran explanada, donde realizan acrobacias unos aviones teledirigidos, está situado el pequeño muelle de donde parto (400 Bth ida-vuelta), para acudir a Koh Phi Phi, formada por dos islas principales (Phi Phi Lay y Phi Phi Don).
En Phi Phi Lay y los acantilados al oeste de Phi Phi Don es donde se encuentran los colectores de nidos de golondrinas, quienes arriesgan sus vidas por los tan codiciados huevos, y es en la parte de Phi Phi Don donde habitan los Chao Naam (gitanos del mar), pescadores seminómadas de los que leí, que bucean a pulmón libre hasta los 60 metros, pudiendo llegar a permanecer más de 3 minutos bajo el agua.
La temporada alta ( diciembre- marzo), hace que acudan grandes cantidades de visitantes a la isla, y que no quede la menor habitación o bungalow para alquilar. Aún así la isla sigue conservando algunas de sus bellezas naturales, bien que para apreciarlas realmente, un buen paseo para escapar de la muchedumbre se me hace necesario.
Hat Yao (Playa Larga) está frente al sur, y alberga algunos de los mejores arrecifes de coral de Phi Phi Don, tal y como anuncian en alguna pequeña tienda de diving. También cabe la posibilidad de hacer escalada libre en alguna de las escarpadas rocas de la isla.
En la costa Este de Phi Phi Don hay otra muy bonita playa, Hat Lanti, idónea para los deportes náuticos. Durante muchos años los habitantes no permitieron la construcción de ningún bungalow aquí, debido a la presencia de una gran mezquita en un palmeral que domina la playa. Pero finalmente la atracción del dinero ha sido más grande. Los administradores del Parque han permitido que el desarrollo de Phi Phi Don continúe sin trabas pero parece que finalmente las cosas se están calmando por si mismo.
Paseo por “ la playa”, mismo título de la película protagonizada por Di Caprio y rodada, casi íntegramente en esta isla.
En la maravillosa bahía de Ton Sai, convertida más en un embalse para barcos, que en una playa tranquila y apacible, cada vez, es más frecuente la construcción de más bungalows. Este no es el lugar para soledad y paisajes. Por otra parte los visitantes que buscan lugares con más vida, serán satisfechos por la amplia gama de restaurantes, bares, comercios de souvenirs y hoteles confortables, que componen lo que sería la zona comercial de la isla. Los precios en la isla son algo más caros de lo habitual, debido a los transportes de mercaderías, desde Krabi y Pukhet. Algunos puestos de comida, situados en la misma playa que forma la bahía, hacen que me tome un pescado a la sombra de una enorme palmera.
Prosigo mi etapa hasta una colina cuesta arriba, desde donde se puede divisar las increíbles vistas generales a toda la isla y la H que forman las bahías de Ton Sai y Loh Dalam, separadas una de la otra por escasos 100 metros. Desde lo alto del mirador, aprovecho para tomar fotografías en formato panorámico y descansar algo, sentado en una roca desde la que contemplo el idílico y justificado paisaje, que me rodea a 360º.
El último barco de regreso sale a las 16:00 horas con lo que dispongo de un par de horas más, para caminar sobre la hierba de los enormes palmerales o trotar en busca de algún detalle fotográfico, como las ramas de un pelado árbol del que empiezan a brotar sus rojas flores o algunos de los barcos-taxis amarrados.
En el trayecto de vuelta, aprovecho para tumbarme en la cubierta de la embarcación, bajo la ondeante bandera de Tailandia que cuelga de la popa. Antes de llegar a Krabi hacemos alguna parada en donde pequeños barcos recogen a algún turista que deseen acudir a alguno de los islotes que componen los alrededores.
Nuevamente en Krabi, me acerco hasta el hotel en el que se alojó Mary, para comprobar si todavía permanece en el. Lamentablemente, me indican que ya partió hacia Malasia. ¡Que pena no habernos dado los e-mails a tiempo!
Visitó el mercado central de krabi para tomar asiento en alguna de las mesas, para cenar algo; desde algún exquisito pincho moruno a alguna de las pequeñas y comunes bandejas con pollo y arroz (0.5$)
HAT YAI
Desde la estación de autobuses situada a 4 Km del centro tomo un nuevo autobús para acercarme hasta Hat Yai, ciudad fronteriza con Malasia. He decidido, como casi siempre, ir por libre en dirección al vecino país. Lógicamente, por mi forma de ser, y por cuestión de precios: desde las agencias de Krabi, los precios hasta K. Lumpur salen por la friolera de 20 $.
Recién llegado a Hat Yai, compruebo que es una de las ciudades más grandes de Tailandia. Tiene fama de ser un próspero centro para los negocios y también dispone de una amplia variedad para el ocio nocturno. Son nulos los visitantes extranjeros en esta ciudad, último punto geográficamente al sur de Asia, en el que impera del budismo, ante de entrar en territorio ya musulmán, como es Malasia.
Si algo curioso hay en Hat Yai, son los diversos restaurantes de serpientes con los que cuenta. El más reconocido de todos es la casa de la serpiente, un amplio restaurante bastante céntrico, especializado en la sopa medicinal de la serpiente, de la que se dice que realza el sistema inmunológico, limpia la sangre, aumenta la vitalidad, calma los dolores de la espalda, etc. Como me encuentro en muy buen estado físico, prescindo de probar ninguna de esas extrañas especialidades culinarias. Puesto que accedo al restaurante con la intención de no comer nada, solicito a uno de sus empleados la posibilidad de realizar algunas fotografías, que me son permitidas sin ningún problema. Las serpientes, mayormente cobras negras, son almacenadas vivas en una jaulas a la vista de todos, antes de que pasen a mejor vida. Uno de los cocineros atrapa al momento a una de ellas con un gancho metálico, para colgarla de una pared, donde la abre en canal, antes de aprovechar todas sus partes. Posteriormente y con la piel sobrante, realizan artículos de bisutería, tales como cinturones, monederos o pulseras que venden en el mismo restaurante.
Camino en la que es mi última tarde en Tailandia, hasta la terminal de autobuses de la ciudad, donde relleno todos los trámites de acceso para la entrada a Malasia.
Sukhotasi me perdí xxxx