Capítulo 6

HANOI: LA CIUDAD DE LAS MOTOS

Entramos en Vietnam. Una vez pasada la frontera, nos aguardan los taxistas a la espera de clientes, pero no vemos autobuses regulares. Damos una vuelta para comprobar y finalmente aceptamos el servicio de un taxista vestido con toda la parafernalia comunista. Me hace recordar a Fidel Castro: ropa militar y una pronunciada barba canosa. Para completar la escena, mantiene un enorme puro en la boca durante todo el trayecto. Al llegar al poblado más cercano, bajamos y buscamos un medio de locomoción para llegar a Hanoi. Tomamos lo único que hay: una motocicleta de tres ruedas tipo tuk-tuk, pero más tirada, unida a un remolque tipo cabina. Tras más de 40 minutos con permanentes dolores cervicales, entramos en otro poblado desde donde esta vez sí podemos tomar un autobús en dirección Hanoi por tan sólo 3 $. Tres horas más tarde, estamos en Hanoi.

A la llegada a Hanoi una joven nos recomienda un alojamiento, de entre los varios por los que va parando el bus, y nos convence al primer vistazo. Sólo 3,5 $ por una habitación doble con televisión y una (minúscula) nevera, desayuno y todos los plátanos que puedas tomar (en un canastillo en la mesa de la recepción). Junto a la entrada del establecimiento hay 5 ordenadores con conexión a Internet sólo para huéspedes.
Una vez instalados damos un pequeño recorrido por la parte norte de la capital. Las calles están muy oscuras y desordenadas, es fácil perderse. La única iluminación nocturna es la luz de las motocicletas, auténticas reinas del paisaje urbano. Los motoristas usan paños en la boca y las moto taxis no paran de silbarte por si necesitas sus servicios. Los comercios permanecen aún abiertos. Mercancías de toda índole tiradas en la misma calle, en todas direcciones, haciendo incluso en algunos momentos que cruzar al otro lado se haga difícil.
El regreso al hotel tampoco es fácil, la tarjeta que tomé como guía es mas desorientativa que de ayuda. La letra de las indicaciones es minúscula y la gente no me sabe aconsejar. Estoy perdido y no tengo casi ningún punto de referencia, únicamente recuerdo un karaoke cercano al hotel. Lo bueno, dentro de todo, es que no he recorrido mucha distancia, muy lejos no puedo encontrarme. Sigo preguntando entre los viandantes pero sin ningún éxito. Se nota que la gente no sabe guiarse a través de un pequeño mapa. Tras más de 40 minutos buscando y buscando encuentro finalmente el hotel. No me acabo de creer lo que me ha ocurrido: esa falta de orientación no es propia de mí.

A la mañana siguiente doy una vuelta por el centro de Hanoi. Tomo un autobús y, tras dos paradas, bajo: hay un espectáculo en plena calle. Centenares y centenares de niños vestidos con uniformes de colores desfilan con paso militar ―brazos firmes y flexionados, paso a paso, y las espaldas erguidas al máximo―; son las celebraciones de los Sea Games. Se trata de una especie de Olimpiadas Asiáticas que este año se celebran en la ciudad. Me meto en medio del desfile, donde parece que no acceden los fotógrafos locales. Todos los críos están alegres y saltarines, engalanados con diferentes vestimentas en función de su edad. Las más pequeñas llevan trajes de danza. No paro de sacar instantáneas.
En contraposición al desfile, a un lado de la calle, sentado en el suelo, hay un niño vagabundo con la chaqueta hecha añicos y las manos inmensamente sucias. Uno de sus ojos parece estar morado. Me siento junto a él y le saludo. Parece extrañarse en cuanto le dirijo la palabra. Para hacerle ver que sólo pretendo ayudarle le convido a un cigarrillo biri. Sé que no está bien ofrecer cigarros a un joven pero anteriormente le vi buscando colillas por el suelo. Como era de esperar, se lo fuma encantado, algo asustado incluso. No me dirige palabra, aunque se le nota más calmado. Con la pinta que tiene, la verdad es que es normal que la gente no pase a su lado. Como no abre la boca, me propongo el reto de sacarle un sonido de sus labios. Le inserto el masajeador y emite un leve gemido con lo que ya me doy por satisfecho. Parece más calmado, así que le regalo una fotografía.
El desfile continúa con grupos de adolescentes portando pancartas con la imagen de Ho Chi Min, el líder revolucionario de las fuerzas del norte durante la guerra de Vietnam. Fallecido en 1969, es considerado un héroe nacional al que, cariñosamente, se le ha dado el apelativo de Tio Ho debido a la sencillez que le caracterizaba. Sus deseos de ser incinerado y soltar sus cenizas en lo alto de montes de la zona Norte, Centro y Sur del país no se vieron finalmente cumplidos y acabó embalsamado, al igual que Lenin, en el mausoleo de la plaza Ba Dinh, donde pronunció su histórico discurso del Día de la Independencia en 1945.Casi 60 años más tarde, cruzo la plaza y pienso en el poco encanto que tiene.
En las pancartas y panfletos que portan los pequeños, la imagen del ex-líder es alegre, e incluso en alguna fotografía se le ve portando unas pequeñas pesas como símbolo deportivo y de salud.
Prosigo la marcha a pie y me adentro por estrechas callejuelas hasta toparme con una vía férrea en toda regla. Gesticulando, trato de preguntarle a un anciano, menudo y con una expresión simpática en el rostro, si todavía está en funcionamiento. Espero a que pase el tren cobijándome en la entrada de una pequeña casa, con las puertas abiertas. El estruendo producido por el enorme trasto de hierro me hace pensar en lo incómodo que debe ser vivir a un metro escaso de la vía del tren. De pronto, de la casa sale una chica. Charlamos. Se dirige a la universidad y tiene un rato libre, por lo que acordamos ir a tomar un café. Entramos en un local de lo más curioso. Es uno de esos establecimientos que sólo se conocen en compañía de un habitante de la zona. El local está situado en la segunda planta de un edificio por el que se entra a través de un pequeño comercio. Tiene adornos realmente bonitos y una atmósfera tranquila y clásica. Rodeados de pajareras, baldosas de época y una vistas realmente apacibles, aprovechamos para comer algo antes de que se marche a sus clases.

Después de comer marcho hacia el lago de la Espada Restituida, situado en pleno centro de Hanoi. Es un pequeño lago en medio de un coqueto parque, alrededor del cual gira la vida de la capital. En su lado norte, se encuentra el Teatro de Marionetas de Agua (en el que todos los turistas caen inevitablemente) y la zona antigua de la ciudad, con sus pequeñas calles llenas de tiendas en las que sólo se puede circular a pie, en bici o en cyclo, ese invento medio bici, medio taxi. Y en el lado opuesto (sur) del lago, comienza otra parte de la ciudad: la zona colonial, con los grandes edificios de estilo francés; donde se sitúan la mayor parte de las embajadas, hoteles y edificios oficiales. Dentro del lago hay una pequeña isla, a la que se accede por un puente de madera. Me quedo en el puente y aprovecho para comer algo rápido. La isla es muy pequeña, sólo cuenta con una pagoda y un pequeño mirador delante de ella. Allí es donde los habitantes de más edad se reúnen para jugar al ajedrez, un tipo de ajedrez algo diferente del que conocemos y, por lo que me dicen, bastante más complicado.
Junto a la pagoda se erige una tortuga de gran tamaño, y disecada, que fue pescada en el lago hace unos 50 años aproximadamente. La leyenda que da nombre a este lugar dice que un príncipe vietnamita perdió su espada en el lago y que una tortuga le ayudó a recuperarla para luchar contra sus enemigos. Por eso, cuando pescaron la tortuga, la disecaron, con la esperanza, quizás, de que se tratase de la misma tortuga. Parece ser que, en este país, a todo ser vivo que cruce la barrera de la historia o la leyenda le toca permanecer de cuerpo presente para el espectador por el resto de la existencia.
En el parque alrededor del lago hay mucha vida. Las familias se reúnen, los estudiantes andan sentados por los bancos charlando, algunos aprovechan para hacer footing, y, por las mañanas, unos poquitos se acercan a hacer taichi (al igual que en los otros 11 lagos de la ciudad).
En cualquier acto festivo el lago de la Espada Restituida es también el centro de las celebraciones, y aprovechan ese marco perfecto de la isla, en medio del agua, para lanzar fuegos artificiales que se ven por toda la ciudad.
Bordeando el lago se acerca a mí un pequeño vendedor de postales y se me ocurre proponerle un intercambio: dinero por información en vez de postales. La proposición que le planteo es que me acompañe a una agencia y que él pregunte los precios por ir a Halong Bay. En el hotel el precio era de 18$ y en la primera agencia a la que me lleva, el precio que ofrecen es de 13$. Me doy por satisfecho y le entrego un par de $ de recompensa. Igual le he dado una idea para ganarse unos dólares.

Quedo con el grupo para cenar y salir a tomar unas copas a un local llamado Lo Monaco, repleto de extranjeros. Muchos se suben a gritar y bailar encima de la mesa de billar de una forma desenfrenada, para justificar precisamente lo que yo personalmente evito: sentirme como si estuviese en mi propia casa. Me da autentica pena este tipo de diversión (repleto de camisetas con el logo verde de la cerveza nacional Saigon). Aunque sea sólo por llevar la contraria pido una Hue Beer.

Al día siguiente, en Hanoi se respira un aire especial debido al partido de fútbol, sí, sí, fútbol, ese deporte con el que odio pasar las tardes de domingo. El partido que se va a disputar es Vietnam-Tailandia, para pasar a los cuartos de final del campeonato asiático. Esperando en el hotel mientras se juega el partido, aprovecho para conectarme a Internet ahora que no hay mucha gente. De repente, explota la euforia. La victoria de Vietnam hace que las calles empiecen a decorarse de miles y miles de motocicletas. Quedo con el grupo para más tarde, ya que no quiero perderme este hecho peculiar. Si la gente disfruta de la victoria yo disfruto, al menos, de retratarlo. Me sitúo junto al borde de una calle próxima al lago desde donde tomo cientos de fotografías de la alegre locura de la gente. Están todos realmente histéricos de emoción. Para que luego digan que por aquí no hay afición. Hasta la policía circula loca de alegría con las motos. Miles y miles de motos, algunas desplazándose a gran velocidad, y aumentando minuto a minuto. Me quedo por la zona a la espera de captar una toma especial, una de ésas que queda grabada en la retina. El mejor escenario para ver el acontecimiento es junto a un semáforo, así que me siento mientras se escuchan los motores rugiendo y los fanáticos gritos de sus amos ante la señal roja, en espera la bandera verde, como si de una carrera se tratase. Un par de horas de celebración callejera y ni una sola caída, como mucho algún leve golpe de una a otra.
LA BAHÍA DE HA LONG: PASEANDO ENTRE ROCAS


Comenzamos el viaje hacia Halong Bay previo pago en el hotel de 60 dólares por los trámites de visado, alojamiento, comidas y un bono de autobús para todo el país. La tarifa suplementaria del hotel por los trámites del visado es mínima y el precio de éste sale por unos 30 $ aproximadamente.

La salida se realiza de madrugada. Hacemos la parada de descanso en el típico lugar montado expresamente para el turista (los precios son el doble de lo habitual), por lo que no compro nada. Además, a la entrada del establecimiento, han puesto como reclamo a unas pobres niñas tejiendo artesanías para dar lástima a los turistas. No me gustan este tipo de montajes, seguro que ellas ganan una mísera parte de lo que merecen.

El trayecto es de tres horas hasta el embarcadero. Múltiples barcos de barnizadas y relucientes maderas flotan en el agua. En las proas se erigen estatuas con forma de cabeza de dragón, amarillas o rojas, y pueden verse multitud de mesas y asientos sobre la cubierta. Subimos al nuestro y zarpamos. El recorrido es de lo más relajante y exótico, el agua verde y el cielo despejado, y una suave brisa que te revuelve el pelo. Se pueden contemplar infinitos pequeños islotes rocosos por toda la bahía. La primera parada que realizamos es junto a la bahía de uno de esos miles de islotes que forman toda la bahía de Ha long. Este, en concreto, es conocido por las enormes grutas Thieng Cung-Dau Go, adornadas con iluminación artificial para resaltar las extrañas formaciones rocosas. Hay más de 30 cuevas a lo largo de toda la bahía. Son tan curiosas que me distraigo tomando fotos hasta que advierto que no alcanzo al resto de los pasajeros y acabo corriendo de regreso al bote.
La siguiente parada es en un vivero de pescado: alguna tortuga y peces extraños. El vivero, en medio del agua, tiene también un habitáculo de madera verde en el que hay sentada una anciana de pronunciadas arrugas y una actitud algo ida, le pongo más de un siglo de edad. La retrato sin que se dé cuenta, justo en el momento en que abre la boca, acentuándose la sensación de falta de cordura.
Seguimos el trayecto, aunque parece que no hayamos avanzado nada tras 3 horas de recorrido, el mismo paisaje de formaciones rocosas continúa a nuestro alrededor, grandes piedras que emergen del agua. En la parte final del paseo conocemos a un mejicano casado con una tailandesa y a un grupo de joviales jubilados franceses que viajan juntos. Todos ellos son divorciados y están viajando varios meses por Asia. ¡Ojalá llegue a esa edad y les pueda imitar! Es realmente admirable.
De vez en cuando se acerca alguna pequeña barca con la intención de vendernos fruta exótica y marisco muy barato. Llegamos justo al anochecer a Cat Ba, una de las pequeñas y pocas islas con alojamiento para el visitante. Solo dispone de cuatro calles en forma de cuadrado y un sencillo paseo junto al mar, que alberga varios establecimientos gastronómicos, con pequeñas terrazas al exterior, y algún que otro hotel.
Nuestro hotel es una maravilla (para mochileros). Habitación amplia, con cuarto de baño propio y grande, televisión con cable y una nevera llena; sin olvidar el balcón, con vistas a un descampado cercano al mar. Hoy dormiremos muy, pero que muy cómodos.
Salimos a cenar algo de pescado y marisco, uno se lo puede permitir por estos mundos, y antes de regresar al hotel entramos en la única discoteca que hay en la isla. Justo nos encontramos en la entrada a unos compañeros ingleses del mismo hotel de Hanoi. Ahora me doy cuenta de que el recorrido que realizamos debe ser el que recomiendan o casi obligan a realizar a todos los extranjeros, porque entre miles de islas coincidir en la misma con alguien conocido es complicado. El local es grande y tiene karaoke, muy de moda en Vietnam, aunque no parece que se vaya a llenar, así que nos retiramos a la plácida habitación para disfrutarla al máximo.

Almorzamos en el hotel antes de iniciar el regreso a Hanoi. En el autobús me siento junto a un chico al que noto un cierto acento español. Efectivamente, es de Madrid y ha pedido una excedencia en el trabajo para recorrer todo Vietnam. Viene de la zona sur del país y parece que todo ha sido más o menos de su agrado.




SAPA: TRIBUS DE MONTAÑA


Al llegar a Hanoi, regresamos nuevamente al hotel en el que dejamos las bolsas y, una agradable sorpresa, nos permiten tomar una ducha antes de salir. Vamos a comprar billetes de tren dirección Sapa, en la zona norte del país. El precio en el hotel es de 12$; comprándolos en la misma estación cuestan sólo 4$.
Marcho en el primer tren, junto a Luis. Hemos adquirido los billetes más baratos con derecho a butaca. Si se desea litera, los precios se incrementan un par de dólares. Los asientos son de madera dura, incómodos para dormir, por lo que la gente anda tirada por los suelos, que es, en definitiva, el mejor sitio para lograr descansar. Nos tiramos en los asientos de un vagón de clase superior pero la revisor nos echa al instante al comprobar que no disponemos del billete adecuado. Retornamos más tarde y otra vez nos vuelve a sacar; y así hasta que, a la tercera, parece que le caímos simpáticos y desiste. ¿Por qué no aprovechar los mejores asientos si están libres ?

Al no poder dormir de forma continuada, al cabo de un rato nos vamos al vagón-bar. Es de lo más rudimentario, incluso con un horno tradicional. Allí conocemos a un simpático gordito, muy alegre, con el que conversamos y al que sacamos alguna sonrisa con el masajeador. Más tarde, desean probarlo algunos empleados del vagón, e incluso un militar. Tomamos un par de reconfortables cafés en unos vasos que harían pedir la carta de reclamación en mi país. Parece que nos hemos despejado justo al alba ante el evidente cambio de temperatura. La ventana del vagón sin cristal nos hace ver el montañoso paisaje con su niebla matinal incluida, estamos a 3150 metros sobre el nivel del mar. Llegamos a Lao Cai a las 8:00 de la mañana. Es una pequeñísima población de donde se cogen los transportes dirección Sapa .Los trayectos en minibús duran una hora por solo un 1 $.

Nos encontramos al fin en Sapa, ese pequeño rinconcito del norte de Vietnam cuna de las múltiples y curiosas etnias que por aquí se encuentran distribuidas. Parece que es temporada más que baja al comprobar como nos dejan escoger la habitación que deseamos de entre todas las que hay libres. Todo el hotelito es para nosotros. El coste, el mismo de casi todos los que encontramos, 2$ con agua caliente, televisión y unas vistas desde la habitación dignas de recordar. También nos han dejado varias mantas para cubrirnos por la noche, cuando las temperaturas descienden varios grados. Estamos situados muy cerca del pequeño mercado central. Allí comemos unos sabrosos springrolls por 0,60$. Todos nos hemos aficionado a estos rollitos de carne y vegetales idóneos para tomarlos con salsa de soja. Reposamos a continuación un rato en la cama antes de explorar el nuevo pueblo.

Sapa no tiene una extensión muy grande, lo que la hace una zona idónea para recorrer sus alrededores en un marco de naturaleza incomparable. La niebla persiste todavía y la temperatura se mantiene en los 8º. Damos una vuelta por el pequeño mercado y alguna de las pocas callecitas con las que cuenta el pueblo. La gente viste con atuendos típicos de las diferentes tribus del norte como los hmong y los red dao. Varias de esas tribus se encuentran mezcladas por el centro del pueblo a la espera de cruzarse con algún extranjero para ofrecerles sus telas o productos tribales.

Contratamos un sencillo todoterreno para visitar el poblado de Ta Phui. Para nuestra sorpresa, el trayecto es de tan sólo 20 minutos, por lo que nos parecen excesivos los 10$ que hemos pagado. El pueblecito, además, no es ni siquiera una aldea, son sólo cuatro chozas desperdigadas. A la llegada, te reciben los vendedores locales insistiendo en que les compres algún producto. Una niña, en un inglés perfecto, nos acompaña a su casa, situada a un par de kilómetros del centro, para que podamos conocer sus costumbres. Cruzamos un pequeño puente rodeado de campos de pastoreo donde descansan los búfalos de agua y llegamos a la choza de la joven. Sale su familia y nos empiezan a mostrar artesanías variadas. Tras varios regateos, compramos una pequeña bolsita de lana de diferentes colores. El deseo de los lugareños parece ser comprarse televisores, instrumentos tecnológicos e incluso alguna consola de videojuegos, tal y como puedo observar en una choza. Creo que con tanta modernidad lo que van a conseguir es perder sus costumbres poco a poco, sin darse cuenta.

Al retornar a Sapa, tras exigir que se nos devuelva parte del dinero (o no nos bajamos del jeep) conseguimos que nos devuelvan la mitad.
Damos una última vuelta por Sapa. Una preciosa jovencita de lacio y largo pelo oscuro me sorprende con un pequeño instrumento de latón de forma punzante, cuyo sonido es similar al del didgerido australiano. Le pido varias unidades para comprarle y, como no dispone de suficientes, vuelve al poco rato junto a la que parece que es su madre. Me venden unas 15 unidades por menos de 10 $; todos los instrumentos llevan una base de madera hueca y las puntas metálicas están recubiertas de adornos artesanales a modo de protección. El sonido que tiene me encanta. La forma de utilizarlo es situando el aparato en forma horizontal frente al labio de forma que roce con el mismo para que al mover el latón con el dedo produzca un sonido a través del eco del interior de la boca como si de una especie de amplificador al exterior se tratase, capaz de reproducir sonidos vibrantes, pausados, continuos...
Esperamos en la calle más de una hora a la salida del pequeño autobús de regreso a Lao Cai, dando unos chutes a una manzana y a algunas piedras como si de un balón se tratase.
En conclusión, ha merecido mucho la pena acudir a esta zona especial, apartada de las grandes ciudades. A Luis no le hacía mucha gracia venir por aquí, aunque finalmente parece que le ha gustado. Y es que a veces esos sitios de los que piensas que no tienen ningún interés, son justamente los que más te pueden llamar la atención tras su visita. La sorpresa siempre tiene ese gusto agradable.

Diez horitas, o alguna más, de vuelta a Hanoi para acudir de nuevo, y por tercera vez, al hotel donde estuvimos alojados y nos guardaron las mochilas sin cobrar nada durante varios días.
Esperamos a la salida del nuevo autobús. Unos se conectan a Internet mientras yo me quedo dormido en los escalones y la recepcionista me tapa suavemente con una manta. Me imagino la utopía de poder hacer esto en un hostal de un país desarrollado. Más tarde nos dejan incluso una habitación libre para descansar algo. La verdad es que la gente por aquí se comporta fenomenal, ayudándote en lo que buenamente pueden. Así da gusto, aunque es triste pensar que ellos no recibirían el mismo trato si fuesen a Europa.

HUE: EL VIETNAM ETERNO


Nuevo trayecto de diez horas más para Hue. No paramos de coger transportes, en menos de una semana llevamos unas 40 horas encerrados en los diferentes vehículos de ruta.

El hotel de Hue en el que nos deja el autobús sale a unos 10$, con lo que nos apañamos en encontrar uno cercano mucho más barato, y, la verdad, no es difícil encontrarlo. Al ver la nueva habitación no nos lo podemos creer, por solo 2$ dispone de televisión y aire acondicionado. Recién instalados, accionamos el aire acondicionado debido al bochorno que se transpira en el interior de la habitación pero la recepcionista sube y nos retira el mando: no está incluido en el precio del cuarto.
Arrendamos una moto por el mismo precio que la habitación más un suplemento de 0,25 $ por llenar el depósito de gasolina y llegamos hasta Minh Mang Tomb, donde reposan los restos de varios emperadores del país. Nos adentramos unos metros, sin acceder al recinto ya que te cobran por su visita el mismo precio que el hotel y la moto juntos. Un señor, imagino que comisionista de viajeros, nos lleva a otros restos de tumbas llamadas Thieu Iri Tumb, donde no cobran entrada y no hay turistas, con lo que la propuesta resulta de nuestro agrado. Atravesando pequeños caminos forestales, llegamos a una explanada en la que hay unas estatuas junto a un búnker externo con restos de metralla y disparos en las paredes. Los americanos mataron a todos los que aquí se refugiaron durante la guerra de Vietnam. Realmente te sientes especial al no contemplar la presencia de ningún otro ser por la zona. Estamos totalmente solos en lo que ha sido el escenario de una batalla histórica. La mayoría de las estatuas de 1,5m. de guerreros, con perilla incluida, se mantienen en buen estado, rodeadas de húmeda y verdosa hierba. Por lo que aprecio no hay el más mínimo tipo de protección en la zona.

Al cabo de un rato nos dirigimos a la Pagoda budista de True Lam. Se trata de una bonita sinagoga junto a un cementerio con estatuas budistas recubiertas por variadas especies de plantas que incitan la espiritualidad de los monjes. Toda la zona es frondosa y en el centro de un pequeño lago cercano hay una estatuilla de color que me hace pensar en la similitud que tiene con esas estatuillas de enanos de colores tan típicas y burdas en los pequeños jardines de chalets europeos.
Comemos un gran plato de arroz con grasa de pollo por 0,4 $ en el puesto de unos amigos de nuestro nuevo guía-acompañante. Continuamos la visita yendo a la escuela budista de Bau Quoc, donde enseñan chino a sus estudiantes. Hay jóvenes estudiando de pie en el exterior del templo, solitarios y en plena concentración. Al entrar en el templo existe un pequeño patio repleto de plantas diversas e incluso algún bonsái. Se nota que todo lo budista es distinto, no hay ningún tipo de restricción, ni siquiera para entrar en los cuartos de oración. Nos despedimos del guía y le pagamos voluntariamente un par de dólares por barba.
Seguimos la travesía en la pequeña motocicleta cargada nuevamente de combustible. Al llegar a pleno centro de Hue tienes la sensación de adentrarte en el pasado, una vez cruzado el río. Atrás queda la ciudad moderna, los hoteles,etc... Delante, protegida todavía por algunos lienzos centenarios, está la Ciudadela, la que fue la fortificación más grande construida por la monarquía vietnamita. La muralla medía más de 10.000 metros. Diez puertas franqueaban el acceso a este mundo restringido. Un canal rodea la Ciudadela, y hay hojas de loto flotando en las aguas verdosas. La torre de la Bandera, que también es conocida como de los Caballeros del Rey, la más alta de su clase en todo Vietnam, se alza sobre dos puertas que se abren en la muralla. Al costado de las puertas, por dentro, están los Nueve Cañones Sagrados, cuatro al lado de una, cinco de la otra, los protectores simbólicos tanto del palacio como del imperio. Puro simbolismo, ya que nunca pudieron funcionar como tales. Los cuatro que están junto a la puerta de Ngan representan a las cuatro estaciones, y los cinco de la puerta de Quang Duc a los cinco elementos: el agua, el fuego, la tierra, la madera y el metal. Dentro es como estar en otro mundo. No se ve un coche, la calle es de tierra y hay árboles altos que dejan caer lánguidamente las ramas casi hasta rozar el suelo. Pasan gentes en bicicleta, alguna mujer tocada con su sombrero cónico y dos cántaros colgados de los extremos de un balancín. Una imagen del Vietnam eterno.

Justo detrás de la torre de la Bandera, la Puerta del Mediodía es la entrada principal a la Ciudad Imperial y era utilizada como tribuna para las festividades de la corte, como las ceremonias de Distribución del Calendario o de la Proclamación de los candidatos aceptados en los exámenes. Probablemente sea la estructura más espectacular de todo Hué, con sus puertas, sus terrazas, sus adornos, su cerámica de muchos colores; cada detalle está cargado de símbolos. Por aquí pasan todos los visitantes, y es el lugar donde se concentran los vendedores de postales y algunos mendigos. También, tristemente, mutilados por las minas que todavía están desperdigadas por los campos de Vietnam y que demandan una moneda.
Por allí se accede al pabellón de los Cinco Fénices, soportado por 100 columnas, según el concepto oriental que considera este número infinito e incontable. Después se llega a Diên Thái Hòa, el palacio de la Armonía Suprema, que al albergar el trono imperial era considerado el centro del país. Dentro y fuera del palacio hay nueve dragones, y todas las columnas que pueblan el palacio como un bosque están decoradas con dragones y nubes. No es de extrañar si se tiene en cuenta que el dragón, igual que el número nueve, simboliza al monarca. Sin embargo, toda esta fantasía oriental, este esplendor de otros tiempos, choca con el erial, que es casi todo el resto de la Ciudad Imperial y la Ciudad Púrpura Prohibida. Sólo la Biblioteca Real está parcialmente reconstruida. Es la huella de la guerra. En 1968, Hué permaneció en poder de las tropas norvietnamitas, con su bandera ondeando en lo alto de la torre, durante 25 días. Para retomar la ciudad, la aviación survietnamita y la artillería norteamericana bombardearon la Ciudadela, arrasándola completamente. La Ofensiva Tet, como es conocida, fue una de las batallas más sangrientas de toda la guerra. Más de 10.000 personas murieron y una parte importante de la herencia cultural de este país saltó en pedazos. Un verdadero capítulo del Apocalipsis. Tet, el Año Nuevo vietnamita, un momento tradicional de alegría y buena voluntad, probablemente tenga una connotación amarga desde entonces en Hué.
Anochece sin poder acabar la visita alrededor de más puntos del interior de la enorme y majestuosa Ciudadela.
Madrugo solo para visitar de nuevo, y de forma más tranquila, la zona de la Ciudadela. Hay algunas partes del río llenas de plantas acuáticas, y entre ellas cruzan las pequeñas canoas con productos recogidos para la venta. Unas gotas de lluvia caen sobre los grandes nenúfares. Un pequeño museo militar con tanques y ametralladoras que dan al exterior contrasta con el verdor de esperanza de la fina hierba situada bajo las pesadas máquinas bélicas.


Regreso por otro puente con 4 carriles por el que atraviesan miles de bicicletas dirección al hostal, donde la recepcionista nos solicita el importe del folleto de información que nos dio a la llegada. No nos devuelve los pasaportes a menos que se los devolvamos. Ángel lo ha perdido o tirado ya que eran unas fotocopias con un mapa de la zona.¡Qué vergüenza que te quieran cobrar sin ni siquiera anunciártelo de un principio! Hacemos que llame al gerente del hostal, pero nos dice que debe cobrar los 0,6$ que cuesta. Le pruebo el masaje y, antes de pagar, le saco una pequeña sonrisa a la pobre empleada que sólo cumple órdenes.
HOI AN:

Salida dirección a la ciudad antigua de Hoi An, a 4 horas de distancia desde Hue. Esta pequeña ciudad es de lo más pintoresca. Reinan los comercios textiles, de fama por su relación calidad-precio, y tiene un encanto especial ―declarada hace 25 años como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco―. La pequeña infraestructura con la que cuenta hace notar que es una zona muy visitada por el viajero. La parte de playa es de tipo tropical, con fina arena blanca, aunque el agua no es del todo transparente. Hay algunos resorts y nuevas construcciones turísticas en lo que, seguro, será una zona plenamente turística con el tiempo. Los alrededores naturales del poblado son realmente apacibles, hay pequeños bares junto al río, en un marco incomparable para darse un buen atracón de lectura tumbado en alguna hamaca de bambú bajo los altos palmerales. Hoy es día de luna llena con lo que varias casas lucen farolillos típicos de adorno.
Camino solo por la oscuridad nocturna bajo el reflejo de la luz producida por algunos de los farolillos que venden en algunos comercios. Acudo de un lado a otro de la zona centro atravesando el mercado, en el que me cruzo con alguna rata en busca de restos de alimentos. Continúo paso a paso hasta penetrar en la zona del templo de Phuc Kien y el Puente Japonés de madera.

Comer en alguno de los muy decentes y melancólicos restaurantes de Hoi An es casi obligado debido a la buena calidad y precio de los alimentos.
Es por esta zona donde he tomado algunas fotos que me dejan muy satisfecho al reflejar la autentica atmósfera del Vietnam puro: una anciana con el típico sombrero vietnamita caminando junto al muro de una casa en un día de lluvia con tonos azulados, o un anciano barquero en espera de captar algún pasajero en su canoa.

La lluvia persiste, estoy sentado en un silla bajo la lona de un comercio y frente a un pequeño embarcadero en el que la gente está subiendo con las bicicletas a un gran bote de madera para cruzar a la otra orilla del río. Es algo tan normal aquí, y tan diferente a mi tierra... y, sin embargo, qué similares somos los seres humanos, aunque nos separen miles y miles de Kilómetros de distancia.

A unos 30 kilómetros de distancia de Hoi An está situada Danang zona donde se encuentra Marble Mountain, que como el propio nombre dice, se caracteriza por unas enormes montañas de mármol de donde se extrae la piedra para realizar estatuas y esculturas de gran tamaño.
La moto que alquilamos funciona mal a los pocos kilómetros, por lo que regresamos para que nos den una nueva antes de que las consecuencias empeoren a más distancia del recorrido.

Al llegar, nos topamos con varios comercios donde se pueden ver diferentes figuras de mármol. Mientras observo como tallan una figura, me comentan que una estatua de mármol de un Buda regordete y sonriendo, de 1,5 metros de altura por 70 de ancho, cuesta 300 dólares. El transporte en carguero de la escultura sale por 150 $ más. Si sobrara el dinero me darían ganas de comprar varias. Subimos caminando por los escalones ascendentes de la montaña hasta un pequeño templo en donde una bonita música instrumental de fondo convida a permanecer en plena armonía con el entorno. Una gruta interior en la montaña alberga un pequeño templo junto a esculturas de guerreros a modo de guardianes. Desde lo alto de la montaña se ven unas buenas vistas de toda la zona de costa y la parte superior de una pagoda de tejas verdosas.



NHA TRANG

La siguiente parada en el país será Nha trang. Medio día más de trayecto algo tortuoso, parecido al que realizamos hacia Katmandú. Llegamos a las 7 de la mañana y nos dejan disponer de la habitación sin tener que esperar a las 12. La ciudad es algo desordenada, con un gran mercado central y un paseo marítimo de lo más normalito en el que utilizan unas balsas de bambú y resina de formas redondas a modo de bote con remos. El puerto está repleto de embarcaciones pesqueras de colores, rojas y azules, y con formas bastantes similares. Hay barrios próximos a la costa de muy mala pinta, similares a las favelas. Sus casas están hechas de cualquier material. El día no acompaña y la decepción que tenemos con la ciudad es enorme. Me lo imaginaba mucho más atractivo por las imágenes que de aquí había visto. De playas maravillosas nada de nada. Será cuestión de buscar esos rincones con más encanto al día siguiente, ya que la lluvia lo invade todo.

El grupo, decepcionado, se marcha a Muinne pero yo decido quedarme todavía en Nha Trang para conocer algo más. Hoy el día es soleado por lo que me alquilo una bicicleta por un poco más de medio dólar.
Inicio un largo recorrido acudiendo primero a Hong Chong, donde no veo las rocas macho y hembra (diferenciadas por motivos evidentes) que me dijeron. Pese a todo, el nuevo día, más despejado, cambia mi impresión sobre la ciudad viéndola algo más atractiva que a la llegada. Continúo a las Cham Towers, dentro del complejo de Ponagar (conocido localmente como Thap Ba) y situadas a 1 kilómetro del centro de la ciudad. Actualmente quedan solo 4 de las 8 torres originales, construidas entre los siglos VII y XII. La importancia de éstas torres radica en que son los restos mejor conservados en Vietnam de la cultura Cham. En el interior de una de las torres hay una especie de capilla de oración, y en el exterior, frondosos árboles se entremezclan con pequeños budas de colores como si se tratasen de amuletos de la suerte. La entrada a las torres sale por 1 $.
Cruzando el río por uno de los muchos y largos puentes me encuentro, también en bicicleta, a uno de los señores divorciados que conocí en el barco de Halong Bay. Me comenta que se enfadaron entre ellos por lo que hoy se separaron para encontrarse más adelante. Qué gracia me hace pensar que a su edad, más de 60 años, viven con el carácter de jóvenes de menos de 30.Tomo un descanso de tanto pedaleo tomando una cerveza con él en un pequeño bar llamado Banana Split, donde aprovecho para comer. Buena comida, ajustados precios y deliciosos pancakes de chocolate, de los mejores que he probado hasta la fecha.

Tras coger fuerzas continúo el recorrido en bicicleta hasta Bao Dai, donde está el muelle de Cau Da, situado al final de la ciudad, a unos 6 kilómetros siguiendo el recto paseo. Mientras pedaleo por el carril de la derecha, se me acercan dos jóvenes en una pequeña motocicleta, riéndose y explicándome algo sobre que el motor de la moto les falla, motivo por el que deben ir a tan baja velocidad. Me han acompañado hasta la misma entrada del parque donde me dicen que se puede entrar gratis por unos arbustos. Me insisten de tal forma que me hace repensarlo y pagar por la entrada principal el ridículo importe. El parque no está mal, tiene incluso una pequeña playa y un embarcadero. No hay absolutamente nadie por aquí. Desde lo alto del parque se contempla gran parte del inicio de la costa de Nha trang.

Al salir del parque me dirijo a la pagoda de Longson en busca del cementerio que alberga un Buda blanco de 15 metros de altura. Al poco rato de empezar el desplazamiento aparecen de nuevo los dos muchachos junto a su ruidosa moto. Uno de ellos lleva toda la pierna tatuada, no deben contar con más de 15 años cada uno. Me acompañan todo el rato junto a la bicicleta. No entiendo nada hasta que, al pararme para que me indiquen en el mapa donde se encuentra el Buda me sucede la peor anécdota hasta la fecha: al dejar el mapa en el canastillo de la bici me dicen que hace algo de aire y que me lo guarde en otro sitio para que no se vuele. Justo en el momento en que tomo el mapa arranca el motor de la moto y me agarran las dos bolsas de plástico que llevo encima. Tras un forcejeo rápido acaban llevándose una de las bolsas y la otra cae finalmente al suelo. Me quedo blanco, no les puedo seguir en bicicleta y no sé en que bolsa metí la cámara de fotos. Ante la duda, me agacho para saber cuál es la bolsa que se cayó al suelo. La toco suavemente apreciando que en ella está el impermeable rojo encubierto donde guarde la cámara. ¡No me lo puedo creer!, la suerte ha estado de mi lado. Me imagino la cara que pondrán esos aprendices de ladrón cuando vean que en el interior de la bolsa que tomaron solo había papeles de información y publicidad. Me siento feliz pudiendo contar todavía con la cámara. Sin ella el viaje no sería ya lo mismo. Paro a un policía para exponerle el caso pero no parece querer hacerme caso. Sin complicarme, continúo mi camino, estando atento a la presencia de alguna moto por si se les ocurriera regresar.

Consigo llegar al Buda blanco, digno de contemplar en lo alto de un pequeño monte. Junto a la estatua hay tumbas con las fotos de sus ocupantes y un penetrante olor a incienso. Me paro ante la losa de un pequeño muchacho, me pregunto cómo habrá fallecido. Desciendo por las escaleras de la pagoda de Longson y también aprecio un Buda gigante, recostado de lado, y un monje repicando campanas a lo lejos. Me cruzo con una anciana que me solicita dinero. Su cara delata una tristeza evidente. Como siempre he dicho que es triste pedir pero más triste es robar, le suelto unas monedas en recompensa al compararla con los jovencitos que me intentaron robar. Al marcharme le hago un retrato, para cerciorarme y agradecer el poder contar todavía con mi compañera de viaje, que es ya una prolongación constante de mi brazo.


MUINE: RELAX EN LA PLAYA

Se acaba Nha trang y empieza Muinne, donde el grupo se ha instalado en un hotel de lujo por 30$ sólo para poder ver el dichoso fútbol desde la televisión de la habitación. Por mi parte, me alojo en un resort junto a la playa por 2,5$. La habitación es de bambú, rodeada de altas palmeras, y a escasos 10 metros de la playa. Duermo plácidamente.

A la mañana siguiente, alquilo una nueva bicicleta y recorro toda la carretera de la costa, unos 10 Km., cruzando estrechas callejuelas repletas de escolares hasta un pequeño puerto. Uno de los pescadores tiene una pata de palo y está desenredando una red. Unos compañeros suyos, que están arreglando pequeños desperfectos en las coloridas barcas, me convidan a té helado. La gente más amable de todo Vietnam la he encontrado por aquí.

Buscando posteriormente un lugar donde comer, me introduzco en una casa pensando que es una especie de bar o algo similar. Resulta ser un hogar normal, donde la señora de la casa me sirve comida mientras intentamos mantener un dialogo bilingüe. Parece estar encantada al servirme la comida y yo al aceptarla. Al acabar de comer no me deja pagarle nada con lo que le regalo una foto de recuerdo.

Un par de kilómetros más de recorrido y pincho una rueda. Me encuentro a unos 20 kilómetros de distancia de mi zona, con lo que hago autostop junto a la bicicleta. En menos de 5 minutos me recoge un camión que me deja en un pequeño taller donde me repararan el pinchazo por unos céntimos, aunque al poco rato se me vuelve a desinflar. Vuelvo a poner el dedo y esta vez me recoge una motocicleta, el trayecto en la parte posterior de la pequeña moto con el peso de la bicicleta encima no hace precisamente agradable el retorno. Me deja a unos 5 kilómetros de distancia y vuelvo caminando, tratando de aprovechar lo que queda de luz solar.

Iniciamos la mañana siguiente en la playa de mi resort, donde el grupo acaba por instalarse para no seguir pagando los 30$ del anterior hotel. Por aquí se tiene la sensación de que 30$ es todo un dineral.¡Y en el fondo lo es! si pensamos que por 2 $ hay alojamientos muy aceptables aunque no cuenten con piscina ni canal de cable. Las playas son de arena blanca, no muy fina, pero se extienden a lo largo de toda la costa, y el agua es similar a la del Mediterráneo. Alquilamos motos para recorrer la zona, esta vez todos juntos. Acudimos hasta las dunas rojas, en las que unos pequeños te prestan, o mejor dicho, te alquilan unos cartones para deslizarte por ellas. Estos pequeños están hechos todos unos negociantes a tan precoces edades.
Buscamos en continuados intentos el White Lake, aunque no hay forma de encontrarlo. En el pequeño mapa que disponemos no se indica muy bien y la gente de la zona no te sabe indicar nada.

Para regresar el grupo no sabe el camino de retorno. Ángel y yo apostamos el precio de la noche de hostal a quién acierte cuál de los dos caminos ante los que estamos será y gano la apuesta, creo que mi orientación vuelve a ser buena. El grupo ahora desea pasar toda la mañana en la playa, con lo que me tomo la moto solo para recorrer alguna zona y no perder tiempo tomando el sol, no me gusta nada estar tirado en la arena sin saber qué hacer. A los pocos kilómetros me doy cuenta de que no hay mucha gasolina en la moto, por lo que no avanzo mucho más. Es una zona en la que no hay ni casas, ni gente y mucho menos gasolineras, que por aquí no son más que tenderetes con botellas donde introducen el combustible.

De regreso a la playa para buscar al grupo, me cruzo con una zona de tumbas de color azul. Muchos de los cementerios en Vietnam tienen las losas de colores llamativos. Por uno de los caminos forestales por los que atravieso me quedo encallado al haber mucha arena, por lo que decido no hacer más el tonto en busca de lo que ni siquiera conozco no sea que me quede tirado con la moto.

Al llegar de nuevo a la playa Jazz está tumbada al sol, Ángel se está dando un chapuzón y Luis realizando flexiones. Salgo ahora junto a Luis para poner gasolina y dar otra vuelta. Por entre los árboles encontramos un pequeño riachuelo rodeado de arenisca rojiza: parece un trozo de Marte. Tras evitar una caída nos damos cuenta de que las llaves se han perdido. No sabemos si apagar el motor en las paradas que realicemos, en el caso de no arrancar nos quedaríamos aislados. Optamos por seguir la marcha, sin parar el motor en ningún momento por si las moscas, hasta que llegamos al bungalow del resort y comprobamos que el motor arranca sin la llave. Nos duchamos y arreglamos para salir a cenar a algún restaurante barato de la zona. Hay multitud de hoteles y restaurantes de gran calidad, por lo que miramos los precios de algunos de los más económicos. Mientras miramos la carta de uno de ellos, nos dicen que entremos. Justo al sentarnos nos comienzan a sacar platos y más platos. Les comentamos que no queremos tanta cosa, que no somos ricos, y nos explica que es la comida que sobró de un grupo que ceno anteriormente. Los platos son de lo más variado y suculentos: ¡no nos lo podemos creer!.
Al principio, nos da algo de reparo ante tanta amabilidad, pero al rato le cogemos gusto. Para beber no paran de traernos cervezas nacionales. El guía que nos ofrece la comida es muy buen tipo, alegre y muy sociable. Bebemos junto a la compañía de 2 camareras, una de las cuales me roza con el pie debajo de la mesa al más puro estilo de una película cómica, no puedo creer la escena, algo surrealista, que nos esta pasando. Mientras tomamos las cervezas nos sorprendemos cuando el guía nos pone música española en el local: Rosario y Jarabe de palo. Parece que les encante este tipo de música. Nos comenta también que le gustaría ir algún día a España, pero por cuestión de dinero es algo casi imposible. De recuerdo imprimo una fotografía del momento tan alegre y cordial .

Me espero a la salida del bungalow para tomar un autobús a la 1:00 de la madrugada mientras el grupo reposa. Me queda una hora de espera por lo que me tiro en la arena de la playa, tocando la armónica mientras miro las estrellas en la limpia y despejada noche. La razón por la que marcho antes que ellos es porque está zona ya la tengo vista y no deseo pasar el día tumbado a la bartola como hacen los pocos extranjeros que hay por aquí.

HO CHI MIN (SAIGON) y EL DELTA DEL MEKONG


Ahora me dirigiré a Saigón, a unas 5 horas de distancia. El minibús está casi vacío. Tiene capacidad para 15 personas aunque sólo somos 6. Hay un grupo de americanos y una hermosísima joven vietnamita.

A la llegada a la capital me encuentro bastante cansado, no he podido dormir nada en el viaje. Y eso que ocupé varias plazas del vehículo. Debo apresurarme en buscar un hotel barato lo antes posible ya que deseo estirarme ni que sea un par de horas. Junto a la parada donde me ha dejado el autobús hay una agencia de viajes de la que sale una señora para ofrecerme sus servicios. Me muestra una habitación cercana y otra algo más barata en el interior de un domicilio particular. Me alojo sin casi pensármelo, pues es decente, barato y familiar. Reservo otra habitación anticipadamente para el grupo, que llegará un día más tarde. Me tumbo unas horas antes de dar una vuelta por la zona en la que estoy alojado, que no es otra que la de la calle Pohn Ngu Lao, el barrio barato ideal para mochileros, situada al oeste del distrito 1.

Visito la catedral de Notre Dame, formada por dos altas torres de estilo neorrománico situada frente a una pequeña plaza con la estatua de la virgen María. A escasos cien metros se encuentra la famosa oficina de correos de la capital en un edificio colonial, con un gran retrato en la pared interior de Ho Chi Min. Fotografío a unos novios que posan junto a la catedral en la que acaban de contraer matrimonio. Sus trajes son exactamente iguales que los de occidente, ¿serán de la minoría cristiana? También hay una gran torre de comunicaciones junto a la oficina de correos que dispone de una gran entrada en forma de arco. Por la ciudad hay multitud de símbolos de los Sea Games, mascotas en forma de toro naranja repartidas por todos lados.

Hoy es 14 de diciembre (mi aniversario). Voy a Internet para comunicar al grupo la dirección del hostal que les he reservado. Sin tener todavía respuesta, me los encuentro de casualidad a su llegada a la capital. Dejamos las bolsas y vamos a comer todos juntos para celebrarlo. Es sábado en la capital, y además mi cumpleaños, por lo que una salida nocturna es casi obligada. Compramos unos botellines de licor de sabor similar al whisky y una bolsa de hielos que nos trocean con un machete. El hielo lo tienen a la intemperie en grandes bloques, que van descuartizando poco a poco. Tomamos las copas en la azotea de la casa donde nos alojamos. Hablamos de detalles e impresiones personales, hasta que pillamos un taxi para ir al famoso local Apocalipsis Now. Al llegar nos encontramos con que está cerrado, son más de las dos, así que nos llevan a un pequeño bar cercano con billar y algunas prostitutas que enseguida se nos acercan. Tomamos una copa y nos vamos a otro local, el Sahara, un pub cuya clientela es mayoritariamente extranjera y las habituales vietnamitas de pago. En el centro de la sala hay un billar donde suben algunas chicas para exhibirse. Son las 5:00, estamos animados y continuamos hacia el local contiguo, Guns and Roses. Cierran más tarde, pero es muy estrecho y agobiante y sólo hay prostitutas. Alguna se nos arrima mientras acabamos la copa junto a la misma entrada pero no hacemos caso. Dan ya las 6:00 de la mañana y acabamos almorzando un pancake en un bar próximo.

Me levanto a las 15:00 con algo de resaca. Es el día que más tarde me he levantado. Me da rabia el hecho de haber perdido el día, aunque la celebración de un cumpleaños no es algo que pase todos los días. Recorremos parte del centro juntos y hago un poco de guía, llevo dos días más en la ciudad. Buscamos algo de información sobre el que será nuestro último destino en Vietnam, la zona del Mekong. En las agencias, los precios de los tours para el Mekong salen por 20$ por una sola noche de estancia. Como siempre, lo realizaré por libre para ahorrarme costes.

Mientras Ángel y Jazz se encuentran por el Mekong todavía continúo junto a Luis en Saigón. Visitamos el llamado Museo de los Horrores donde se refleja la barbarie de la tristemente famosa guerra. Hay fotografías tremendas de vietnamitas deformes, americanos sonriendo con restos descuartizados por explosiones o torturas sufridas por prisioneros de guerra. También se conservan restos del armamento, tanques, incluso un helicóptero militar, junto a dibujos realizados por niños con motivos de paz.

Tras el museo, vamos al mercado de Ben Thanh, en pleno centro de la capital económica y cultural del país. La multitud de paradas de pescados o carnes invitan al curioso a sentarse para probar algún que otro plato. También es de destacar la Opera House, hoy Teatro Municipal, el enorme Palacio de la Reunificación o el majestuoso City Hall o Hotel de la Ville.

Al día siguiente salimos hacia el delta.

Se nos ha hecho tarde y acudimos al hotel para recoger las bolsas y contratar dos moto taxis que nos lleven lo antes posible a una estación de furgonetas donde salen trayectos hasta Chan Tho, a unos 140 kilómetros de distancia por 2,5$. Nos bajamos en la población anterior, My tho para echar un vistazo a esta pequeña ciudad, aunque no sabemos si habrá transportes de salida.
My tho está lleno de casas flotantes. Desde la bajada de la furgoneta se debe tomar otra motocicleta para que te acerque al inicio de la ciudad. El río Mekong es del mismo color oscuro que imaginaba y uno de los ríos más largos de Asia, con 4.909 Km. de longitud. Nace en el Himalaya y, después de cruzar el Tibet, pasa por China, Myanmar, Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam, donde desemboca creando uno de los deltas más grandes del mundo, mi actual etapa en el viaje.
Caminando por las calles de My tho, algunos jóvenes nos invitan a tomar unos tragos de aguardiente y degustar algo de arroz. La gente por el sur de Vietnam es más cordial que por el norte. Varias de las estatuas de la ciudad son del omnipresente Ho Chi Min, y parece que sus habitantes todavía quieren tener su imagen viva.
My Tho es una capital provincial al suroeste de Saigón, en la región del delta del Mekong. La ciudad en sí no tiene demasiado interés, pero es una base excelente para explorar el área. En la propia ciudad tenemos la iglesia o el mercado, pero quizás lo más interesante es contemplar la vida diaria de My Tho desde la orilla del río que cruza la ciudad, con multitud de edificios y barcos en sus márgenes. Ésta es una imagen muy interesante.
Una excursión recomendable de medio día desde My Tho es alquilar una barca para ir a la isla de Con Phung (también conocida como Coconut Monk). En esta isla hay un monasterio en desuso, pero lo realmente interesante de esta excursión es el trayecto en sí (la visita a la isla es la excusa perfecta), ya que es un agradable paseo en barca por los canales del delta que permite apreciar con calma la orografía de la zona, los cultivos, o la vida en los canales. Para alquilar la barca debemos ir al extremo sur de la calle Trung Trac, dónde se encuentra el muelle de los ferrys.
Tomamos dos motos para dirigirnos a la salida de la ciudad, donde debemos averiguar si hay transportes hacia Can tho. Hemos tenido suerte y queda todavía transporte: 1,5$. En el interior del autobús nos sentamos en asientos opuestos ya que está todo repleto de pasajeros. Me siento junto a una anciana que me convida a plátanos. Luis se ha quedado dormido junto a la ventanilla abierta. Aprovecho para filmarle, mientras me pregunto porque no utilizo más la función del vídeo que tiene la cámara.
Tres horas más tarde, y tras cruzar el río a bordo del pequeño autobús introducido en una barcaza de carga, hemos entrado en la capital del Mekong: Can Tho, puerto fluvial sobre el delta del Mekong. Una red de canales lo enlaza con los distritos arroceros del delta.
Es completamente de noche y no tenemos idea de adónde ir. Nos encontramos en las afueras con lo que se hace necesario el uso de una nueva moto taxi hacia el centro. Su conductor nos lleva hasta un alojamiento del que sabemos no nos cobran el precio real. Encontramos otro alojamiento próximo por la mitad de precio y de aspecto muy similar al anterior y nos quedamos. Una vez instalados damos el primer vistazo a la ciudad, con la mala suerte de desorientarnos al regresar a la habitación. Estamos deambulando durante casi 2 horas sin encontrar el alojamiento. Parece imposible que nos cueste tanto encontrarlo pero el problema es que no recordamos el nombre ni ningún punto de referencia cercano con lo que la gente no nos puede ayudar mucho. La caminata en su busca se llega a hacer algo pesada ante la desesperación de ver que hemos cruzado ya por un sinfín de calles repetidas. Nos encontramos una especie de bar en el parking de una casa donde el hijo de la familia nos sirve un refresco con mucho hielo para nuestro sofoco. Unos pasos más y casualmente nos topamos con el hotel, en el que rápidamente subimos los 3 pisos de altura para tumbarnos exhaustos.

Al día siguiente lo primero que hacemos es ir hasta el embarcadero para alquilar una canoa motorizada de madera. Los precios en las agencias son de unos 10 $ por persona, aunque si contratas los servicios de algún barquero desde el mismo muelle te sale por menos de la mitad. Contratamos los servicios de una señora tras algo de regateo. Será un paseo de 4 horas en la canoa con múltiples paradas, por ejemplo el mercado flotante de Cairang, el mas bonito mercado flotante del Delta de río Mekong. Vamos pasando por los estrechos canales y visitando mercados flotantes, el primero, Phong Dien,.donde vemos a las barcas en plena transacción como si de una lonja flotante se tratara y me tomo una enorme sandía. La gente vive en las barcas, las usa de vivienda y de lugar de trabajo. En varias de ellas hay colocadas algunas hamacas donde descansan en sus ratos libres. Durante las paradas con la canoa, la barquera para los motores para ahorrar gasolina y emplear los brazos a modo de motor ligero. Cruzamos canales estrechos llenos de vegetación donde reinan miles de palmerales a juego con la oscura agua del río. Realizamos una nueva parada en un hogar con especies botánicas y algunos animales exóticos como varias serpientes e incluso un pequeño simio que tienen enjaulado de mascota. A la hora del almuerzo, nos traen infinidad de frutas por unas monedas. Por los hogares de la zona crían enormes cerdos que les aprovisionan para el futuro. También somos testigos de una pelea de gallos, con los apostantes frenéticos mientras los animales se despedazan. Sin embargo, me resulta imposible saber cual de los dos fue el ganador y cual el vencido.
Cinco horas han sido suficiente para hacerse una idea de lo que esta zona. Sus habitantes centran su vida y trabajo en torno al río, que, en definitiva, es el núcleo de la vida de todas las especies. Y los botes son el medio, botes a modo de gasolineras, restaurantes, casas, transporte, matadero, etc.…
Satisfechos plenamente, tomamos un autobús para Chau Doc, la última parada en el país, con la intención de llegar a Camboya lo antes posible. A la llegada a la pequeña terminal, la insistencia de sus gentes se nos hace desagradable: no puedes llegar a Camboya de ninguna forma. Vía terrestre parece que resulta imposible debido al estado del camino, con lo que medio te obligan a que tomes otra barca motorizada hacia la frontera vía marítima. Entramos en un hotel de varias estrellas, cosa impensable por esta zona en la que no hay ningún tipo de lujos y nos informan de que realmente se hace obligado el uso de los barcos para cruzar hasta el siguiente país. Las salidas son a primera hora de la mañana con lo que deberemos permanecer un día más en la zona. Buscamos un hotel a unos 2 kilómetros del embarcadero. En la calle un joven nos ofrece los precios de los barcos que buscamos. Empieza tirando alto por unos 10 $. Rechazamos sus servicios pero éste parece no darse por vencido. Le comentamos que vimos precios más baratos y nos lo baja a 8$. Nos comenta que se pasará por nuestra habitación por la mañana para recogernos. Le respondemos que no se moleste ya que iremos por libre al embarcadero. Recorremos el ultimo pueblo del país en el que sigo viendo estatuas de Ho Chi Min.

A primera hora de la mañana, llama a la puerta de la habitación el persistente vendedor de tickets. No le abrimos y se queda esperando fuera. Parece que le dé rabia que no le compremos los tickets, pero actuando de ese modo, seguro que ya no nos convencerá. Salimos, cargados con las mochilas hacia un bar cercano para tomar un café. El vendedor nos sigue todo el rato para saber el motivo por el que no le compramos los tickets. La razón es que vimos precios más baratos del precio final que nos dio. Llegamos a la zona portuaria donde finalmente conseguimos un barco pequeño que compartiremos cómodamente junto a 2 alemanes. En otros de los botes que vemos hay muchísimos más pasajeros. Volvimos a tener suerte al decidir ir por libre. La nueva travesía por el infinito Mekong dura un par de horas, durante las cuales atraviesas por pequeñas entradas del río donde las señoras limpian los utensilios de sus casas o la ropa en la misma orilla del río. También utilizan sus aguas a modo de baño con jabón incluido. Antes de llegar a la frontera fluvial con Camboya adelantamos a una lancha en la que está Jazz junto a una masificación de personas en su interior. Nos hace gracia pensar que pago más que nosotros por ir organizada, para acabar en un bote más lento y lleno de turistas.

Entre alojamiento, barcos, motos, comidas y demás, los gastos totales desde la salida de Saigón no han superado los 25$, la mitad de lo que nos hubiese costado por hacerlo a través de alguna agencia.

En el puesto fronterizo a Camboya, debemos esperarnos un rato para pagar las tasas aduaneras, con lo que tomamos algo en un pequeño puesto junto a dos pequeños de la etnia Cham, una de esas minorías religiosas procedentes del Islam que quedan todavía repartidas por Vietnam, y en especial por el delta del Mekong. Los Cham son una etnia de origen malayo-indonesio, pero de influencia cultural india. Su reino se extendió desde el siglo II hasta el XVII por la zona central del país. Cuando el Islam llegó, pocos Cham lo adoptaron. Sin embargo, en algún momento entre 1607 y 1676, el rey de los Cham se hizo musulmán, lo cual llevó a que muchos miembros de esta etnia abrazaran el Islam también.
Los pequeños Cham nos han tomado cariño, aunque con la intención de vendernos cualquier pasta de las que llevan en una pequeña bandeja. No contaran con más de 10 años y ya necesitan buscarse el pan.
Nos avisan que ya podemos acceder a la oficina fronteriza, donde pagaremos los 30 $ por el nuevo y dichoso visado en una pequeña caseta militar. Por el camino de tierra se nos cruza una moto cargada con varias decenas de ocas o gansos a modo de alforjas .Ésta será la última imagen que veré de Vietnam.