Capítulo 5

HONG KONG Y SUR DE CHINA

¡Qué ganas tengo de continuar la ruta terrestre! tras las 4 horas de vuelo hasta Hong Kong. El aeropuerto es inmenso, está situado en la isla de Lantau y es uno de los más grandes del mundo, constantemente se ven obras de ampliación. Del mismo aeropuerto se toma una especie de metro interno que te deja en el exterior, desde donde cogemos un autobús al centro de la ciudad por 3,5 $.
Es un día algo nublado. La carretera del aeropuerto hacia la península de Kowlon está unida por el puente más largo del mundo. Ya desde allí comienza a divisarse la enorme arquitectura urbana de la que fue antigua colonia británica hasta el año 1997.

Tras media hora estamos en pleno centro urbano. La primera sensación que ronda por mi cabeza es la de una enorme metrópoli de gran similitud a Nueva York, al menos como yo la recuerdo de años atrás. Bajamos, casi por casualidad, en una de las múltiples paradas de autobús donde nos informaron que hay varios alojamientos, aunque por aquí habrá por todas partes, el hormigón es visible por todos lados. Sólo poner el pie en la acera, un joven que reparte folletos publicitarios nos ofrece alojamiento al precio razonable de 8 $. Me habían comentad lo caro que era Hong Kong, motivo que me hizo preocupar antes de la llegada, pero en vista de lo visto, y en comparación a España, es inclusive algo más barato.
Los viandantes se cuentan a millares por las anchas calles repletas de comercios, predominantemente tecnologías de última generación. El edificio en el que nos adentramos es una especie de colmena, habitaciones estrechas y ningún tipo de salida al exterior ni luz natural. Se nota que “hay mucho chino en China” en cuanto te das cuenta del aprovechamiento del espacio. La habitación que nos muestra es realmente pequeña. Dos literas estrechas casi pegadas y un minúsculo baño que hacen que no supere un total de 5m2.
Damos un primer vistazo a la ciudad, a la que ya puedo definir como el Nueva York de Asia, razones no le faltan. Los enormes rascacielos no tienen nada que envidiar a los de la capital financiera americana. El lujo es evidente. Hoteles infinitos adornados con Rolls Royce: leí que es la ciudad que cuenta con más coches de lujo del planeta por metro cuadrado. Multitud de puestos de comida diversa engalanan las calles, iluminadas con esos típicos y relucientes carteles de neón, tan retratados en imágenes de folletos comerciales.

Hoy es sábado, por lo que tocará hacer una salida nocturna tras la nula diversión que nos encontramos por India y Nepal. Ángel y Jazz siguen sin apuntarse, salgo con Luis. Tomamos el botellín de whisky Everest que compramos en Nepal, y nos vamos hacia la zona de fiesta, en la isla de Hong Kong, cerca del distrito financiero. Para llegar, subimos al metro que nos deja en la zona del Soho. Recién salidos de los modernos subterráneos (con cristales que te protegen de las vías y monitores de anuncios publicitarios), nos encontramos una calle llena de gente y varios bares. Parece mentira, pero la mayoría de los presentes son occidentales, y eso no me gusta. Espero que no sea una zona turística de esas que frecuenta únicamente el extranjero. Cada bar tiene su terraza, en la que puedes tomarte una cerveza envuelto en música pop a todo volumen. En el interior de los bares, multitud de ingleses viendo fútbol, gritando y tragando líquido como degenerados. Sólo les falta ponerse un cordel para no perderse uno del otro. No parece que haya gente local. Nos han comentado que muchos de los presentes son occidentales residentes procedentes de la infinidad de multinacionales que están presentes en Hong Kong.
Acabamos a las 7:00 de la madrugada, pero el pub continúa repleto. Queríamos fiesta y la hemos tenido, pero el aguante, cuando no estas entrenado, se resiente a cierta hora. El retorno a nuestra humilde y minúscula morada se hace largo, descansamos en un banco y casi nos quedamos dormidos. Vuelta al metro de retorno para posteriormente desayunar algo y regresar al mini habitáculo a tumbarnos.

A las 11:30 de la mañana nos despierta un despejado Ángel, yo he debido descansar sólo 3:30 horas. Esto de dormir poco se empieza a hacer rutinario.
Acudo a la embajada de China para hacerme el visado. Preferí sacármelo en Hong Kong por si resultaba más barato. El precio es de unos 30 $, algo más barato que desde España. Recorremos la zona financiera y el SOHO, justo por donde anduvimos de fiesta unas horas atrás, para acabar comiendo en un restaurante vietnamita rodeado de comercios chinos de alimentación exótica: restos de una especie de lagartos y serpientes que parece que están disecadas.
Durante toda la tarde me dirijo caminando desde la zona centro hasta Peak Road. Hay que subir por la montaña y mientras lo haces vas cruzándote con majestuosos apartamentos de lujo y algún que otro Ferrari. Hay transporte para subir (un tranvía-funicular: el Peak Tram), pero prefiero hacerlo a pie para contemplar la magnífica panorámica de Hong Kong desde lo alto. Tras más de dos horas caminando cuesta arriba, levanto el dedo pulgar a la espera de que algún vehículo me suba hasta la última etapa del tramo, se me hace eterno. Nada. Continúo la subida. Voy haciendo alguna parada corta para sacar tomas de los rascacielos. El último tramo es realmente malo para hacerlo caminando, notas el aliento de los coches que pasan a tan sólo unos centímetros. Parece que donde hay dinero la humanidad se resiente, éste es el único lugar donde ni un solo coche me ha parado desde el inicio del viaje. ¿Será por el sentimiento de inseguridad que existe en las sociedades más desarrolladas? Creo que sí, lamentablemente no se puede confiar en un desconocido.
En la parte superior de la montaña hay un gran centro comercial junto a una terraza natural en forma de camino de tierra. Desde allí se tiene una de las vistas típicas de la iluminada ciudad. Los turistas que se dieron cita aquí son de lo más variopinto aunque todos ellos usen apasionadamente las cámaras. Muchos son asiáticos con equipos fotográficos de varios miles de dólares. Sin trípode, siquiera, me planto la cámara apoyada a diferentes rocas desde donde tomo la bonita y obligada instantánea nocturna. Algunos edificios que se contemplan desde lo alto cambian sus enormes fachadas de color a modo de presentación nocturna. En la bajada de retorno puedo contemplar, a lo lejos, uno de los enormes barcos-restaurantes iluminados con miles de bombillas.

De nuevo salida nocturna, esta vez también con Ángel quién se anima finalmente. Vamos a la misma zona del día anterior aunque al ser domingo ya no es lo mismo. Compramos algunas latas en un centro de 24 horas para tomarlas en unos escalones y allí conocemos a un joven de Boston algo alocado que no para de hacer alusiones sexuales en referencia a la ciudad asiática. Tomamos más tarde un taxi para ser llevados a la Bamba, un local en otra zona del centro algo más llena que la anterior. Parece mentira pero casi todas las chicas que se encuentran en los locales se prostituyen de forma directa o indirecta. Cuando crees que una de esas jóvenes y delgadas asiáticas se interesó por ti, al llegarte una de sus miradas impactantes, resulta que tras un rato de conversación te suelta eso de que por 100$ es tuya toda la noche. Tras la negativa intentan sin resultado sacarte al menos alguna copa.

Al día siguiente me dedico con urgencia a tramitar la visa. Recorro calles y calles a bordo de enormes y finos tranvías de dos plantas en alguno de los cuales me quedo incluso dormido. Me gusta ver el paisaje urbano desde la segunda planta del transporte. Aprovecho el trayecto de algunas líneas hasta las últimas paradas por eso de que me gusta coger transportes sin saber siquiera a donde se dirigen. Al despertarme en uno aprecio la mascarilla que usa para la boca un señor que se ha sentado junto a mí. Me parece una situación ridícula para alguien que vive en una de las ciudades más ordenadas y limpias del planeta. Si no quiere tener contacto con ningún germen o tipo de polución que se marche al campo a soportar a los insectos.
Continúo paseando, adentrándome un enorme parque en medio de la ciudad en donde hay chicos jugando al fútbol bajo las gigantescas estructuras de hormigón de los edificios colindantes.
Ante tanto comercio por todas calles acabo comparando precios de diferentes artículos de tiendas electrónicas, aunque sabiendo de antemano que no voy comprar nada. Los precios de los productos digitales son un poco más baratos que en España, pero se debe andar con ojo con lo que se compra.
Retorno de la isla de Hong Kong a Kowlon en un ferry que tarda sólo 12 minutos de punta a punta. De vuelta al minúsculo habitáculo, me paran algunos porteros de locales nocturnos de masajes tratando de convencerme de los servicios de alguna de las señoritas que salen en los folletos. Me guardo uno de recuerdo, sale la foto de una joven y sugerente asiática de enorme busto portando un ligero bañador. ¡Menuda publicidad! Sólo se entiende Sauna y un número que imagino es el precio en dólares. Uno de esos porteros me dice que conoce chicas jovencitas, muy jovencitas. ¡Menudo asco de tío!

El grupo se encuentra ya en Guantzhou mientras yo todavía continúo sólo en Hong Kong. En mi último día de estadía compro el billete para Guantzhou a media tarde para ver algo más de la ciudad. Acudo hasta la isla de Lambau en donde se encuentra el Buda Gigante dorado. Es la estatua budista más grande del planeta. Mi sorpresa llega al averiguar que el trayecto ya dentro de la isla hacia el Buda es de más de una hora, solo la ida, con lo que al calcular el tiempo de ida, de visitarlo rápido y de regresar me doy cuenta que casi no alcanzo a coger el bus que ya tengo pagado. Desisto entonces retornando al centro donde me preparo la bolsa para el nuevo trayecto. A veces la poca planificación de las cosas tiene este aspecto negativo de no poder hacer lo que uno realmente desea por cuestión de tiempo, y algo de desorganización.

La aduana para entrar en territorio chino está a 3 horas de distancia. El recorrido es feo y gris, notándose a cada kilómetro por el que avanza el autobús los restos de edificios típicos de régimen comunista. No podría vivir jamás en un sitio así. Colmenas grisáceas sin nada a su alrededor a modo de vivienda.

En la aduana obligan a apearse del autobús a todos los pasajeros para la entrega de papeleo y visados. La sensación seria que me causo el pasar por los controles de acceso se agravó más mientras degustaba un líquido embotellado de amargo sabor. Vista, olfato, oído, sabor y tacto son los cinco sentidos a los que no les estoy dando un buen uso en este preciso momento.

Me apeo en la que creo es la penúltima parada del autobús de esta nueva ciudad de siete millones de habitantes, donde el grupo me comentó que debería bajar en su busca. Compruebo que el conductor del transporte no se enteró de que debía bajar en la penúltima parada. Siempre parece que afirman con la cabeza aunque no entiendan lo que se les pregunta. Parecen estúpidos con tanta educación que no lleva a ningún lado. Los modales de muchos, por aquí, son lamentables, en mi opinión, ya que parecen sentirse inferiores solo al ver su forma de saludar, hablar etc. …Me comentaron en una ocasión que la población china siempre se ha sentido inferior respecto a occidente por un tema relacionado con la estatura. Menuda gilipollez, pensaba, aunque parece que sea verdad al ver como te miran la mayoría.
Espero en la que ya sé que no es la penúltima parada. Llamo al grupo para saber dónde están alojados y me indican la parada de metro más cercana a donde se encuentran. Buscando mi parada de metro me topo con una chica que me ofrece servicios de guía turístico comentándome algo de su casa, madre y pasar la noche. No sé si es una prostituta o qué. Trabaja en un inmenso hotel, tal y como indica su uniforme, aunque igual desea buscar un cliente para su tiempo libre. Me da su tarjeta con el teléfono y me dirijo a la boca de metro que me ha indicado. Antes de llegar al metro me para otro agente hotelero que parece haber salido de un espectáculo de humor circense. Rellenito de carnes con un auricular al oído, traje oscuro y su vocabulario comercial no para de comentar que hace reservas para todo a través de su móvil. Me indica las tarifas de uno y otro hotel de precios algo elevados. Parece tontín si cree que un personaje como yo, con la pinta que llevo va a contratar sus servicios. Aprovecho para indicarle el hotel que me dio el grupo de referencia y me indica que está a una hora caminando y se prepara a llamarles hasta que me despido de él con la que es ya la segunda tarjeta personal en tan solo 20 minutos de estancia en la ciudad.

Si fuera la gente me parecía algo tonta por su gesticulación, dentro del metro soy yo el que parece subnormal al no entender el funcionamiento de entrada. Es una ficha amarilla que se debe introducir en una máquina pero no lo consigo. Parece que coger el metro sea como dar a una ficha en un puesto de feria. Dentro del vagón todas las miradas de los pasajeros se dirigen hacia mí. Me miran con caras extrañas y curiosas. Me bajo, tras varias paradas, en la que creo que es la correcta. Ni estoy seguro ni puedo fiarme ya de las indicaciones que me han dado. No vi mucha gente en el metro. Tenía esa imagen de miles de personas agolpándose en las puertas de los vagones a más no poder. Supongo que solo será en Japón, donde me enteré que van a hacer vagones unisex para evitar los tocamientos.
Me encuentro por fin al grupo en la entrada del hotel que me indicaron, que no es el hotel en el que están alojados sino en el que se encontraban más cercano para poder quedar conmigo. Vamos caminando juntos por una gran avenida comercial en la que te encuentras a cada esquina con un conocido fast food. La calle está repleta de gente. Se nota que es el país más poblado del planeta. Por el camino paramos a tomar unos pinchos de pollo por un dólar en un puesto callejero. La forma en la que te atienden es una mezcla entre una actitud miedosa y respeto total. La gente es sencilla y simplona, aunque parecen buenos tipos en el fondo.

El hotel es el mejor hasta la fecha, y su precio de 6 $. Dispone de una amplia habitación, con baño y televisión incluidos. Es la 1:00 de la madrugada cuando el grupo se acuesta. Por mi parte, no tengo todavía nada de sueño y me dirijo a dar una vuelta por los alrededores para hacerme una idea de la nueva ciudad aunque sea de noche. Caminando junto al río llego hasta el mercado de pescado, en el que la actividad de trabajo es incesante con las descargas de los camiones y la puesta en orden de los productos. Me encuentro realmente raro en medio del mercado donde todos me miran pero ninguno me devuelve el saludo. Estos chinos son raros hasta en su propio territorio. Saliendo del mercado hay una cafetería para trabajadores en el que una mujer está pegando e insultando a un hombre. Jamás había visto nada igual. Han pasado casi un par de horas mientras retorno al hotel n busca de la nueva y ancha cama que me espera.

Hoy toca acudir por fuerza al consulado de Vietnam para obtener un nuevo visado. Tiene un coste de 65$ y no te lo pueden hacer al momento. Se deben esperar un par de días por todo los trámites. Rellenamos los formularios pertinentes pero precisan de una dichosa fotografía tipo carné. Luis no la tiene (faltan solo 5 minutos para el cierre de la oficina) así que no se le ocurre otra que recortar la fotografía plastificada del DNI. Salvados por la campana. Ahora el problema es saber los horarios de los trenes o autobuses dirección Nanning sin poder comprarlos ni reservarlos ya no sabemos que día y a qué hora tendremos el nuevo visado.

Aprovechamos el día para hacer algo de turismo. Me sorprende el gran desarrollo que se percibe al ver los rascacielos de esta ciudad china, una de las más grandes de todo el país y de la que jamás había tenido referencias.
Visitamos la pagoda del templo de Liurong (Templo de las seis higueras de Indias) cuyo interior alberga una gran torre y una capilla con tres enormes estatuas doradas de Buda. Son de destacar las 1.023 pequeñas imágenes de Buda, talladas en la columna del templo, sobre un fondo de nubes arremolinadas. El coste de entrada al templo es de 1$, aunque es fácil que te dejen entrar a su interior de forma gratuita si se dice que se va a visitar rápido, aunque luego estés un largo rato en su interior. Junto a la salida del templo hay una pared donde se cuelga la prensa diaria para que la gente pueda leerla gratis. Caminando me topo con un joven que está utilizando una lupa para quemar un papel. En menos de 10 segundos se inicia la llama producida por la fuerza e intensidad de la luz solar. Comemos en un local en el que me sirvo pollo, arroz, pato y patatas por 0,5$ a modo de bufete.

Un monumento del pasado de Guangzhou que resulta sorprendente es la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, construida por misioneros europeos llegados a China a partir de la dinastía Ming (1368-1644). La iglesia y el convento adyacente datan de 1863. Su construcción llevó 25 años y es obra de un arquitecto francés que basó los planos en la catedral de Notre Dame de París.

Por su larga tradición como importante puerto de la China meridional, tanto los residentes de Guangzhou como los navegantes extranjeros tenían por costumbre acudir al Templo del Dios Nanhai (dios del Mar del Sur), en el distrito de Huangpu, para suplicar su amparo antes de embarcarse. Incluso los emperadores chinos enviaban a sus almirantes al templo para pedir protección a la deidad.

El grupo marcha a descansar al hotel a media tarde, momento que aprovecho para ver un hermoso atardecer mientras paseo alrededor del río de la perla (Xi Jiang). Retrato en la hora mágica, fotográficamente hablando, a algunas personas en bicicleta, sentadas por los bancos o haciendo footing.
Son las 18:30, es ya de noche y acudo nuevamente al hotel para hacer una siesta de un par de horas que el cuerpo me pide tras estar caminando cada día diez horas y descansar menos de seis. Al levantarme voy a buscar a un callejón a Luís y Ángel. Me los encuentro sentados en un sitio de lo más cutre tomando unos pinchos de los que siempre me acordaré por su gran sabor y bajo precio. Los puestos de comida son simples carretillas junto a una mesa destartalada y cuatro pequeñas banquetas. Por el módico precio de 1 $ me como un pincho de pollo, pescado y una bandejita de fideos sin ni siquiera poder acabármela. Estos puestos callejeros no están legitimados, por lo que siempre hay algún susto, los propietarios están preparados para desarmarlos al menor aviso de alguna patrulla. Mientras acabamos de tomar los pinchos conocemos a un pakistaní muy arreglado que nos comenta que todas las chicas que están solas por esas oscuras calles son prostitutas y cobran 5 $ por hora. Nos comenta de ir a un club pero la calle en la que se encuentra no ofrece buen aspecto y nos retiramos.

Debemos ir al consulado a las 15:00 para recoger el visado y a continuación, y de forma urgente, a la estación de tren donde el horario de salida hacia Nanning es tan solo 50 minutos más tarde.
Aprovechamos el resto libre que nos queda de la mañana para hacer alguna ultima visita por la ciudad, como por ejemplo el parque Yuexiu que cuesta menos de 1 $. El interior, a lo largo de sus jardines junto a los estanques de agua, alberga una pequeña cascada y patios donde practican yoga, e incluso un campo de bolos de hierba realmente enorme. En una hora de visita no da tiempo a nada, aunque tampoco nos podemos arriesgar a perder mucho el tiempo antes de coger el tren. Regresando al hotel vemos a unos ancianos pescadores junto al río quienes con un simple cordel han pescado una especie de serpientes o anguilas.

Cogemos un taxi para llegar al consulado, recoger los visados y tirar para la estación, donde por suerte hay billetes. El tren está algo vacío, por fortuna. Podemos estirarnos en varios asientos. Al despertarme me encuentro que el grupo no está y me enfado, no les dirijo la palabra debido a que la mochila la deje en otro compartimiento del mismo vagón, sin que me avisaran de su nuevo cambio de ubicación. Con lo fácil que es que te roben la mochila. Bien que lo sabían, al cambiar ellos las suyas. Parece mentira que estos detalles tan importantes los pasen por alto. Yo sería incapaz de hacer lo mismo. El paisaje del recorrido es algo gris. Llegamos a primera hora de la mañana a Nanning tras medio día de tren.

Es todavía de noche en la nueva ciudad. La estación está situada junto a una plaza que parece ser el centro de la ciudad. Los comercios empiezan a abrir y buscamos información de horarios de autobuses para entrar lo antes posible a Vietnam. Recorremos la ciudad en el nuevo autobús que nos llevará, en menos de dos horas, a la frontera de China con Vietnam, situada a 200 km. de distancia. La ciudad que dejamos parece grande y algo desordenada. En una de las agencias cercanas a la estación veo una fotografía de las cavernas de Yiling que no da tiempo a visitar.

Ya en la frontera, rellenamos los nuevos formularios de entrada y nos hacen pagar 2 $ por tasas médicas y demás. Lo vemos extraño y no deseamos pagarlas al nuevo agente oficial, quién sin pagar no nos da el permiso. ¡Qué rabia da no saber si son unas tasas obligadas o son para el beneficio del agente aduanero