Capítulo 4
KATMANDÚ: TANKAS Y BICICLETAS
Salida a un nuevo país, Nepal, dirección a Katmandú a primerísima hora de la mañana. Me paso la mayor parte del trayecto asomado por la ventana, golpeándome la cabeza mirando un paisaje que se mantiene constante aunque con algo mas de vegetación. Las gentes y los poblados en los que paramos son muy similares. El autobús para en la frontera India y al recoger la mochila del capó, me doy cuenta que no está atada mi chaqueta. La reclamo pero no aparece por ningún lado. Será por el viento, me dicen, por una mano ajena, más bien. Así que ya no tengo chaqueta para el frío y estoy entrando en Nepal aunque, eso sí, tengo menos peso en la bolsa.
Rellenamos los trámites aduaneros (incluidos los 30 malditos dólares de la visa de entrada por echar una firmita). Contemplo en el formulario la posibilidad de entrada gratis, pero sólo si se permanece 3 días en el país, cosa imposible por las distancias a menos que lleves prisa y seas transportista.
Esperamos el inicio del nuevo día junto a otros mochileros, algunos ya mayores como una pareja de suecos con mochilas de época. Me dan cierta envidia, ojalá llegué a su edad para volver de nuevo. Hablamos con ellos, hay huelga de transportes, pero parece no importarles, diría que están enamorados. Otra pareja, en este caso de madrileños, con la que cenamos a la intemperie nos dice que hubo gente que tuvo que esperarse hasta 3 días. Esperando la comida en la terraza del hostal, vemos desde lo alto como, para nuestra sorpresa, arranca el autobús. Así que dejamos los refrescos, empezamos a correr y conseguimos pararlo y subir. Me siento en la parte posterior y al poco rato de la salida aparecen de golpe en el autobús unos críos que solicitan dinero por haber subido las mochilas al capó. El autobús para. Parece que hay algún problema. La gente no entiende nada de lo que pasa y los jóvenes vuelven a pedir dinero como si de unos guerrilleros se tratase por cobrar un rescate. Hay gente que les da algo, nosotros, y varios más, nos negamos sin hacerles el más mínimo caso. Cada poco rato hay controles debido a la huelga. Es el viaje en autobús más duro que he realizado en mi vida, desde las 14:00 hasta la 1:30 de la madrugada para recorrer sólo 200 Km. a través de unas carreteras más que lamentables. En algunos momentos los botes del vehículo son comparables a los de una feria de atracciones. El paisaje, por el contrario, es magnífico. De unas 5 personas sentadas que empezamos el recorrido en la parte posterior del bus, acabamos 8, apretadas a más no poder. Solo alguna pequeña parada de pocos minutos para comer rápidamente hace algo llevadero el viaje. Hubo algún momento del trayecto en el que, para estar más cómodo, saco parte de mi cuerpo al exterior hasta que otro rápido vehículo en dirección contraria pasa rozándonos y desisto.
Tras llegar a Katmandú con la espalda molida, cogemos sin pensar un taxi en dirección al primer alojamiento barato al que nos quieran llevar. La zona a la que nos acerca el taxista es demasiado céntrica (y cara), pero al estar tan rendidos no nos preocupa demasiado, sólo queremos tirarnos cuanto antes en la cama del hostal (3 $, unas 200 rupias nepalíes).
Al despertar placidamente y ya recompuestos nos percatamos de que nos hemos instalado en un agradable hostal, con un amplio jardín donde nos sirven el desayuno. Para visitar la ciudad a tu aire, lo mejor es alquilar una bicicleta (unas 150 rupias por un día entero). Así que empezamos a pedalear recorriendo Katmandú y tengo la sensación de que ya he estado aquí anteriormente, será por la televisión pienso, o quizás una reencarnación anterior, estamos en tierra de ellas. Nos dirigimos al templo de los monos. Hay que trepar unos cuantos cientos de escalones. Organizamos dos turnos para vigilar las bicicletas. Y eso que por aquí en ninguna tienda de alquiler te hacen dejar documentos: cosa rara. Llego a la cumbre algo cansado y me quedo perplejo ante tanta belleza, es realmente espectacular. Cúpulas doradas que te observan desde todos los ángulos a través de miles de ojos coloreados, las famosas stupas doradas adornadas con multitud de banderines multicolores. Alrededor del templo se encuentran pequeñas tiendas de artesanías muy sugerentes en las que dan ganas de comprar desde una máscara a una marioneta. Es otro momento de deleite para la cámara, a la que le doy un nuevo exceso de trabajo. Todo el templo está rodeado de monos y hay bosques en las laderas de la montaña. Desde lo alto se contemplan unas vistas generales de la capital, aunque el día no está del todo claro. Al coger la bicicleta para continuar la ruta, me saluda un anciano desde su pequeño comercio con un gran logo rojo, la famosa marca de bebidas también está en Nepal. Una señora pasa delante de mí junto a su crío, sujeto firmemente a la espalda y un grupo de señoras mueven con las manos los cilindros de oración. Circular en bicicleta por estas áreas requiere los cinco sentidos, se circula por la izquierda y los vehículos que pasan en dirección contraria lo hacen casi rozándote.
En Katmandú las tiendas son realmente grandes y se da mucha importancia a los deportes de aventura. Tiendas y tiendas, calle tras calle. En un comercio me hace gracia ver unos equipos de esquís, ¿habrá pistas? Creo que no.
Cenamos en una cadena de restaurantes muy reputada especializada en carnes. Por solo 200 rupias puedes digerir un gran plato de carnes variadas con patatas fritas. ¡Y qué ganas tenía de probar carne, tras más de 2 semanas en el olvido! Cenamos en compañía de un chico vietnamita-americano y su amigo canadiense. Tras la cena, vamos a tomar unas cervezas por el Katmandú nocturno, en uno de los muchos bares con terraza en lo alto de un edificio. Me da algo de rabia pagar la cerveza al mismo precio del gran plato de carnes. Me imagino como tuvo que ser la zona varias décadas atrás, en su máximo apogeo en el que los únicos turistas que venían eran jóvenes hippies para conocerse a sí mismos a golpe de talón. Acudimos a otro bar, la música que suena es rock comercial, dedicada a gringos que dejan sus dólares. Ponen incluso un tema de un cantante español, un tal Iglesias. La vida nocturna es sencilla, y sin gente local, solo extranjeros y más extranjeros. Al salir del ultimo pub se produce una pelea en medio de la calle entre pequeños camellos locales. Por la noche, las calles estás llenas de jóvenes ofreciéndote drogas (básicamente marihuana). Son jóvenes algo marginados y por el aspecto que tienen parece que más que vender sólo la consumen en exceso. Antes de despedir al nuestro dicharachero compañero vietnamita, pasamos por delante de una casa de masajes que parece conocer muy bien.
En el hostal organizan salidas para volar en avioneta al Everest. Preguntamos el precio por curiosidad (100 $). Al ver las fotos del folleto dan ganas de realizarlo, otra actividad más de las muchas que van pasando ante mis ojos sin que mi presupuesto pueda asimilarlas. Así que me voy a alquilar otra bicicleta, un medio de transporte más barato, y me voy en dirección a la plaza Durbar. Me paro en una plaza semiescondida entre pequeños callejones para ver a unos niños jugando a canicas, me recuerdan mi niñez. Fotografío a niños y más niños, es un tema recurrente y me estoy aficionando, sus expresiones son las más naturales. Uno de los pequeños retratados lleva maquillaje en los ojos, un símbolo de belleza, y viste un trajecito rojo a lo Santa Claus con un “Happy Birthday” bordado. La de calor que debe estar pasando, no entiendo como le visten tanto. Tras varias paradas más llego a la plaza Durbar. No sé si está permitida la entrada en bicicleta pero no parece que me pongan problemas por ello. Los templos son de arquitectura newarí, con altos escalones ascendentes para subir hasta la planta y con multitud de pequeñas esculturas. La plaza está rodeada de infinitos comercios destacando los de cuadros típicos de Nepal como los famosos tankas en los que se representa parte de la historia de Buda. Tienen motivos dorados y la pintura es muy minuciosa. Comparo precios en diferentes tiendas y son muy similares. En el exterior de una de las tiendas veo la bandera de España junto a la frase "Se habla español": ¡Menudo reclamo!, en mi caso ha funcionado a la perfección. El comerciante, tras atender a otra visita, me hace sentar y me ofrece té para conversar . Diferentes tamaños, diseños, grabados. Le solicito un presupuesto para comprar varios a precio especial con la finalidad de venderlos en Australia. Me comenta que mucha gente lo hizo y le fue bien. No le creo pero da igual. En el interior de su mesa de cristal tiene multitud de fotografías de clientes, entre las que observo las del músico Gerard Quintana del grupo catalán Sopa de Cabra y algún alpinista español. Le digo que me decidiré al final del día y, sin mucha insistencia, se despide de mí. Comparo en varias tiendas más pero no encuentro nada mejor y me marcho.
Tirando millas a golpe de pedal me adentro en Patan, la segunda ciudad del valle de Katmandú. La magia que rodea su majestuosa plaza Durbar la hace uno de esos rincones especiales para el viajero. De aspecto más que sublime, es digna de ser el escenario para cualquier película de época. Descanso en el escalón de uno de los históricos templos y se me engancha un joven que me explica las labores artísticas de su hermano, maestro del arte de los tankas. Me pide que le acompañe a verlos a su tienda sin ningún compromiso. Ante la negativa empieza a explicar datos históricos con fechas y todo, aprendido de carretilla al más puro estilo de guía precoz . Por mi parte encantado, que me explique todo lo que quiera. Le digo más tarde que tengo que comer algo y me da la tarjeta de la tienda a la que espera que acuda más tarde.
Recorro la plaza y sus alrededores hasta que me pierdo, no sé cómo retornar a la plaza en la que tengo atada la bicicleta. Atravieso a pié campo abiertos, con multitud de trabajadores cosechando al fondo, como si de una bella estampa se tratara, e inicio la búsqueda de la plaza de la única forma que puedo: preguntando a todo el que se cruce conmigo. Para que uno se de cuenta de hasta dónde llega la amabilidad de las gentes de aquí sólo diré que al parar a un señor en su motocicleta para que me indicara, éste ya se ofrece encantado a llevarme directamente .
Tras comer algo y en espera de que me baje algo la comida acudo a la tienda de batiks pero sólo con el propósito de no estar más de 15 minutos, pues son expertos en enredar y sin darte cuenta te puede pasar una hora. Me empieza a sacar cuadros y cuadros pero son algo más caros que los vistos en otras tiendas. Le digo que me interesan para comentarlo a otra persona, con lo que aprovecho para sacar fotografías de los diseños. Me entero de algo peculiar que se puede contemplar en el templo de Jagannarayan, un templo de 2 plantas de ladrillo situado junto al Palacio Real, resulta que parte de las estatuas incrustadas en lo alto representan diferentes posturas del Kamasutra.
Empiezo el recorrido de vuelta hasta que llego a una enorme plaza en la que me desoriento y no sé regresar. Saco un pequeño mapa que cogí del hostal para preguntar calles y veo el letrero de un psiquiátrico frente a mí. Entro y veo a un grupo de personas en el jardín, sigo y me encuentro con el vigilante: trabajo para una revista de salud de España y me gustaría ver las instalaciones y los pacientes para realizar un reportaje. Sin ningún problema me hace firmar en un papel y me acompaña al interior. No me lo puedo creer. En Barcelona he tratado muchas veces entrar para hacer un reportaje y nunca lo he conseguido. En la primera habitación que veo hay 3 personas. Saco la cámara y empiezo a disparar a los huéspedes. Un chico se acerca y me comenta que el no está interno que solo ha venido a ver a su hermano. Le digo que no importa y le enseño las fotos en la pantalla. Acudo a otra habitación en la que hay una decena de pacientes, se ponen muy felices al verme y me hablan con evidentes signos de trastorno pero muy afablemente. Les disparo varias tomas aunque la luz del interior no es muy buena para retratos. Uno se echa a reír como un descosido al ver su foto en la pantalla. Otro esta triste y saco mi masajeador con el que le saco una sonrisa. Todos se ríen mucho al notar el masaje en la cabeza, me siento cada vez mejor más cómplice. Saco la impresora y les imprimo unas fotografías de grupo pero no me da para todos y le digo al gerente que las que falten las pago yo. Le doy unos 2 dólares en presencia de los pacientes para que lleve una de las copias impresas a una tienda y les hagan mas copias para el resto. Todos me acompañan a la salida, me cruzo con una interna con la cara desencajada y se suma al resto para despedirse de mí. Ha sido un momentos especial, realmente me he sentido persona, me he sentido humano y amigo. Espero que haya muchos más..Regreso feliz al centro, ahora estoy decidido a comprar algunos tankas. Resulta que el comerciante sabe algo de catalán por los clientes y empezamos la negociación.. Me baja algo los precios y le compro finalmente una docena a 6 $ la unidad. Y dos más de regalo. Me los envuelve en un tubo plastificado y me dice que el proceso por cada uno es de de unos 10 días. No sé si he hecho bien pero a mí por lo menos me gustan. Ahora volaron unos 70 dólares de golpe. Al regresar me encuentro al grupo en un café Internet. Me conecto también un rato en lo que fue otro día completísimo.
TREKKING: DE NAGARKOT POR BAKTAPHOR HASTA POKHARA.
Nos dirigimos a Nagarkot en autobús para hacer uno de sus famosos trekkings. Tras pasar por varios controles militares ―buscan explosivos― empezamos la ruta. El trayecto en autobús es de una hora aproximadamente. Al iniciar el ascenso por los montes veo a multitud de escolares cargando con sus libros de escuela y al pasar junto a la escuela un hombre nos invita a conocerla. En la pizarra nos escribe los nombres y la procedencia para enseñarlos a sus alumnos al día siguiente. Es el director, o como allí dicen: el principal. Nos muestra todas las aulas, no son más que pequeños cuartos con 4 sillas, mesas y algún dibujo colgado de la pared. Dejamos nuestras dedicatorias en un cuaderno y nos vamos. Por el camino me voy quedando atrás del grupo mientras retrato a cada estudiante con el que me cruzo por el camino. Uno aparece lleno de libros, le pregunto si es listo y todos me lo corroboran. Se le nota. Otro llega con la muñeca rota, enyesada, echándose unas carcajadas. Continuo caminando mientras los pequeños me siguen durante un rato. Me siento como el flautista de Hamelín al tocar mi armónica y ver tras de mí a los pequeños escuchando la música. El grupo sé ha adelantado por lo que me tomo mi tiempo para las fotografías. Conozco por el camino a una joven que dice ser maestra de la escuela anterior que visitamos. Se llama Indira y es muy seria y reservada. Es la profesora de idiomas. Me invita a su casa a tomar un té y acepto, aunque rápidamente, pues todavía me quedan varios kilómetros por recorrer y quedan unas 3 horas de luz. Antes del trekking me fijé un objetivo: encontrar una niña de ojos verdes parecida a la que salió en Time. Al llegar a la mitad del recorrido, en un pequeño pueblecito de montaña la encontré jugando con sus amigos. No me lo podía creer. Mi mirada sólo se dirigía a ella y eso lo percibía sin entenderme, sólo la retrataba a ella cambiándola incluso de posición en función del sol. Mas tarde fotografío al resto felices y radiantes, money money. Les solté algunas monedas pero querían más. Quise imprimirles alguna fotografía pero no tenia ya mucho tiempo que perder y el papel no es que sobrara, prefería emplearlo en otros algo menos felices así que retomo el camino con un pequeño grupo de chicas siguiéndome durante varios metros.
Llego antes de que anochezca a la cota más alta del itinerario. Hay varios alojamientos acogedores, idóneos para entrar en calor ante la inminente bajada de temperatura que vendrá con la noche. Aunque no sé en qué alojamiento se habrá instalado el grupo elijo el primero que veo y allí me los encuentro. Por la noche no hay nada que hacer, a menos que sea degustar un caliente y reconfortante caldo o tumbarse en un sofá a leer un rato, eso sí, arropado con varias mantas. Nos despertamos a las 5:30 de la madrugada para poder coger el autobús antes de que salga el sol y subir al pico más alto de la montaña, dicen que hay maravillosas vistas. No estoy muy convencido pero finalmente me decido y pago125 rupias por el autobús. Al llegar a la cumbre una niebla tremenda imposibilita cualquier vista del Himalaya, incluso del pico más cercano: menudo robo. Hemos pagado 10 veces más que por el trayecto desde Katmandu para no ver absolutamente nada y no nos devuelven ni una sola rupia por no haber contemplado más que niebla.
A las 7:00 estamos de nuevo en el hotel desayunando. Vamos a realizar un nuevo trekking dirección Baktaphor, situado a unos 30 Km de distancia. Son caminos cuesta abajo en medio de hermosos parajes de máxima tranquilidad. Cruzamos pequeños riachuelos, bosques, valles y casas aisladas de piedra y paja. Nos acompaña un buen día y nos vamos encontrando, sobre todo, a niños que han salido en grupos a disfrutar del día de fiesta. Los últimos kilómetros son los peores, ya no hay mucha vegetación y todo es muy parecido, deseo ver algo nuevo. A tan sólo 3 Km. de distancia decidimos coger un autobús hasta el inicio de Bakhtapor; pagamos 5 rupias pero al cabo de poco nos damos cuenta de que otra vez nos han tomado el pelo, apenas quedan 500 metros para la ciudad.
En pocos minutos nos juntamos nuevamente con el resto para adentrarnos en la ciudad. En la entrada hay un cartel que anuncia los precios por ver la ciudad: 10 $ únicamente para turistas. No estamos muy convencidos y es ya mediodía, así que esperamos a entrar a las cinco, la hora en que los vigilantes acaban su trabajo. Mientras esperamos, un joven se acerca y se ofrece a entrarnos por calles más apartadas. Le seguimos pero a unos metros de distancia, para que no tenga problemas. Ya dentro, el joven guía nos busca un buen hostal para acabar su servicio: un par de dólares por persona. Cuesta 2 $ y es realmente rústico, estrecho, pero con algo de encanto.
El pequeño poblado es una maravilla arquitectónica, fue aquí donde se rodó “El último emperador”. Razones de decorados naturales no faltan. Mientras camino por la parte central del poblado siento haber retrocedido en el tiempo.
Es hora de comer, un hotel con una gran terraza exterior en su azotea nos ofrece unas vistas magníficas a los templos del interior del poblado. Al acabar marcho a recorrer el centro solo para tomar fotografías de los templos, los comercios y sus gentes. Hay muchos comercios de artesanía en los que fabrican vasijas de barro delante tuyo, bajo la sombra de algún toldo. También visito unas antiguas fuentes, la gente lava la ropa y se aprovisiona de agua allí mismo. Hay también muchas escuelas de fabricación de Mandalas o Tankkas, esos cuadros coloristas, tan detallados en los que se simboliza la vida de Buda durante sus diferentes etapas. No hace falta saber previamente dónde se encuentran, siempre hay algún aldeano que te guía a ellas para que contemples a sus alumnos y veas las obras, por si quieres adquirir alguna. Los precios son más caros que en Katmandú, aunque puede que los dibujos sean de más calidad. Almorzamos todos juntos en otra terraza y nos despedimos nuevamente para encontrarnos en Katmandú.
De regreso a Katmandú ponemos rumbo a Pokhara, pequeño pueblo cercano al monte Annapurna y sus rebosantes 8 km de altura. Luís y Jazz llegarán más tarde a la zona al haber contratado los servicios de una agencia de deportes. Concretamente van a realizar raffting juntos en el que es, junto con Nueva Zelanda, uno de los mejores entornos del planeta para dicha actividad.
Tomo solo el autobús hacia el nuevo destino. Las paradas en algunos puestos para comer son continuas. También soy testigo de recónditos parajes atravesados por extensos valles y ríos. Al llegar a Pokhara me encuentro con multitud de jóvenes con pancartas de sus respectivos hoteles. La persistencia al descender del autobúses molesta. No decido nada hasta la llegada de Ángel en el siguiente autobús, media hora más tarde escogemos la oferta del hotel Lake and Fire. El nuevo alojamiento es una casa con habitaciones y servicio de bicicletas incluido. Felices, por el precio casi estándar de 2 $ pero esta vez con taxi incluido y bicicletas, que cogemos nada más llegar para recorrer los alrededores.
Pokkhara es un pequeño pueblecito en continuo crecimiento con un precioso y enorme lago bajo las montañas nevadas picos del vecino Anapurna. Recorriendo todo el pueblo con la bicicleta aprecio su fama turística al cruzar junto a algunas parejas de extranjeros sentadas en algunos de sus restaurantes principales. Hay multitud de tiendas especializadas en deportes de aventura con pantalla propia en el exterior. Nos deleitamos con las imágenes de algunos deportes extremos de montaña. ¡Qué rabia que no estén a nuestro alcance!, si no, sería para realizar todos los deportes practicables por la zona. Por el momento nos tendremos que conformar con el único que podemos practicar: mountain bike. Me separo de Ángel para ir a comer. Yo escojo un pequeño puesto de bocadillos de medio metro de largo mientras Ángel prefiere un restaurante de menú de más calidad y precio. El café lo tomamos juntos en el restaurante que él escogió, sentados tranquilamente en las cómodas sillas del establecimiento.
Continuamos bordeando el pueblo hasta que paro de forma súbita la bicicleta para fotografiar a una vaca dando de amamantar a su cría justo en medio de la calzada. Menuda escena más simpática. Paramos junto al lago, en el que hay algunas pequeñas barcas de colores, para pasear a través del lago.
Al retornar al hotel, Jazz y Luís no han llegado todavía. No sabemos si tuvieron algún problema con el transporte o es que no se pudieron conectar a Internet donde les indicamos. Unas horas más tarde, llegan algo enfadados por los continuos retrasos que tuvo el autobús que tomaron y por el tiempo que perdieron al tener que esperar a otros clientes de la agencia de raffting que llegaron al río mucho más tarde. Están realmente decepcionados.
Cenamos en un restaurante de la cadena Everest por 5 $, se le da provecho a la buena carne que te preparan. El día está radiante, ofreciéndonos un armonioso paisaje a modo de despedida de nuestra estancia en Nepal. Tenemos el autobús a las 9:00 de la mañana para retornar a India pero ante nuestro asombro nos comunican que la partida se realizará a las 11:00 de la mañana. Quería haber visitado una leprosería y un monasterio budista próximo de la zona. ¡Menuda decepción!
En vez de haber dado el último vistazo por los alrededores nos pasamos la mayor parte del día en el autobús, bajo un calor abrasador y continuos apretujones por momentos.
Llegamos extasiados, 7 horas más tarde, al puesto fronterizo con India.
REGRESO A INDIA
En el nuevo paso fronterizo aprovecho para saciarme del hambre que he pasado durante el tortuoso trayecto. Nuevamente en territorio indio llegamos hasta Gorakphur, donde la gente empieza de nuevo a incordiarnos. El grupo permanece varias horas en el restaurante de un hotel, dispuestos a esperar en su interior hasta la misma hora de salida del tren a Delhi. Por mi parte aprovecho para recorrer la nueva ciudad, sin ningún atractivo en particular. Está todo destrozado y en muy mal estado.
Mientras avanzo por las calles, siento que soy un blanco perfecto para todas las miradas que se cruzan a mis pasos. Con paso firme y decidido continúo mi camino sin perder el tiempo ante esos que medio te obligan a pararte para ofrecerte sus productos. Pongo punto y final a la ciudad al cruzar por el puente de la estación ferroviaria en donde me topo con alguno de los muchos mendigos que habitan por las inmediaciones. Su situación es realmente lamentable. Al que me pide alguna moneda, le pruebo el masaje como moneda de cambio. No se puede dar a todos. En todo caso, prefiero dar a los que lo necesitan más que los adultos de mediana edad, como, por ejemplo, jóvenes enfermos o ancianos desahuciados. Mientras penetro en la estación de tren, las miradas de los cientos de pasajeros se dirigen hacia el españolito que se dirige a la salida. Me enciendo un cigarro dentro de la estación mientras continúo buscando la salida. Al rato, un policía me para, no entiendo nada de lo que me dice hasta que señala el cigarrillo con su firme dedo índice. Por lo visto está prohibido fumar.¡Menuda contradicción!.Con la de basura y suciedad que hay por todas partes de la estación y sus alrededores me resulta paradójico que esté prohibido fumar.
Al llegar al restaurante del hotel me encuentro al grupo tal y como les deje horas atrás, tirados por las sillas y ahora cansados de esperar. No entiendo por qué prefirieron permanecer en el interior aburridos, en vez de pasear por el exterior aunque seas reclamado por demás viandantes. Recogemos los bártulos y les guío hacia el camino de la estación de tren.
Permanecemos una hora en el vagón antes de partir al final de la tarde. Las ventanas del compartimiento están cubiertas por garrotes que te imposibilitan asomarte de forma plena. En una evacuación de emergencia no quiero ni pensar lo que sucedería ante esta medida preventiva tan ridícula.
Medio día en el interior del tren para llegar a Delhi. La sensación que me deja la capital es diferente a la de la primera vez . Si en un principio todo daba mucho más respeto, ahora lo veo todo de una forma mucho más normal. ¿Se podrá decir que ya me habitué a la India? Buscamos un nuevo hotel en la zona mochilera de Pahar Gan. Luis y Jazz desean en esta ocasión algo decente y no esos cuchitriles a los que ya estoy inmunizado. Buscando alojamiento en común para los cuatro la paciencia me llega a un límite. No pienso seguir perdiendo el tiempo en busca de una cama que sea de su agrado. Pero, por suerte, tras dos intentos más encontramos una pensión de acorde para todos.
La comida del día es en un restaurante recomendado por la pensión en el que hacen un pollo exquisito y unas chapatis de mantequilla que todos repetimos.
Pasamos la tarde separados y por la noche salgo junto a Luís en tuk tuk en busca de un cine, muy alejado de la zona en la que nos encontramos. Los desvíos del conductor nos hace sospechar de sus intenciones, por lo que le damos el toque para llegar a la hora. El joven conductor parece que se ha perdido. Casi nos bajamos algo enfadados debido a su inexperiencia, hasta que, por fin, da con el complejo de cines. Le pagamos algo menos de la carrera por el retraso ocasionado. Enfadado, nos sigue hasta la misma taquilla donde ya le traducen los empleados de los cines los motivos por los que le pagamos menos. Sólo queda una película sin empezar, de título “Sea Biscuit”, protagonizada por Jeff Bridges, un actor que me cae bien. La sala es enorme, con alguna iluminación estrafalaria, la entrada nos sale por 125 Rupias.
Al finalizar el film damos una vuelta por el complejo comercial de los cines, atentos a que no nos aparezca de nuevo el taxista enfurecido. La gente es de nivel adquisitivo muy elevado. Todos visten bien, hay multitud de tiendas de marcas y fast foods. Por aquí no se ve ni un solo mendigo ni gente pidiendo. Me resulta más cercano pensar que estoy en un centro comercial europeo que en uno de Delhi.
Para el tuk tuk de regreso acordamos antes la tarifa con el conductor, para que no haya malentendidos. El trayecto de vuelta a la pobre calle de nuestra pensión contrasta con las calles residenciales y diplomáticas de la zona cercana a los cines.
En nuestro último día en India realizaremos todos los trayectos a pie llegando hasta Lakshmi Narayan ,un colosal templo que fue construido por uno de los hombres más ricos que ha habido en la India moderna y principal benefactor económico de Mahatma Gandhi y del Partido del Congreso antes de la independencia India. Fue él quien hizo el famoso comentario: “Me cuesta dos mil rupias al día mantener a Bapu (es decir, Mahtama Gandhi) viviendo en la pobreza”. Varias torretas de colores rojo y crema se entremezclan con el cielo bajo la entrada, en la que es obligado descalzarte para poder acceder al recinto.
En las afueras del Palacio hay vendedores ambulantes que te ofrecen libros con cientos de sellos. La presentación de los sellos está bien realizada, en un pequeño álbum de color. El precio inicial marcado es de 300 rupias, le ofrezco dos botellines de whiskey a lo que me responde 150 rupias, finalmente lo dejamos en 100. Más adelante, tras pasar por un domador de cobras que sólo te la muestra si le pagas algo me vuelvo a topar a otro vendedor de sellos que, de forma algo desesperada al no querer adquirírselos, me grita desde lo lejos ¡80 rupias! ¡No lo puedo creer!
En nuestra última tarde sin saber qué hacer repito junto a Luis en la búsqueda de un nuevo cine. Ángel y Jazz siguen sin apuntarse con nosotros. Da rabia ver por momentos como se necesitan el uno al otro sin separarse ni un solo segundo. Imagino que si ella no estuviese, Ángel iría al cine junto a nosotros, pero ya se sabe....
El nuevo complejo de cines es aún mejor que el de ayer. Está situado en otra zona exclusiva. Entre todas las películas que hay la mayoría son americanas y no de su propio país, el primer productor mundial de cine en el mundo. Los precios de la entrada, como creo que siempre debería ser, varían en función de la zona en la que tomes asiento.
Nuevo madrugón a las 6:00 de la mañana para llegar lo antes posible al aeropuerto.