Capítulo 3


DELHI: LA PRIMERA IMPRESIÓN.

Salimos cargados con las mochilas y tomamos el metro que nos lleva directo al aeropuerto. Tan sólo son unos 40 minutos desde el centro de Londres pero llegamos a Heathrow apenas una hora antes de la salida ─desafortanudamente, será una constante en el viaje─ y nos quedamos estupefactos ante la interminable cola en el mostrador de facturación. Sin embargo, mantenemos la calma y con bastante disimulo (y falta de pudor, lo reconozco) nos ponemos segundos y pasamos. Supongo que en España hubiera habido cierto revuelo pero estamos en Inglaterra y aquí la gente no se cuela, eso queda para los españoles.

Despegamos. El avión, de compañía inglesa, cuenta con monitores propios para cada asiento y películas que todavía no han llegado a España, pero yo prefiero quedarme observando a una azafata india de bello rostro y con un suave pareo de fina seda roja. Se mueve con exquisita lentitud, ofreciendo mantas y una tímida sonrisa a los pasajeros. Voy a necesitar una manta, pienso, y le pido una. De paso, le pido también un botellín de whisky que, sospecho, me ayudará a pasar las 12 horas de trayecto mejor que el moderno monitor. Aprovecho y voy leyendo algunos datos del inminente destino. Dormir en el avión no es lo mío, soy de los que sólo descansa al final y se pasa el trayecto observando al resto mientras echan cabezadas como buenamente pueden (es todo un arte conseguir dormir en el minúsculo asiento). Al cabo de unas horas, el grupo ha caído rendido y yo sigo despierto, momento que aprovecho para sacarles una entrañable foto dormidos, por supuesto, sin su consentimiento. Para pasar el tiempo enciendo el monitor y compruebo mis sospechas: nada interesante, películas excesivamente comerciales para mi gusto. Dejo vagar mis pensamientos y me imagino ya esa India cultural y religiosa, esa rica India de 1600 lenguas y dialectos aunque desgraciadamente tan pobre en desarrollo. Descendemos y me levanto. Desde una de las ventanillas situadas cerca del lavabo del avión puedo vislumbrar unas débiles luces allá abajo, en la distancia, e imagino alguna pequeña población. Al rato puedo ver Delhi.

La primera impresión de la India siempre se recuerda. En mi caso me quedé perplejo observando la gran cantidad de gente que esperaba a los recién llegados. Mucha gente y muchas pancartas, de cualquier cosa, en un aeropuerto mas bien triste y gris, con esa luminosidad amarillenta del tungsteno de la peor calidad. Traspasamos la marea de gente, ─ ¡Mr! mi taxi es el mejor, mi hotel es el mejor─ y acudimos a un puesto oficial de taxis donde las tarifas son fijas. Salimos fuera del recinto en espera del vehículo y empiezo a notar en la respiración un olor extraño para el occidental que acaba de poner su primer pie en tierra india. Es un olor que no consigo asociar a nada concreto, indefinible, pero que siempre recordaré como el olor de la llegada a la India. La salida del recinto se encuentra repleta de coches de los años 70 y los famosos y muy prácticos rickshaws o tuk tuks urbanos. Esos pequeños carromatos, de color verde y amarillo en su mayoría, y aparentemente preparados para tres o cuatro personas, pero cuya capacidad máxima, como puedes comprobar al poco tiempo de circular por Delhi, es realmente ilimitada. Otra cosa que puedes comprobar es que las normas de tránsito no existen. Le indico al taxista que nos lleve a la zona de Pahar Ganj. Según me comentó mi prima Mabel, burgalesa y viajera ocasional de primera, es una de las zonas de alojamiento más baratas. El trayecto hasta el centro de Delhi es realmente diferente: para empezar, la, en teoría, carretera nacional, es realmente lo que nosotros definiríamos como una carretera comarcal, llena de enormes baches y boquetes, que pondrían en peligro incluso al más experimentado motorista. Por el camino se pasa por zonas polvorientas, con algún comercio medio por construir (o por derrumbar según se mire). El tráfico es totalmente caótico, de locos, no por los atascos, sino por la velocidad y el continuo esquive de sus vehículos: la sensación se acerca más a un circuito de autos de choque que a una carretera en sí. Los golpes leves de unos a otros son algo totalmente normal, y lo más importante parece ser tener una buena bocina de hojalata a mano. Máxima contaminación acústica y un lenguaje propio de comunicación. La verdad es que, en un principio, hace gracia, pero acaba siendo cansino tanto ruido y velocidad.

Llegamos al recomendado hostal "Metropolitan" y el espectáculo es absolutamente dantesco, inimaginable para el que no esté acostumbrado. Pensamos que el taxista se ha equivocado de zona. Calles enteras sin saber jamás lo que fue el asfalto, con piedras y obstáculos varios por todos lados. Y vacas. Vacas, vacas y más vacas tiradas en cualquier lugar, inundándolo todo con su olor. Algunas descansan junto a gente cubierta con mantos. Tienen pinta de cadáveres, pero no podemos saberlo del todo, apenas se ve a tres metros. Nuestro alojamiento se encuentra repleto, por lo que nos vamos, con alivio, a otra zona del New Delhi, a unos 3 Km de distancia. Allí nos dan una habitación para 4 personas muy decente, con agua caliente, televisión, un amplio balcón, y un curioso lavabo que parece del siglo pasado. Son sólo unos 10 dólares la noche, a dividir. Aunque son las 3:30 de la madrugada no estamos cansados, así que decidimos ir a dar una vuelta por las cercanías. Bajamos a recepción para que nos entreguen los pasaportes a cada uno (en la India es usual entregar el pasaporte de todos los huéspedes y no el de uno solo como garantía) y el chico de la recepción nos comenta que es de locos ir a dar una vuelta a esas horas. Aún así, queremos salir. Justo entonces, llega un guía turístico, como aparecido de la nada. Nos explica que no es normal que unos extranjeros estén paseando a esas horas y nos acompaña amablemente hasta la esquina de la calle. Realmente, afuera no se ve absolutamente nada, nada abierto ni gente, apenas algún bulto durmiendo. Conversamos un rato con él y su luminoso y sonoro teléfono móvil (símbolo de progreso y distinción), y, finalmente, optamos por regresar al cuarto del hotel. Antes de dormir me quedo leyendo un misterio:

" En el patio del templo de Qutb Minar,en Delhi, existe una columna que consta de una sola pieza de hierro fundido que mide 7 metros de alto y pesa 7 toneladas. Fue erigida por el emperador Kandra Gupta III, que reinó entre el año 380 y el 413 d.C. En 1500 años la columna no muestra ningún rastro de oxidación, ya que no contiene ni azufre ni fósforo. Quizás la columna fue levantada por un grupo de ingenieros que no disponían de recursos para construir un edificio colosal, pero que querían legar a la posteridad un monumento visible que desafiara al tiempo"

Curiosamente en Europa no pudo haberse construido ni una sola pieza de un tamaño similar hasta finales del siglo XIX .

Ya por la mañana, nada más salir del hotel, nos encontramos de forma aparentemente no casual, con un taxista que se nos ofrece para llevarnos a una oficina de información turística, en la que el director es precisamente nuestro guía de la pasada noche: ¡qué casualidad!.Su nombre es Sonic y, cordialmente, nos ofrece algo de beber al pasar a su minúsculo despacho. Como no tenemos del todo definida la ruta que deseamos realizar asigna un taxi a nuestra total disposición por solo 70 rupias al día (1,5 $). Aprovecharemos el rápido y cómodo transporte para conocer diferentes zonas del Old y New Delhi. Mientras circulamos voy dándome cuenta de que nos adentramos por fin en la auténtica capital, llena de miseria por todas partes pero con una singular cotidianeidad, incluso me atrevería a afirmar con un cierto ambiente de felicidad relativa. El tráfico es espantoso a todas horas, y notas la gran población, la gran cantidad de gente en todos lados en esta hiperpoblación tan desmesurada. Nos observan de forma asombrosamente alegre, con algo de seriedad respetuosa, y no se percibe la presencia de ningún otro occidental por la zona. En el transcurso del día solo llegué a ver a una pareja de chicas rubias y a un chico occidentales. Las calles están llenas de comercios y puestos de alimentación callejeros sin ningún tipo de calidad ni medida sanitaria, así que compramos botellas de agua totalmente precintadas y rechazamos el hielo como medida de precaución durante el trayecto. Hacemos un alto en la estación de trenes del Old Delhi para informarnos de los itinerarios pero salimos más desinformados de lo que entramos. En el interior de la misma, somos, como ya empieza a ser costumbre, el foco de atención, pensamos que no debe ser usual ver a extranjeros viajando en este medio de locomoción. Allí saco mi primer retrato: un anciano sentado en mitad de la entrada de la estación con aspecto de haberse pasado allí toda su vida. Compruebo la toma y aprecio unas motas en la pantalla de la cámara; me doy cuenta de que no corresponden a la imagen real sino a la alta polución, invisible para el ojo humano. La mancha tiene la forma de un enorme copo de nieve. En un pequeño puesto anexo a la estación pido unos pedazos de pizza, bastante aceptables aunque más picantes de lo normal, como última comida occidental antes de adaptarme a la gastronomía local.

Regresamos de nuevo a la oficina, donde Sonic nos intenta convencer de una forma cada vez más persistente de la ruta norte. Nos negamos amablemente pese a las constantes bajadas en los precios y pagamos el ridículo coste del taxi. Mientras volvemos al hostal vamos preguntando a la gente si es posible ir dirección Jaipur por menos precio del que nos mencionaron, para hacernos una idea de los precios en boca de la gente que no se dedica al mundo del transporte. Al rato nos recoge, sin pedirlo, otro taxista y nos lleva a otra oficina de información, parece que estén todos compinchados para conseguir convencerte. Los precios son muy similares en todas las agencias que visitamos, por lo que deberemos tomar una decisión con más calma de la ruta a realizar en el hostal.

El sol de la mañana me despierta temprano, son las seis en punto cuando abro los ojos. El clima es de lo más agradable, con una temperatura envidiable para el otoño de España. Me siento algo extraño de poder ir tan ligero de ropa pero me agrada, pienso en lo abrigado que estaba tan solo dos días antes. Decido irme a dar un paseo solo, la sensación que me invade cuando recorro las calles no es la misma que con el grupo, veo todo de diferente manera, más personal, más íntima. Pese a que lo intento, no accedo como quisiera a fotografiar a la gente, creo que necesitaré algo de adaptación al medio. Los niños se dirigen a las escuelas en grupos, caminando o en algún pequeño transporte escolar. Llevan uniformes de lo más variopinto, con motivos de rombos de diferentes colores. Las niñas llevan también corbata, a juego con el resto del uniforme, y la mayoría de ellas tiene dos bonitas trenzas en el pelo. Sigo a un grupo de niñas y busco el momento adecuado para fotografiarlas, intentando pasar desapercibido para dar más naturalidad a la imagen. Me adelanto y las espero junto al poste de una farola para retratarlas. Tras fotografiarlas se dan cuenta de mi presencia, me empiezan a saludar y sonríen al pasar junto a mí. Estoy revisando la imagen y aparece junto a mí un policía muy alto, con una potente moto de montaña de color verde. Empieza a toquetear la cámara y decirme algo que no entiendo, no habla inglés. Lo único que comprendo de su vocabulario es que es policía, cosa obvia al ver su uniforme verde militar. Al rato, el robusto agente para a un joven que pasa frente a nosotros para que me traduzca al inglés sus palabras pero tampoco lo conseguimos. Entonces me hace acompañarle a la comisaría, situada justo al lado de la farola en la que me había situado para la toma; no me había dado cuenta. Ya dentro, me preguntan los motivos por los que fotografié a las niñas y trato de hacerles comprender que no tenía mala intención. Me dicen que está prohibido sacar fotografías a los escolares y. me pide la documentación, pero no la llevo encima. Conversan entre ellos y empiezo a asustarme. Me dice que le acompañe en su motocicleta. Es una situación estúpida pero no me fío, imagino el inicio de uno de esos absurdos malentendidos que acaban trágicamente en las películas y trato de resistirme a subir a la moto. Me sigue insistiendo, en un tono algo superior pero educado. Me vuelvo a hacer el loco como última medida algo desesperada aunque sin éxito. Las piernas ahora me empiezan a temblar algo aunque mantengo la compostura, con constantes sonrisas de extranjero atontado pero amable, para hacerle cambiar de opinión. Finalmente subo y me pide que le indique donde me alojo. No entiendo nada de lo que me está pasando, me doy cuenta de que simplemente me va a llevar al hotel y me voy a ahorrar volver a pié. Llegamos y me dirijo a buscar el pasaporte a la habitación pero el recepcionista me reconoce, le comenta algo y me dice que ya esta todo resuelto. Mientras subo con la intención de darme una buena ducha fría escucho sus carcajadas en el mostrador a modo de anécdota. Ya despejado del susto, subo a la azotea del hostal para sacar alguna fotografía de los edificios colindantes y de la salida firme del sol. Todos duermen y no se han enterado de nada, yo sólo quiero que no me pase nada extraño de nuevo.

Una vez todos levantados, cargamos las mochilas (la mía en concreto pesa 18 Kg.), y nos vamos caminando a la estación central del Old Delhi. Desde la salida del hostal varios tuk -tuks nos empiezan a insistir para que los cojamos, insisten durante varios minutos y llega un momento en que, por no darles la razón, preferimos ir caminando aunque sean unos dos Km de distancia. Llega un momento en que la persistencia de los transportistas es tal que reposamos junto a algún policía para que se alejen. Sabe mal, porque son buena gente que trata de ir tirando, pero realmente te agotan la paciencia. Será cuestión de ir adaptándose. Llegamos por fin a la estación y de nuevo otro lío. Nos dicen que no es posible viajar sin reserva previa. No sabemos si hay plazas (en la India, independientemente de que las plazas estén ocupadas o no, se viaja siempre hasta los topes), por lo que comienzo a sospechar que de lo que se trata es de que viajemos a través de una agencia. Me enfado porque el resto del grupo no piensa como yo, subimos a un coche y, efectivamente, nos llevan a una nueva agencia de viajes. Allí nos ofrecen varias ofertas para la ruta que deseamos hacer, y, finalmente, aceptamos. Son 5 días de viaje en coche, con chofer propio y gasolina incluida. El itinerario es Delhi-Jaipur, Jaipur-Phuskar, Phuskar- Jaipur y Jaipur-Agra. Desde Agra en tren hasta Benarés y luego en autobús hasta Katmandú. El precio: 80 dólares. En la India, 80 dólares es el sueldo de un mes para quien nos lleve, pero tenemos en cuenta que el mismo chofer nos puede llevar a alojamientos más baratos, y que podemos realizar traslados dentro de los destinos previstos, por lo que, pese a que el tren debe ser mucho más barato, lo que ahorramos es tiempo. Salimos al momento, tras cargar las mochilas en el capó de un utilitario blanco de marca alemana. Tras unas 6 horas de trayecto por carreteras polvorientas y alguna parada de reposo, llegamos a Jaipur. En las paradas hago los primeros trueques del viaje: le intercambio a un comerciante 2 collares de piedras azuladas por el sencillo reloj que encontré tirado en Londres.

JAIPUR: CAPITAL DEL RAJASTHAN

Llamada la ciudad rosa por el color de sus casas, Jaipur es la capital del estado de Rajasthan (antes llamado Rajputana, tierra de los rajputs, honrados y valientes guerreros que lucharon hasta la muerte por proteger sus tierras). Fue construida en el siglo XVIII por el maharajá Jai Singh II, del que recibe su nombre: la ciudad de Jai. La terminación pur indica ciudad de origen hindú, a diferencia de la terminación ad, que indica ciudad árabe. Jaipur no siempre fue rosa; en 1883 se pintó con este color que es tradicional de la bienvenida para recibir la visita del príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria, y el color rosado, combinado con adornos en blanco, se ha conservado después, dando a la ciudad una personalidad propia y característica.
Entramos, tras cruzar la muralla a través de un gran arco de arcilla rojiza, y me fascino del cambio que veo respecto a Delhi. Todos los comercios son, por lo general, más limpios, el tráfico menos caótico y las avenidas mucho más ordenadas.

El chofer nos lleva a una casa que conoce en la que nos cobran solo dos dólares por alojarnos. Es una especie de torre privada que funciona a la vez como hotel. Imagino que serán muchos lugareños los que den este tipo de alternativa al viajero para incrementar algo su economía para los que no queremos depender de alojamientos de capital extranjero. Al salir a inspeccionar el terreno aprecio que al otro lado de la calle, junto a la entrada de un recinto, hay más luz de lo normal en comparación con el resto de oscuras calles. Entramos al interior del recinto y resulta ser el banquete de una boda hindú, de casta alta. Tras un cruce de miradas con algunos de los invitados, acude a nosotros un señor que amablemente nos invita a pasar a celebrarlo con ellos. Resulta ser el padre de uno de los novios. Nos dan de comer y de beber una y otra vez. Me siento como un negro en una boda de blancos alemanes durante el régimen de Hitler, pero me gusta, aunque no pintamos absolutamente nada. Es otra de las realidades de la India, el contraste, a un lado un banquete y apenas a sólo unos metros, fuera del recinto, gente que nace, vive y muere en la misma calle. Los invitados visten elegantes atuendos de saturados y vivos colores en sus trajes, aunque también podemos ver algunas camisetas de diseño, perfectamente occidentales. La gente nos mira con admiración y felicidad. Mas tarde, me entero de que en una boda india la mera presencia de un occidental es símbolo de prestigio para ellos. Voy retratando a varios de los invitados, esto no sucede todos los días. Nos insisten de nuevo en volver a comer, me inflo de pasta típica, agradable, no picante, y de rotis (pan tipo tarta fina recién hecho). Nos dan vasos de agua de los que sólo yo acepto en confianza sin saber la procedencia. El grupo les repite en reiteradas ocasiones que no tienen sed, dando ligeras sospechas a los que se los van ofreciendo de que tienen algún apuro por el tema sanitario. Pero yo no creo que haya ningún peligro aquí, todo es selecto y bueno. Tras conocer a la mayoría de los invitados, nos presentan al fin a la pareja de recién casados. Nos fotografiamos y voy al hotel para imprimirles una copia en mi pequeña impresora digital para regalársela en señal de gratitud. Es la primera copia de las muchas que espero poder regalar en los próximos meses a gente más desfavorecida y a los que bien seguro les hará mucha más ilusión. La luminosidad en la larga calle ante la que nos encontramos es negra absoluta lo que nos hace retroceder al alojamiento antes de que nuestra desorientación se haga presente sin poder recurrir a ningún tipo de indicación.

Nos dirigimos al centro para visitar los templos: el Kitty Palace, el Palacio del Viento, el templo de Shuomani, la Ciudad Antigua y el templo de Jausarth. Luego de una rápida visita nos vamos a 15 kilómetros de la ciudad para visitar el fuerte Amber, una imponente fortificación, repleta de monos, que se eleva sobre una colina rocosa junto a un pequeño lago. Lo primero que encuentras al entrar en el fuerte son niños, pequeñas manadas que te rodean tratando de venderte viejas postales de colores. Los dejo venir y trato de explicarles que justamente postales es algo que no necesito, estoy cargado de fotografías. Les muestro alguna con el mismo motivo que sale en la postal y dejan de insistir, aunque lo hacen con una gran sonrisa, se dan cuenta de que tienen poco que hacer y les doy algunas monedas por alegrarme la visita. Uno de ellos empieza a chutar una pelota y al poco tiempo estamos todos jugando alrededor del templo. De vuelta a la ciudad me quedo fascinado con la belleza del Palacio de Agua, un pequeño palacio situado en medio del lago cuyas columnas y bóvedas se reflejan majestuosamente en las plácidas aguas que lo bordean. Comemos en un local recomendado por nuestro amigo conductor, donde por tan sólo un dólar te sirven en una bandeja similar a las de los comedores de escuelas de mi país, diversas comidas típicas de la región. En todas ellas figura el omnipresente arroz, base primordial en la dieta habitual de los que menos tienen. Ya aparcados en el centro de Jaipur, aparece de repente un hombre, como salido de la nada ─siempre son comerciantes los que salen de la nada─ que nos habla en perfecto español, aprendido, según nos cuenta, durante su estancia en Sabadell una ciudad cercana a Barcelona. Nos aconseja subir a una azotea para ver mejores vistas del centro, previendo ya que pronto veremos su mercancía. Se trata de bisutería, bastante bonita y sofisticada. Por otro lado, pensamos que podemos sacar algo por ella al revenderla en otra etapa del viaje, Australia, por ejemplo. Mientras mis compañeros se quedan aún un rato en la tienda me voy a comprar algo de fruta y acudo con el chofer a un pequeño templo. Es martes, día de rezo. La devoción que muestran es impresionante, no hay duda, la religión forma parte de la vida diaria en la India. Nadie es indiferente, y todos se respetan, pese a la gran cantidad de religiones existentes. Me siento en las escaleras y me quedo leyendo un fragmento de la guía donde se muestran las características de las diferentes religiones mientras intento ir diferenciando unas de otras en base a las personas que pasan frente a mi.

El hinduismo es la más conocida y extendida como todos sabemos. A diferencia del cristianismo o la religión musulmana no está ligada a un dogma sino que es resultado de una evolución religiosa y cultural. Su característica principal es la creencia en la trasmigración de las almas y en la reencarnación. El Karma, la suma de los actos que realiza a lo largo de su vida una persona, no son recompensados con un cielo o con un infierno, si no en una próxima vida. Se trata de una religión no escrita, es más una actitud ante la vida. Un Hindú puede tener cientos de dioses, uno para cada cosa o no creer en ninguno. Sus tres dioses principales dentro de un orden jerárquico son: Brahma, Vishnu y Shiva. Todos los que veo podrían ser hindús por lógica propia.
El budismo, pese a que Buda nació en la India, está, paradójicamente, más extendido fuera de la India. A diferencia del hinduismo, el cumplimiento de sus preceptos te libera del ciclo de las reencarnaciones, llevándote a un “cielo”, el Nirvana. La doctrina budista considera primordial una conducta recta, la tolerancia y la renuncia a todo empleo de la violencia. Es contrario a las supersticiones y las divisiones en castas. Por aquí no puedo diferenciar a un budista, a menos que sea monje o aprendiz con pelo rasurado y togas anaranjadas, cosa que no veo por el momento.
El Jainismo es una doctrina de auto salvación basada en un rechazo total a la vida mundana. El respeto a la vida de los seres vivos, incluso las más insignificantes criaturas es su precepto máximo. Incluso se tapan con un pañuelo de protección en su boca para impedir dañar un minúsculo mosquito o verlos mirar constantemente por donde pisan. A éstos, mucho menos les voy a ver en esta calle de comercios en la que me encuentro.
Los vistosos Siks son los seguidores de una religión mixta entre el Hinduismo y el Islamismo. Son monoteístas, aunque creen en la reencarnación y en la migración de las almas. Su centro de veneración lo ocupa el Granth Sahib (Libro Sagrado) Es curioso que los practicantes de esta religión, tanto hombres como mujeres jamás se cortan el pelo, llevando la cabellera recogida dentro del turbante. Los Siks no fuman ni beben y renuncian a todo lujo, consideran iguales a todos los hombres. Sin embargo no son pacíficos, por fanatismo pueden llegar incluso a ser violentos según leo desde mi perplejidad. Alguno que otro si puedo observar por el momento aunque lo de violentos es tan relativo.
Los Parsi son monoteístas y partidarios de la doctrina de Zaratustra. Veneran los elementos de la naturaleza, el fuego, el agua y la tierra. Así como la mayoría de estas religiones queman a sus muertos, los Parsis los abandonan para que sean devorados por los buitres y puedan incorporarse al ciclo de la naturaleza.
El Islam se basa en la sumisión a un Dios, Alá, la base de su doctrina está en las palabras de su Dios plasmadas en El Corán. Tienen cuatro obligaciones básicas: Orar cinco veces al día, dar limosna, ayunar durante el mes sagrado de Ramadán y peregrinar, al menos una vez en su vida, a La Meca. Éstos podrian ser cualquiera de entre las riadas de personas que vi hasta la fecha.
Tras la lectura de religiones salgo como impulsado por un repentino fervor religioso que, por otro lado, reconozco como pasajero, retorno al Palacio de los Vientos y me quedo contemplando su fachada por unos minutos. Es imponente, rosa y blanca, con esos pequeños miradores y los millares de ventanas y celosías; donde las damas de palacio podían mirar sin ser vistas. Es un edificio de cinco pisos y los dos superiores, mas estrechos, dibujan la cola de un pavo real. Dejo el palacio y me introduzco en un pequeño templo hindú situado en medio de la calle, iluminado con multitud de velas y repleto de flores colgantes. Fotografío detenidamente a los asistentes y no me ponen ninguna pega, creo que voy aprendiendo. Mientras espero al grupo que anda de compras fotografío a unas vendedoras sentadas en el suelo. Cuando acabo me hacen gestos, pidiéndome algo. Entiendo que es limosna lo que piden y les doy algunas monedas pero la más anciana no parece contenta y me pone muy mala cara. Miro al chofer y me aclara: lo que en realidad quieren es la fotografía, ellas no piden limosna. Me ruborizo, no puedo evitarlo, y me marcho como buenamente puedo: acabo de hacer de perfecto guiri que no se entera. Lástima que no llevase la impresora encima.

Tengo ya completas las 3 tarjetas de memoria de la cámara, así que las dejo en una tienda que encuentro tras muchos intentos de búsqueda, para que me graben lo que será mi primer CD. Mientras esperamos conocemos a unos críos y les regalamos unos plátanos y unas rupias, ellos aceptan las monedas encantados. Pasado un rato vuelvo a la tienda a recoger el CD y al entrar me doy cuenta de que los trabajadores están muy atentos revisando mis fotos de Andorra,España y Londres. Me preguntan y repreguntan; les encanta que les explique cosas de Londres, tengo la sensación de que les estuviese hablando de un paraíso. Uno de ellos es muy joven, me recuerda al típico informático hindú, amable y con pinta de aplicado, con las obligadas gafas de montura dorada. Según mi prima Natalia, la razón de que los mejores informáticos del mundo procedan de India está en que la mayor parte de los cálculos matemáticos que realizan los hacen mentalmente. El CD con las 3 tarjetas me cuesta 350 rupias (5$), justo el doble de lo que cuesta en España, pero prefiero pensar que han sido honestos.

Caminando nos encontramos con una celebración en mitad de la calle, cientos de personas con farolillos metálicos u otros menesteres. Es la celebración de una boda. Aparece ante mí un personaje peculiar: larga melena oscura y vestimenta a lo drag queen. Lo retrato hasta que me pide dinero y trato de sacármelo de encima. El chofer me confirma: no le deis dinero, son los mismos de la celebración los que le pagan. Se trata de una especie de animador místico-festivo.
De regreso al hotel comprobamos que se está celebrando otro banquete nupcial justo en el jardín. Lo contemplamos desde la terraza, fumándome un biri (cigarrillo corto, típicamente hindú cubierto por una fina hoja de eucalipto) con el chofer. Bajamos al jardín y en menos de lo que canta un gallo ya estamos otra vez invitados. Al verme de nuevo comiendo de gorra sólo por ser occidentales me viene a la cabeza lo que pasaría si un hindú se autoconvidase en una de nuestras bodas, tan perfectas. Charlamos con ellos, por los alimentos y los ropajes ya se aprecia que son de casta alta, muchos tienen negocio propio, alguno, incluso, nos comenta que posee joyerías en Londres. Me lamento al ver al chofer en el balcón y no en la celebración, no se siente invitado. Llega la novia en una especie de carro real, que transportan hasta el altar donde desciende y yo aprovecho para disparar: es mi instantánea preferida hasta el momento. El fuerte colorido del traje de seda, bordado por todas partes, la naturalidad de su mirada, las manos tatuadas de henna, el encuadre, la luz, todo me parece perfecto. He captado ese instante, tan difícil y tan valioso. Tras la comida empieza el baile, grandes éxitos americanos con incluso alguna “Macarena” o “Asereje” incluidos, y no en nuestro honor. Acabo autoinvitando al chofer a formar parte junto al resto de invitados, bailando y tomando una copa con él. Y es que en un boda hindú hay momentos en que es realmente difícil saber quiénes están invitados y quiénes no si el recinto es un enorme jardín y los invitados se cuentan por centenares. Eso de las entradas con invitación no funciona por aquí.


PUSHKAR: EL FESTIVAL DE CAMELLOS

Siguiendo la recomendación de mi prima, nos dirigimos ahora hacia Puskhar, un trayecto de unas pocas horas, apeandonos antes de la llegada en algún puesto de descanso donde ofrezco tanto al conductor como a un comerciante cercano mis últimas lonchas de jamón serrano. Sus reacciones hablan por sí solas ante la extrañeza de nuestro producto estrella. El pequeño pueblo de Pushkar, tranquilo y acogedor ―cosa rara en la India― es conocido por tener una de las ferias de comercio de animales más conocidas: el Pushkar Mela (dedicado a Brahma), en la que nómadas de toda la India acuden por una semana al desierto del Thar, a las afueras de Pushkar, para vender sus camellos y sus caballos. Se realizan subastas durante varios días de noviembre hasta llegar al momento cumbre: el día de luna llena. Es entonces cuando finaliza y todos los presentes, para celebrarlo, se bañan en las sagradas aguas del Lago Pushkar.

La primera impresión que me llevo de Pushkar es que parece cuidado, tiene menos miseria de lo visto hasta ahora. En el centro se erigen enormes casas azuladas cuyos tonos se confunden con la visión lejana del lago. Las calles son estrechas y más bien poco transitadas, a excepción de la zona más comercial que bordea al mismo lago en donde gentes y viajeros de todos los rincones se reúnen en este momento del año, una mezcla de atuendos, rostros y lenguas que no pasa desapercibida para nadie. Hacia las afueras, junto a pleno desierto, se realizan todas las actividades del festival. En el camino hacia allí me llama la atención un vetusto parque de atracciones, como de hace 50 años, los alambres y las torres parecen estar a punto de desplomarse con sus sonrientes ocupantes. Junto al parque se encuentra una enorme explanada, sí, estamos en pleno Rajastán, con alguna pequeña montaña y arena y más arena que empieza a formar el desierto del Thar. Contemplar el espectáculo desde lo alto de la explanada es hermoso, tierra y tierra que cambia de color con la luz del día y, a lo lejos, el desierto, oscuro y silencioso. En una esquina, mezcladas entre las tiendas de vivos colores, las siluetas de los camellos y el bullicio. Es uno de los mejores momentos en lo que llevamos de viaje y lo guardo agradecido durante un par de horas con mi cámara.

Pushkar también se puede reconocer por la gran cantidad de pequeños comercios relacionados con la bisutería. Miramos en algunas tiendas anillos, pulseras y collares. Yo espero comparar productos y precios ya que tengo la impresión de que los artículos que veo por aquí serán aun más baratos en otras urbes. La idea es comprar 100 dólares en el material, cada joya tiene un 92 %de plata aproximadamente. El precio medio de un juego de anillo, pulsera y pendientes es de aproximadamente un dólar. En una de las calles junto al río me encuentro a un anciano rasta de religión sik (con más de 1 metro de cabello) que vende una especie de tarjetas religiosas. Le fotografío disimuladamente junto a la pared en la que está apoyado, un bonito fondo azulado, con la esperanza de que no me pida dinero (si tuviese que dar a todos los que inmortalicé en mi cámara se me acabaría el presupuesto en dos días). Antes de que caiga el sol vamos a la terraza de un bar, junto al lago, para descansar y tomar un refresco. Desde allí contemplo el magnifico atardecer, de postal, rodeado de malabaristas y músicos ambulantes tocando el djembe.

Es una pena pero debemos retornar a Jaipur a hacer noche, lamentablemente decidimos dejar allí las bolsas. En el camino de retorno nos volvemos a encontrar un banquete de boda.¡Desde luego parece que es la época de las bodas! Como ya expertos, nos autoinvitamos y conseguimos comer alguna cosa, algo cansados, eso sí, por lo que decidimos dejar el día por zanjado. Ha sido un día interesante por todo lo visto y vivido, un día provechoso, estoy contento, por mí y por mi fiel compañera: mi querida cámara.

AGRA: EL TEMPLO DE LA TRISTEZA.

De Jaipur a Agra hay 6 horas de camino. La carreteras son horribles, llena de baches y curvas. Vamos muy lentos, y por el camino nos encontramos pidiendo dinero por ver a sus mascotas haciendo piruetas. Se trata de osos malayos ―de aspecto similar aunque más pequeños que los osos pardos de nuestra península―, especie casi en peligro de extinción (solo quedan unos 80). Los ponen a caminar y a dar saltitos para hacer gracia a la gente. Los fotografío y esta vez sí me toca pagar alguna moneda aunque me dé rabia, en realidad estoy contribuyendo a la explotación. Fotografío a un segundo oso desde el coche apresurándome y nos marchamos, la carretera es algo mejor y, además, ya no hay peajes. A mitad de camino hacemos un alto en un restaurante cualquiera. Mientras el grupo acaba de comer merodeo por la zona en busca de algo interesante y cuando acudo de nuevo al restaurante ya no están. Viene un camarero enfadado y me entrega una moneda, resulta ser la moneda que dejaron (inocentemente) de propina, es una cantidad demasiado ridícula para su orgullo. Vuelvo al coche y allí están, nos reímos algo avergonzados y nos preparamos para partir. Leo en uno de los folletos que voy guardando, que hay un parque nacional muy próximo donde aún quedan tigres. Digo aún porque de los 50.000 tigres censados a principios de siglo se pasó a 2.000 en 1969 debido a la caza indiscriminada. A punto de desaparecer, el 'Proyecto Tigre', iniciado en 1973 por el Fondo Mundial para la Protección de la Naturaleza junto al gobierno indio, consiguió que se crearan parques y reservas donde este magnífico animal pudiera sobrevivir. Me da pena no poder visitar el parque, no tenemos tiempo. ¡Otra vez será!

Al llegar a Agra me quedo decepcionado de lo que es la ciudad en sí, aunque ya me había hecho a la idea por los comentarios que escuche de otras personas. Parece mentira que en una ciudad que alberga una de las 7 maravillas realizadas por el ser humano no haya casi ningún reclamo más para su visita. Es realmente una ciudad desaliñada y poco atractiva pero el hotel en el que nos instalamos es muy decente. Busco algún local de Internet para comunicarme con familiares y amigos, los cuales no saben nada de mi existencia hasta el momento. Hay un solo local cercano, las conexiones fallan bastante y son excesivamente lentas. Se debe tener paciencia, ya que estamos acostumbrados a una rapidez absoluta incluso para las comunicaciones. El precio es de menos de medio dólar la hora. Tras saber que todos están bien y dejar el rastro de mis pasos, marcho tranquilo a la habitación donde me quedo dormido leyendo la historia del Taj Mahal:

La historia se remonta a principios del siglo XVII. El norte de la India estaba dominado por la quinta dinastía del Imperio Mongol y la capital del Imperio se situaba en Agra, una ciudad situada a unos 200 Km de Nueva Delhi. El emperador mongol, Shah Jahan, sufrió la pérdida de su segunda esposa, Arjumand Banu Begam (la más amada por él), tras dar a luz a su decimocuarto hijo durante una campaña militar en Burhanpur, y tal era el amor que sentía el emperador hacia ella que mandó construir el mausoleo más hermoso jamás construido: el Taj Mahal. La construcción de esta magnífica obra arquitectónica duró 22 años (1631-1653), y fueron necesarios 22.000 trabajadores y más de 1.000 elefantes para transportar los materiales traídos de todos los rincones de la India y Asia, así como las piedras preciosas traídas desde Bagdad, China, Afganistán, el Tíbet, Egipto, Persia, Yemen, Rusia y Ceilán, con el objetivo de decorar los interiores y exteriores de la construcción. El Taj Mahal, cuyo significado es "Palacio de la Corona", se erige como una de las joyas más bellas de la humanidad, construida enteramente con mármol blanco, con incrustaciones de piedras preciosas y complicadas inscripciones caligráficas. Su diseño, basado en las tradiciones india, persa e islámica, ha inspirado a poetas y escritores de todo el mundo: "No es una pieza de arquitectura, como lo son otros edificios, sino las orgullosas pasiones del amor de un emperador labradas en piedras vivientes. Diseñado por gigantes y terminado por joyeros" o "Falso bajo el sol, falso al claro de la luna, especie de pescado plateado construido por el hombre, con un enternecimiento nervioso" son algunas de las expresiones que ha inspirado esta gran obra. El monumento se sitúa junto a la orilla del río Yamuna, circunscrito en un recinto amurallado donde se incluyen esculturas, fuentes, mezquitas y jardines. El diseño geométrico del Palacio se altera con la asimetría generada por la tumba de la princesa, situada a un extremo del recinto, junto al río. Las consecuencias de la construcción de esta obra de amor fueron la ruina económica del Imperio debido a los altísimos costes de la construcción. Esto favoreció que el hijo del emperador, Aurangzeb, le derrocase y encerrase en el Fuerte de Agra hasta el final de sus días. Desde su encierro Shah Jahan pudo contemplar su maravillosa obra de amor hasta su muerte.

Al día siguiente acudimos a la entrada donde hay una larguísima cola. El precio para el extranjero es de 15 dólares oficiales, demasiado para mi presupuesto. Mientras el grupo hace la cola para entrar al recinto, recorro los alrededores en busca de una solución alternativa para visitarlo, pero nada, solo doy con otra entrada de pago menos transitada (sin colas de turistas) situada en medio de laberínticos callejones donde predominan pequeños comercios. Sin haber conseguido mi objetivo, acudo nuevamente a la entrada principal y entablo conversación con un joven de seguridad a ver si me permite el paso. Parece simpático pero no puede hacer nada, no depende de él. Le comento que ese dinero me representa 4 días de gastos hasta que me indica que la mejor vista para él es donde acude la gente local, pasado un puente ubicado a unos 4 Km. al otro extremo del río. Al menos tengo una alternativa por el momento con lo que la esperanza recae. Al caminar hacia la salida del recinto observo unas familias que penetran por el fondo de un camino poco concurrido. Decido seguirles a ver si hay suerte y me emociono al ver que un señor que me quiere cobrar por entrar de forma ilegal. De 30 rupias que me solicita en un principio le bajo a 10. Sé que es una medida poco honesta pero prefiero que gane la moneda un particular que no el gobierno. La entrada es para llegar al río que bordea la muralla exterior. Desde allí contemplo muy de cerca la torre principal, aunque no debe ser lo mismo que desde los jardines interiores. Abandono ya más intentos y voy al coche en busca del chofer. Le comento que no quise pagar la entrada y que accedí muy de cerca del objetivo pero desde el exterior. Al explicarle sobre la zona al otro lado del río desde donde se puede contemplar, tal y como me explico el chico de seguridad, el chofer me responde que sabe a qué lugar en concreto se refería. ¡Por qué no me lo dijo antes! Me comenta que el amanecer y el atardecer son los mejores momentos para verlo. De momento tengo mis 15 dólares y la posibilidad de un intento de verlo desde otro ángulo gratuito al día siguiente.

Cenamos, debido a la insistencia de Luis, en una famosa pizzería americana. No recomendaría a nadie este tipo de gastronomía en un viaje que no fuera a EE.UU. ( a menos que sea un momento de antojo máximo) por el motivo de que no es parte de la cultura gastronómica de este país y porque económicamente vale el triple que la comida local. Por lo menos, los sabores de la pizza, algo picante, están adaptados al país. Al día siguiente me despierta el chofer a las 5;30 para ir a ver el alba junto al Taj Mahal desde la orilla del río. El grupo se queda en la cama. Al llegar me siento realmente feliz, rodeado de una densa bruma matinal a modo de decorado mágico junto al entorno del recinto. Éste es otro momento en el que juego sin parar con la cámara. Junto a la orilla del río hay unos críos musulmanes jugando y unas barquitas que dan paseos por la zona: realmente es el amanecer más bonito visto por mis ojos. Regreso al hostal a dormir un poco, a ver si puedo soñar con lo que acabo de ver como si todo hubiese sido verdaderamente un sueño: soñar lo que se acaba de ver, en vez de soñar con lo que se va a ver.
Comemos en un buen restaurante junto al chofer para invitarle por la ayuda y amabilidad prestada durante todos los días. A pesar de que no es un restaurante lujoso, el interior está prácticamente vacío y me siento algo mal al no comer en la calle. Veo más lógico dejar el dinero a un humilde vendedor de comida callejero que a un empresario de hostelería invisible que ni siquiera nos atiende. Tras la comida acudimos todos juntos para ver el atardecer del Taj Mahal desde la misma zona a la que acudí de madrugada. El grupo me comenta que desde este ángulo la toma general es mucho más bonita que desde el interior. El reflejo del palacio en el agua del río es sublime. Algún camello merodea por la zona para que los contados extranjeros que se enteran de este sitio puedan subir a sus lomos.

Volvemos al hotel y de nuevo a cargar con los kilos del equipaje para dirigirnos ahora a una estación de tren situada a unos 20 Km. rumbo a Benarés. Nos despedimos del que ha sido nuestro guía-amigo y le damos una buena propina de todo corazón, el pobre hombre cuenta con 3 hijos que mantener con un sueldo de tan solo 150 dólares al mes. Por si fuera poco, tras una gran y efusiva despedida nos regala una réplica en miniatura del Taj Mahal en señal de recuerdo y amabilidad, auténtica muestra del carácter orgulloso del ciudadano indio.



BENARÉS: LA CIUDAD DEL ADIÓS.

Antes de subir al tren me aprovisiono de una botella de agua para el trayecto y me dirijo a los lavabos de la estación. Entro y escucho unos angustiosos sonidos junto a la vía. Me asomo posteriormente a la vía para verificar lo que me temía: efectivamente se trata de centenares de enormes ratas que ocupan parte de la vía ferroviaria a modo de hogar y en la más repleta oscuridad. Aquí este tipo de odiados y temidos roedores están a salvo de todo peligro por parte del humano, no les hacen nada, incluso me enteré de la existencia de algunos templos en por el Norte de India en los que parte de sus inquilinos son enormes ratas de casta sagrada, que conviven junto a los devotos que las alimentan sin ningún temor incluso con los pies descalzos.

Al subir al tren la impresión no es la que me esperaba. Cierto es que son máquinas de hierro ya desfasadas y oxidadas pero me lo imaginaba mucho peor. Buscamos los asientos pertinentes y ¡sorpresa!: se encuentran todos ocupados a modo de literas, uno de ellos por una anciana.¡Cualquiera se atreve a decirle algo! Sin saber muy bien donde ponernos, de repente reclinan las literas para convertirlas en asientos y ya podemos colocarnos. En total somos unas 8 personas en el compartimiento. Junto a mí están sentados un farmacéutico y un ingeniero con los que converso e intercambio mensajes escritos sobre papel. El texto que ellos me dejaron decía concretamente "India, el mejor país del mundo" y algo así como buenos deseos a vuestra llegada, bienvenidos. Se nota que están orgullosos de su país. Me habla de la reencarnación y recuerdo una historia que leí una vez:

“Una niña india, al aprender a hablar, les dijo a sus padres que su nombre era otro y que había vivido en Estados Unidos, especificando localidad y dirección. Según ella, tenía tres hijos y les dijo sus nombres. Y más crecía, más hablaba sobre esta historia y mayor era su angustia de no estar allí. Investigaron y se enteraron de que dicha persona había fallecido poco antes del nacimiento de la niña, pero sus hijos eran ya personas mayores y estaban con vida. La niña fue trasladada al lugar, reconociendo todo lo que allí había. Uno de los hijos recordó que al morir su madre no les había dicho donde estaban escondidas sus joyas. Al hacérselo saber, la niña mostró debajo de que árbol del jardín, las había enterrado y al cavar en ese sitio, aparecieron.”

Doy algún pequeño recorrido por el tren pero es todo igual, gente y más gente metida donde pueden. Me pregunto si todos habrán pagado el ticket y si pagaron el mismo precio tanto los que ocupan un asiento ajeno como los que ocupan el suelo de los pasillos. Sigo pensando firmemente que los vagones son mejor de lo que me imaginé. Finalmente convertimos de nuevo los asientos en literas. Donde creía que había solo 4 camas, resulta que salen 2 más del techo que ni pensé. Ocupamos los respectivos lugares de reposo cada uno, con la mochila a modo de almohada por si las moscas. El trayecto hasta Benarés será de media jornada.

Nada más salir de la estación nos asaltan los conductores de tuk tuks al dar mi primer paso. Seguimos con las mismas, obviarlos educadamente hasta que nos damos cuenta de que estamos realmente alejados del centro y tomamos uno. Son sólo las 6 de la mañana y la calle esta repletísima de gente que va y viene en dirección al Ganges, el río sagrado de la India. Leprosos y apestados, brahmanes y opulentos, titiriteros y encantadores de serpientes, parias y jovencitas de piel tersa, pedigüeños, agonizantes: todos acuden a las aguas en una confusa masa. Allí se desnudan, lavan sus ropas, exponen sus vergüenzas, liberan sus pechos, dejan que sus túnicas se adhieran al cuerpo, meditan, cruzan las manos sobre el ombligo, pliegan y dislocan los músculos y las articulaciones en inverosímiles posturas de yoga, se afeitan, se cortan las uñas, se anudan el moño e incluso hacen sus necesidades. A cada segundo que pasa es más fácil perderse. Los roces de las mochilas con la gente que transita son frecuentes y algunos ponen caras enfurecidas, como si fuese intencionado. Lo comento entre risas mientras buscamos un nuevo alojamiento por calles más estrechas para evitar los atascos. Es la primera vez en India que tengo la sensación de haberme adentrado en ella, desde un punto de vista profundo y antagónico. Como dijo el escritor inglés Mark Twain "Benarés es más antigua que la historia, más antigua que la tradición". Creo que jamás debe ser el primer destino a visitar en India. Es mejor dejarlo para el final, para apreciarlo realmente. A mi modo de definirla, y aunque suene duro, podría decirse que está ciudad sagrada y de peregrinación es, perdón por la expresión, "mierda con encanto", ves todos esos seres olvidados y despreciados vagando sin rumbo, los continuos apagones, excrementos de vacas enormes en medio del camino, incineraciones de cuerpos muertos a centímetros de ti, ancianos esperando ansiosos la muerte,..., y todo esto rodeado y englobado por una palabra en mayúsculas: suciedad.

Mientras seguimos en la búsqueda de una cama que no aparece, un joven que se aprecia de nuestro sin saber, nos indica un hostal. Vamos a visitarlo para tomar una referencia. Nos instalamos finalmente en el Yogi Lodge, del que puedo dar uno de esos datos interesantes de recomendación para el viajero como que “tiene las mejores vistas de Benarés”,aunque la decoración y los materiales no estén precisamente a la altura de la vista. La ubicación es muy correcta, escasos 300 metros de la orilla del Ganges. Tiene un ático doble exterior con la función de restaurante desde el que se puede apreciar toda la ciudad y el río. Los huéspedes son en su mayoría jóvenes. Las habitaciones son de lo más sencillas, disponen de lavabos propios, pero ¡qué lavabos!; o le falta el agua a uno o está inundado el otro. El uso de chanclas se hace obligado si no tienes instintos suicidas. Una vez descargo el peso que cargué en mi espalda vamos a comer al ático. Pruebo el Chop Shuey, de sabor excelente y bonita presentación, será a partir de ese Chop Suey que me aficionaré, hoy es uno de mis platos favoritos cuyos ingredientes son pollo troceado, tofu, brotes de bambú, pimiento, champiñones, cebolla, zanahorias, soja, etc... El término Chop Suey quiere decir “mezcla de restos” y tiene su origen en la comida que se preparaban los chinos que, en Estados Unidos, trabajaban en el siglo XIX en la construcción del ferrocarril. Como siempre la comida más buena es aquella cuyos orígenes son de lo más humildes.

Salimos del hostal para visitar la ciudad y unos jóvenes comisionistas nos quieren dar a entender que es corriente acompañarles a su “supuesta”propia tienda de telas de seda. Rechazamos la oferta de visita por el momento y visitamos algunos de los famosos crematorios situados tras estrechas callejuelas repletas de puestos de comerciantes y, por supuesto, vacas, vacas de todos los colores y todos los tamaños. Diviso en la cercanía las humaredas de los cuerpos incinerados sobre los Ghats (las terrazas junto a escalones que descienden directamente al río, allí es donde los hindúes incineran a sus difuntos). El Ganges es un río sagrado, eso es indudable, pero también es un río contaminado. Para solucionar parte de ese problema se ha procedido a una solución anecdótica: soltar tortugas carnívoras con la finalidad de que digieran los restos de los cuerpos humanos que se dispersan por el río. Junto a los crematorios se contemplan una serie de habitáculos, allí es donde los ancianos sin recursos esperan a que les llegue la muerte. Es desolador. Nos cuentan que la espera se vuelve más dura en cuanto han conseguido el dinero suficiente para pagarse los kilos de leña necesarios para su cremación. El agradecimiento por parte de los ancianos a los que se les da ayuda es enorme, y la satisfacción de sus caras es algo que jamás podré olvidar. Les entrego unas 100 rupias, algo normal para los casos de espera extrema.Según me comenta un autoproclamado guía que se adhirió a nosotros, no se pueden hacer fotografías en está zona, aunque existe la posibilidad de realizarlas si se entrega una suma de dinero a la familia del difunto. Personalmente lo respeto, pero no comparto el entregar unos 10 $ a alguien que va a quemar a un familiar cuando a pocos metros hay gente esperando la muerte. A mi modo de ver es como sacar un beneficio particular de una desgracia. Serán 10 nuevos dólares ahorrados por no sacar las fotografías que me hubiese gustado realizar de la muerte conviviendo con la vida. Recorro posteriormente diferentes ghats contemplando la multitud de personas que se bañan en el río, sumergiéndose incluso. Veo también a algún fiel que no tiene reparos hasta en beber sorbos de la oscura agua.

A principios del mes de noviembre se celebra en Benarés el festival de Kartik Purnina (luna llena), una importante fiesta con la que hemos topado casualmente. Por la noche toda la zona cercana al río queda cubierta de diferentes lamparillas, bombillas y velas de lo más variadas, acompañadas de una plena y radiante luna llena. Las barcas que pasean por el río reclaman hasta 50 $ para ver el espectáculo de farolillos y fuegos desde las aguas. En ella flotan barquitas con millares de pequeñas velas depositadas en el río a modo de ofrenda.

A un par de horas para la medianoche regreso al hotel tras pasar junto al templo de Kashi Vishwanath, El templo tiene una torre dorada de 15 metros de altura para cuya construcción se empleó una tonelada de oro puro donada por un Maharajá. La entrada a éste templo dedicado al Dios Shiva no está permitida a los extranjeros. Termino el día cenando en la azotea del hostal ante la magnífica e iluminada vista nocturna de la ciudad junto al débil reflejo de algún fuego artificial que provocaría las risas del comité principal de pirotécnicos de Valencia.

Dedicamos el siguiente día a visitar la ciudad de forma más tranquila. Me doy cuenta de que la gente por aquí no está tan encima del extranjero como en el resto de los destinos. Caminando por las cercanías, los barqueros me van insistiendo en coger sus barcas. El problema para tomar un bote es que, al ir solo, el precio se multiplica si no hay más gente. Durante el día grande del festival, los precios se dispararon por la gran demanda que hubo y hoy que las barcas no se llenan, me sale caro porque no hay demanda ¡menuda paradoja! Un joven me hace una propuesta interesante; si tomo su barca: me deja el precio de una sola persona y no el de un grupo. Le deberé recomendar a alguien que conozca en señal de agradecimiento. El remero es amable y para su desgracia hoy no hay mucho trabajo, por lo que prefiere llevarme a mi sólo que quedarse esperando a grupos que igual no aparecen durante el resto de la tarde-noche. En el recorrido me explica que a primera hora de la mañana es posible, aunque difícil, ver la presencia de delfines rosados (de morro redondo, típicos del paso del Amazonas por Colombia y Brasil, y del paso del Mekong por Camboya). Al cabo de un rato nos cruzamos con otra barca y su dueño me regala una de las velas que flotan introducidas en pequeñas bases adornadas de minúsculos collares de flores anaranjadas. Al tomar la vela y depositarla en el río miro al hombre y me doy cuenta de que en realidad me la ha vendido y no regalado como había pensado de forma más que ilusa. Me la vendió desde un principio de una forma tan segura y rápida que la acepté casi sin pensar en que se debía pagar por soltarla. Para todo lo que sean ventas los indios son auténticamente genios del comercio: se te adelantan sin dejarte tiempo ni para reaccionar. Mientras nos alejamos de su barca me lo quedo mirando. Espero que no recoja la vela que me ha endosado para vendérsela a otro. Continúo la travesía por las tranquilas aguas hasta que desembarcamos frente a un crematorio y el barquero me presenta a la familia del difunto. Me comenta, como ya hicieron varios antes, que no se puede sacar fotos a menos que se negocie con la familia. Reconozco que por momentos me tentó la idea, no todos los días pasan ante tus ojos situaciones como está, estoy a escaso medio metro del cadáver, puedo diferenciar una pierna del brazo, ambos totalmente carbonizados. La familia del difunto ―por lo general un viejecito más bien anémico y desfallecido― lo transporta hasta el lugar de la cremación sobre sus hombros. Antes han envuelto cuidadosamente el cadáver en papeles, refajos y cintas de colores brillantes. El cortejo es grave, silencioso y desfila con lentitud. Por fin depositan el fardo con unción y le aplican fuego en varios puntos con la ayuda de unas largas varillas. En la operación intervienen todos: familiares, deudos, amigos del finado, incluso los niños. Es un ritual realizado desde hace miles de generaciones. Ni le falta ni le sobra nada, ha quedado así decantado en su aparente sencillez. A diferencias de nuestros protocolos funerarios de judeocristianos, este no asusta, no repele. Curiosa e inesperadamente ni siquiera el olor desagrada, como podríamos esperar. Estamos, en cualquier caso, a millones de años luz de los entierros occidentales, con su dulzona necrofilia, sus duros ataúdes y sus estribillos de pésame. En el mismo ghat en el que me encuentro, hay decenas de cuerpos totalmente envueltos esperando para la siguiente incineración, y junto a ellos, kilos y kilos de leña amontonada. Acabo de contemplar a la muerte como lo que es, algo normal y transitorio. Trato de sacar alguna fotografía de los crematorios desde la distancia pero no me quedan bien, es de noche, el motivo está alejado y no puedo sujetar bien la cámara en el bote. Me despido del joven prometiéndole mis más fieles recomendaciones por los servicios prestados.

Al día siguiente me dedico a pasear por el centro. Por las calles más transitadas hay cientos de tiendas de artesanías que merecen ser visitadas. Y es que Benarés siempre ha tenido fama por su artesanía. El trabajo delicado y minucioso en los saris (el vestido tradicional de las mujeres en la India), en las alfombras y en los objetos de madera es simplemente extraordinario. Todas las mujeres indias sueñan con ellos. Los tejedores locales fabrican seda que tiene demanda no solamente en la India sino también por todo el mundo. El detalle con que están fabricadas las alfombras de Bhadohi es comparable a cualquier alfombra persa o similar. Además, Benarés también es famosa por las Gharanas, familias que tienen por tradición la música clásica y por los instrumentos de música. Aparte de los saris y las alfombras de seda, también se pueden encontrar objetos de bronce, cobre, marfil, y de piedra trinchada, asimismo pulseras de cristal, juguetes de madera y de cera, obras de zari y joyas exquisitas de oro. Los lugares principales para ir de compras son City Chowk, Godoulia, Vishwanath Lane, Gyan Vapi, Thatheri Bazar, Dasashvamedh, Goldhar y Lahurabir. Todas las tiendas donde se vendan artículos pequeños para regalar o recuerdos del lugar, y que están licenciadas por el Comité de Turismo del estado de Uttar Pradesh son buenas para comprar cosas originales.

Estoy mirando absorto objetos en una tienda cuando se produce un apagón y permanece todo a oscuras durante unos minutos. Mientras permanezco en la más completa oscuridad me pongo a pensar en que éste es el único momento en la calle hasta la fecha, en el que he pasado totalmente desapercibido. Es un momento digno de apreciar, al principio te puede hace incluso gracia sentirte grande y especial, ser el foco de atención y generar las miradas de los demás pero con el tiempo se puede hacer insoportable si no te habitúas.

Antes de acostarme recuerdo la noticia que me ha dado mi querida madre: El Príncipe de España se casa con una periodista del telediario. No sé quien es y tampoco me importa mucho, aunque pasa por mí la imagen de una presentadora que recuerdo haber visionado alguna noche. Pero pronto me doy cuenta de que en vez de pensar en la cara de susodicha debería centrarme en espantar a un pequeño lagarto enganchado de la pared del cuarto.¡Esto es India!












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DELHI: LA PRIMERA IMPRESIÓN.

Salimos cargados con las mochilas y cogemos el metro que nos lleva directo al aeropuerto. Tan sólo son unos 40 minutos desde el centro de Londres pero llegamos a Heathrow apenas 1 hora antes de la salida ─desafortanudamente, será una constante en el viaje─ y nos quedamos estupefactos ante la interminable cola en el mostrador de facturación. Sin embargo, mantenemos la calma y con bastante disimulo (y falta de pudor, lo reconozco) nos ponemos segundos y pasamos. Supongo que en España hubiera habido cierto revuelo pero estamos en Inglaterra y aquí la gente no se cuela, eso queda para los españoles.
Despegamos. El avión, de compañía inglesa, cuenta con monitores propios para cada asiento y películas que todavía no han llegado a España, pero yo prefiero quedarme observando a una azafata india de bello rostro y con un suave pareo de fina seda roja. Se mueve con exquisita lentitud, ofreciendo mantas y una tímida sonrisa a los pasajeros. Voy a necesitar una manta, pienso, y le pido una. De paso, le pido también un botellín de whisky que, sospecho, me ayudará a pasar las 12 horas de trayecto mejor que el moderno monitor. Aprovecho y voy leyendo algunos datos del inminente destino. Dormir en el avión no es lo mío, soy de los que sólo descansa al final y se pasa el trayecto observando al resto mientras echan cabezadas como buenamente pueden (es todo un arte conseguir dormir en el minúsculo asiento). Al cabo de unas horas, el grupo ha caído rendido y yo sigo despierto, momento que aprovecho para sacarles una entrañable foto dormidos, por supuesto, sin su consentimiento. Para pasar el tiempo enciendo el monitor y compruebo mis sospechas: nada interesante, películas excesivamente comerciales para mi gusto. Dejo vagar mis pensamientos y me imagino ya esa India cultural y religiosa, esa India de 1600 lenguas y dialectos aunque desgraciadamente tan pobre. Descendemos y me levanto. Desde una de las ventanillas situadas cerca del lavabo del avión puedo vislumbrar unas débiles luces allá abajo, en la distancia, e imagino alguna pequeña población. Al rato puedo ver Delhi.

La primera impresión de la India siempre se recuerda. En mi caso me quedé perplejo observando la gran cantidad de gente que esperaba a los recién llegados. Mucha gente y muchas pancartas, de cualquier cosa, en un aeropuerto mas bien triste y gris, con esa luminosidad amarillenta del tungsteno de la peor calidad. Traspasamos la marea de gente, ─mi taxi es el mejor, mi hotel es el mejor─ y acudimos a un puesto oficial de taxis donde las tarifas son fijas. Salimos fuera del recinto en espera del vehículo y empiezo a notar en la respiración un olor extraño para el occidental que acaba de poner su primer pie en tierra india. Es un olor que no consigo asociar a nada concreto, indefinible, pero que siempre recordaré como el olor de la llegada a la India. La salida del recinto se encuentra repleta de coches de los años 70 y los famosos, y prácticos, tuk tuks urbanos. Son esos pequeños carromatos, de color verde y amarillo en su mayoría, y aparentemente preparados para tres o cuatro personas, pero cuya capacidad máxima, como puedes comprobar al poco tiempo de circular por Delhi, es realmente ilimitada. Otra cosa que puedes comprobar es que las normas de tránsito no existen. Le indico al taxista que nos lleve a la zona de Pahar Gan. Según me comentó mi prima Mabel, burgalesa y viajera ocasional de primera, es una de las zonas de alojamiento más baratas. El trayecto hasta el centro de Delhi es realmente diferente: para empezar, la, en teoría, carretera nacional, es realmente lo que nosotros definiríamos como una carretera comarcal, llena de enormes baches y boquetes, que pondrían en peligro incluso al más experimentado motorista. Por el camino se pasa por zonas polvorientas, con algún comercio medio por construir (o por derrumbar). El tráfico es totalmente caótico, de locos, no por los atascos, sino por la velocidad y el continuo esquive de sus vehículos: la sensación se acerca más a un circuito de autos de choque que a una carretera en sí. Los golpes leves de unos a otros son algo totalmente normal, y lo más importante parece ser tener una buena bocina de hojalata a mano. Máxima contaminación acústica y un lenguaje propio de comunicación. La verdad es que, en un principio, hace gracia, pero acaba siendo cansado tanto ruido y velocidad..
Llegamos al recomendado hostal Metropolitan y el espectáculo es absolutamente dantesco, inimaginable para el que no esté acostumbrado. Pensamos que el taxista se ha equivocado de zona. Calles enteras sin saber jamás lo que fue el asfalto, con piedras y obstáculos varios por todos lados. Y vacas. Vacas, vacas y más vacas tiradas en cualquier lugar, inundándolo todo con su olor. Algunas descansan junto a gente cubierta con mantos. Tienen pinta de cadáveres, pero no podemos saberlo del todo, apenas se ve a tres metros. Nuestro alojamiento se encuentra repleto, por lo que nos vamos, con alivio, a otra zona del New Delhi, a unos 3 Km de distancia. Allí nos dan una habitación para 4 personas muy decente, con agua caliente, televisión, un amplio balcón, y un curioso lavabo que parece del siglo pasado. Son sólo unos 10 dólares la noche, a dividir entre los cuatro. Aunque son las 3:30 de la madrugada no estamos cansados, así que decidimos ir a dar una vuelta por las cercanías. Bajamos a recepción para que nos entreguen los pasaportes a cada uno (en la India es usual entregar el pasaporte de todos los huéspedes y no el de uno solo como garantía) y el chico de la recepción nos comenta que es de locos ir a dar una vuelta a esas horas. Aún así, queremos salir. Justo entonces, llega un guía turístico, como aparecido de la nada. Nos explica que no es normal que unos extranjeros estén paseando a esas horas y nos acompaña amablemente hasta la esquina de la calle. Realmente, afuera no se ve absolutamente nada, nada abierto ni gente, apenas algún bulto durmiendo. Conversamos un rato con él y su luminoso y sonoro teléfono móvil (símbolo de progreso y distinción), y, finalmente, optamos por regresar al cuarto del hotel. Antes de dormir me quedo leyendo un misterio:

" En el patio del templo de Qutb Minar,en Delhi, existe una columna que consta de una sola pieza de hierro fundido que mide 7 metros de alto y pesa 7 toneladas. Fue erigida por el emperador Kandra Gupta III, que reinó entre el año 380 y el 413 d.C. En 1500 años la columna no muestra ningún rastro de oxidación, ya que no contiene ni azufre ni fósforo. Quizás la columna fue levantada por un grupo de ingenieros que no disponían de recursos para construir un edificio colosal, pero que querían legar a la posteridad un monumento visible que desafiara al tiempo"

Curiosamente en Europa no pudo haberse construido ni una sola pieza de un tamaño similar hasta finales del siglo XIX .

Ya por la mañana, nada más salir del hotel, nos encontramos de forma aparentemente no casual, con un taxista que se nos ofrece para llevarnos a una oficina de información turística, en la que el director es precisamente nuestro guía de la pasada noche: ¡qué casualidad!.Su nombre es Sonic y, cordialmente, nos ofrece algo de beber al pasar a su minúsculo despacho. Como no tenemos del todo definida la ruta que deseamos realizar asigna un taxi a nuestra total disposición por solo 70 rupias al día (1,5 usd). Aprovecharemos el rápido y cómodo transporte para conocer diferentes zonas del Old y New Delhi.
Mientras circulamos voy dándome cuenta de que nos adentramos por fin en la auténtica capital, llena de miseria por todas partes pero con una singular cotidianeidad, incluso me atrevería a afirmar con un cierto ambiente de felicidad relativa. El trafico es espantoso a todas horas, y notas la gran población, la gran cantidad de gente en todos lados. Nos observan de forma asombrosamente alegre, con algo de seriedad respetuosa, y no se percibe la presencia de ningún otro occidental por la zona. En el transcurso del día solo llegué a ver a una pareja de chicas rubias y a un chico occidentales. Las calles están llenas de comercios y puestos de alimentación callejeros sin ningún tipo de calidad ni medida sanitaria, así que compramos botellas de agua totalmente precintadas y rechazamos el hielo como medida de precaución durante el trayecto. Hacemos un alto en la estación de trenes del Old Delhi para informarnos de los itinerarios pero salimos más desinformados de lo que entramos. En el interior de la misma, somos, como ya empieza a ser costumbre, el foco de atención, pensamos que no debe ser usual ver a extranjeros viajando en este medio de locomoción. Allí saco mi primer retrato: un anciano sentado en mitad de la entrada de la estación con aspecto de haberse pasado allí toda su vida. Compruebo la toma y aprecio unas motas en la pantalla de la cámara; me doy cuenta de que no corresponden a la imagen real sino a la alta polución, invisible para el ojo humano. La mancha tiene la forma de un enorme copo de nieve. En un pequeño puesto anexo a la estación pido unos pedazos de pizza, bastante aceptables aunque más picantes de lo normal, como última comida occidental antes de adaptarme a la gastronomía local.
Regresamos de nuevo a la oficina, donde Sonic nos intenta convencer de una forma cada vez más persistente de la ruta norte. Nos negamos amablemente pese a las constantes bajadas en los precios y pagamos el ridículo coste del taxi. Mientras volvemos al hostal vamos preguntando a la gente si es posible ir dirección Jaipur por menos precio del que nos mencionaron, para hacernos una idea de los precios en boca de la gente que no se dedica al mundo del transporte. Al rato nos recoge, sin pedirlo, otro taxista y nos lleva a otra oficina de información, parece que estén compinchados para conseguir convencerte. Los precios son muy similares en todas las agencias que visitamos, por lo que deberemos tomar una decisión de la ruta a realizar en el hotel.

El sol de la mañana me despierta temprano, son las seis cuando abro los ojos. El clima es de lo más agradable, con una temperatura envidiable para el otoño de España. Me siento algo extraño de poder ir tan ligero de ropa pero me agrada, pienso en lo abrigado que estaba dos días antes. Decido irme a dar un paseo solo, la sensación que me invade cuando recorro las calles no es la misma que con el grupo, veo todo de diferente manera, más personal, más íntima. Pese a que lo intento, no accedo como quisiera a fotografiar a la gente, creo que necesitaré algo de adaptación al medio. Los niños se dirigen a las escuelas en grupos, caminando o en algún pequeño transporte escolar. Llevan uniformes de lo más variopinto, con motivos de rombos de diferentes colores. Las niñas llevan también corbata, a juego con el resto del uniforme, y la mayoría de ellas tiene dos bonitas trenzas en el pelo. Sigo a un grupo de niñas y busco el momento adecuado para fotografiarlas, intentando pasar desapercibido para dar más naturalidad a la imagen. Me adelanto y las espero junto al poste de una farola para retratarlas. Tras fotografiarlas se dan cuenta de mi presencia, me empiezan a saludar y sonríen al pasar junto a mí. Estoy revisando la imagen y aparece junto a mí un policía muy alto, con una potente moto de montaña amarilla. Empieza a toquetear la cámara y decirme algo que no entiendo, no habla inglés. Lo único que comprendo de su vocabulario es que es policía, cosa obvia al ver su uniforme verde. Al rato, el robusto agente para a un joven que pasa frente a nosotros para que me traduzca al inglés sus palabras pero tampoco lo conseguimos. Entonces me hace acompañarle a la comisaría, situada justo al lado de la farola en la que me había situado para la toma; no me había dado cuenta. Ya dentro, me preguntan los motivos por los que fotografié a las niñas y trato de hacerles comprender que no tenía mala intención. Me dicen que está prohibido sacar fotografías a los escolares y. me pide la documentación, pero no la llevo encima. Conversan entre ellos y empiezo a asustarme. Me dice que le acompañe en su motocicleta. Es una situación estúpida pero no me fío, imagino el inicio de uno de esos absurdos malentendidos que acaban trágicamente en las películas y trato de resistirme a subir a la moto. Me sigue insistiendo, en un tono algo superior pero educado. Las piernas ahora me empiezan a temblar aunque mantengo la compostura, con constantes sonrisas de extranjero atontado pero amable, para hacerle cambiar de opinión. Finalmente subo y me pide que le indique donde me alojo. No entiendo nada de lo que me está pasando, me doy cuenta de que simplemente me va a llevar al hotel y me voy a ahorrar volver a pié. Llegamos y me dirijo a buscar el pasaporte a la habitación pero el recepcionista me reconoce, le comenta algo y me dice que ya esta todo resuelto. Mientras subo con la intención de darme una buena ducha fría escucho sus carcajadas en el mostrador. Ya despejado del susto, subo a la azotea del hostal para sacar alguna fotografía de los edificios colindantes y de la salida firme del sol. Todos duermen y no se han enterado de nada, yo sólo quiero que no me pase nada extraño más.
Una vez todos levantados, cargamos las mochilas (la mía en concreto pesa 18 Kg.), y nos vamos caminando a la estación central del Old Delhi. Desde la salida del hostal varios tuk -tuks nos empiezan a insistir para que los cojamos, insisten durante varios minutos y llega un momento en que, por no darles la razón, preferimos ir caminando aunque sean unos dos Km de distancia. Llega un momento en que la persistencia de los transportistas es tal que reposamos junto a algún policía para que se alejen. Sabe mal, porque son buena gente que trata de ir tirando, pero realmente te agotan la paciencia. Llegamos por fin a la estación y de nuevo otro lío. Nos dicen que no es posible viajar sin reserva previa. No sabemos si hay plazas (en la India, independientemente de que las plazas estén ocupadas o no, se viaja siempre hasta los topes), por lo que comienzo a sospechar que de lo que se trata es de que viajemos a través de una agencia. Me enfado porque el resto del grupo no piensa como yo, subimos a un coche y, efectivamente, nos llevan a una nueva agencia de viajes. Allí nos ofrecen varias ofertas para la ruta que deseamos hacer, y, finalmente, aceptamos. Son 5 días de viaje en coche, con chofer propio y gasolina incluida. El itinerario es Delhi-Jaipur, Jaipur-Phuskar, Phuskar- Jaipur y Jaipur-Agra. Desde Agra en tren hasta Benarés y luego en autobús hasta Katmandú. El precio: 80 dólares. En la India, 80 dólares es el sueldo de un mes para quien nos lleve, pero tenemos en cuenta que el mismo chofer nos puede llevar a alojamientos más baratos, y que podemos realizar traslados dentro de los destinos previstos, por lo que, pese a que el tren debe ser mucho más barato, lo que ahorramos es tiempo. Salimos al momento, tras cargar las mochilas en el capó de un utilitario de marca alemana. Tras unas 6 horas de trayecto por carreteras polvorientas y alguna parada de reposo, llegamos a Jaipur. En las paradas hago los primeros trueques del viaje: le intercambio a un comerciante 2 collares de piedras azuladas por el sencillo reloj que encontré en Londres.

JAIPUR: CAPITAL DEL RAJASTHAN

Llamada la ciudad rosa por el color de sus casas, Jaipur es la capital del estado de Rajasthan (antes llamado Rajputana, tierra de los rajputs, honrados y valientes guerreros que lucharon hasta la muerte por proteger sus tierras). Fue construida en el siglo XVIII por el maharajá Jai Singh II, del que recibe su nombre: la ciudad de Jai. La terminación pur indica ciudad de origen hindú, a diferencia de la terminación ad, que indica ciudad árabe. Jaipur no siempre fue rosa; en 1883 se pintó con este color que es tradicional de la bienvenida para recibir la visita del príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria, y el color rosado, combinado con adornos en blanco, se ha conservado después, dando a la ciudad una personalidad propia y característica. Entramos, tras cruzar la muralla a través de un gran arco de arcilla rojiza, y me fascino del cambio que veo con Delhi. Todos los comercios son, por lo general, más limpios, el tráfico menos caótico y las avenidas más ordenadas.
El chofer nos lleva a una casa que conoce en la que nos cobran solo dos dólares por alojarnos. Es una especie de torre privada que funciona como hotel. Al salir a inspeccionar el terreno aprecio que al otro lado de la calle, junto a la entrada de un recinto, hay más luz de lo normal en comparación con el resto de oscuras calles. Entramos al interior del recinto y resulta ser el banquete de una boda hindú, de casta alta. Tras un cruce de miradas con algunos de los invitados, acude a nosotros un señor que amablemente nos invita a pasar a celebrarlo con ellos. Resulta ser el padre de uno de los novios. Nos dan de comer y de beber una y otra vez. Me siento como un negro en una boda de blancos pero me gusta, aunque no pintamos absolutamente nada. Es otra de las realidades de la India, el contraste, a un lado un banquete y apenas a sólo unos metros, fuera del recinto, gente que nace, vive y muere en la misma calle. Los invitados visten elegantes atuendos de saturados y vivos colores en sus trajes, aunque también podemos ver algunas camisetas de diseño, perfectamente occidentales. La gente nos mira con admiración y felicidad. Mas tarde, me entero de que en una boda india la mera presencia de un occidental es símbolo de prestigio para ellos. Voy retratando a varios de los invitados, esto no sucede todos los días. Nos insisten de nuevo en volver a comer, me inflo de pasta típica, agradable, no picante, y de rotis (pan tipo tarta fina recién hecho). Nos dan vasos de agua de los que sólo yo acepto en confianza sin saber la procedencia. El grupo les repite en reiteradas ocasiones que no tienen sed, dando ligeras sospechas a los que se los van ofreciendo de que tienen algún apuro por el tema sanitario. Pero yo no creo que haya ningún peligro aquí, todo es selecto y bueno. Tras conocer a la mayoría de los invitados, nos presentan al fin a la pareja de recién casados. Nos fotografiamos y voy al hotel para imprimirles una copia en mi pequeña impresora digital y regalársela en señal de gratitud.
Salimos de la boda y nos dirigimos al centro para visitar los templos: el Kitty Palace, el Palacio del Viento, el templo de Shuomani, la Ciudad Antigua y el templo de Jausarth. Luego de una rápida visita nos vamos a 15 kilómetros de la ciudad para visitar el fuerte Amber, una imponente fortificación, repleta de monos, que se eleva sobre una colina rocosa junto a un pequeño lago. Lo primero que encuentras al entrar en el fuerte son niños, pequeñas manadas que te rodean tratando de venderte viejas postales de colores. Los dejo venir y trato de explicarles que justamente postales es algo que no necesito, estoy cargado de fotografías. Les muestro alguna con el mismo motivo que sale en la postal y dejan de insistir, aunque lo hacen con una gran sonrisa, se dan cuenta de que tienen poco que hacer y les doy algunas monedas por alegrarme la visita. Uno de ellos empieza a chutar una pelota y al poco tiempo estamos todos jugando alrededor del templo. De vuelta a la ciudad me quedo fascinado con la belleza del Palacio de Agua, un pequeño palacio situado en medio del lago cuyas columnas y bóvedas se reflejan majestuosamente en las plácidas aguas que lo bordean. Comemos en un local recomendado por nuestro conductor, donde por tan sólo 1 dólar te sirven en una bandeja similar a las de los comedores de escuela diversas comidas típicas de la región. En todas ellas figura el omnipresente arroz.
Ya aparcados en el centro de Jaipur, aparece de repente un hombre, como salido de la nada ─siempre son comerciantes los que salen de la nada─ que nos habla en perfecto español, aprendido, según nos cuenta, durante su estancia en Sabadell. Nos aconseja subir a una azotea para ver mejores vistas del centro, previendo ya que pronto veremos su mercancía. Se trata de bisutería, bastante bonita y sofisticada. Por otro lado, pensamos que podemos sacar algo por ella al revenderla en otra etapa del viaje, Australia, por ejemplo. Mientras mis compañeros se quedan aún un rato en la tienda me voy a comprar algo de fruta y acudo con el chofer a un pequeño templo. Es martes, día de rezo. La devoción que muestran es impresionante, no hay duda, la religión forma parte de la vida en la India. Nadie es indiferente, y todos se respetan, pese a la gran cantidad de religiones existentes. Me siento en las escaleras y me quedo leyendo un fragmento de la guía donde se muestran las características de las diferentes religiones:

El hinduismo es la más extendida. A diferencia del cristianismo o la religión musulmana no está ligada a un dogma sino que es resultado de una evolución religiosa y cultural. Su característica principal es la creencia en la trasmigración de las almas y en la reencarnación. El Karma, la suma de los actos que realiza a lo largo de su vida una persona, no son recompensados con un cielo o con un infierno, si no en una próxima vida. Se trata de una religión no escrita, es más una actitud ante la vida. Un Hindú puede tener cientos de dioses, uno para cada cosa o no creer en ninguno. Sus tres dioses principales dentro de un orden jerárquico son: Brahma, Vishnu y Shiva.
El budismo, pese a que Buda nació en la India, está, paradójicamente, más extendido fuera de la India. A diferencia del hinduismo, el cumplimiento de sus preceptos te libera del ciclo de las reencarnaciones, llevándote a un “cielo”, el Nirvana. La doctrina budista considera primordial una conducta recta, la tolerancia y la renuncia a todo empleo de la violencia. Es contrario a las supersticiones y las divisiones en castas.
El Jainismo es una doctrina de auto salvación basada en un rechazo total a la vida mundana. El respeto a la vida de los seres vivos, incluso las más insignificantes criaturas es su precepto máximo. Es curioso ver a los Jainistas con un pañuelo de protección en su boca para impedir dañar un minúsculo mosquito o verlos mirar constantemente por donde pisan.
Los Siks son los seguidores de una religión mixta entre el Hinduismo y el Islamismo. Son monoteístas, aunque creen en la reencarnación y en la migración de las almas. Su centro de veneración lo ocupa el Granth Sahib (Libro Sagrado) Es curioso que los practicantes de esta religión, tanto hombres como mujeres jamás se cortan el pelo, llevando la cabellera recogida dentro del turbante. Los Siks no fuman ni beben y renuncian a todo lujo, consideran iguales a todos los hombres. Sin embargo no son pacíficos, por fanatismo pueden llegar incluso a ser violentos.
Los Parsi son monoteístas y partidarios de la doctrina de Zaratustra. Veneran los elementos de la naturaleza, el fuego, el agua y la tierra. Así como la mayoría de estas religiones queman a sus muertos, los Parsis los abandonan para que sean devorados por los buitres y puedan incorporarse al ciclo de la naturaleza.
El Islam se basa en la sumisión a un Dios, Alá, la base de su doctrina está en las palabras de su Dios plasmadas en El Corán. Tienen cuatro obligaciones básicas: Orar cinco veces al día, dar limosna, ayunar durante el mes sagrado de Ramadán y peregrinar, al menos una vez en su vida, a La Meca.
Salgo del templo y, como impulsado por un repentino fervor religioso que, por otro lado, reconozco como pasajero, retorno al Palacio de los Vientos y me quedo contemplando su fachada por unos minutos. Es imponente, rosa y blanca, con esos pequeños miradores y los millares de ventanas y celosías; donde las damas de palacio podían mirar sin ser vistas. Es un edificio de cinco pisos y los dos superiores, mas estrechos, dibujan la cola de un pavo real.
Dejo el palacio y me introduzco en un pequeño templo hindú situado en medio de la calle, iluminado con multitud de velas y repleto de flores colgantes. Fotografío detenidamente a los asistentes y no me ponen ninguna pega, creo que voy aprendiendo. Mientras espero al grupo fotografío a unas vendedoras sentadas en el suelo. Cuando acabo me hacen gestos, pidiéndome algo. Entiendo que es limosna lo que piden y les doy algunas monedas pero la más anciana no parece contenta y me pone muy mala cara. Miro al chofer y me aclara: lo que en realidad quieren es la fotografía, ellas no piden limosna. Me ruborizo, no puedo evitarlo, y me marcho como buenamente puedo: acabo de hacer de perfecto guiri que no se entera y, además, prepotente.
Tengo ya completas las 3 tarjetas de memoria de la cámara, así que las dejo en una tienda para que me graben lo que será mi primer CD. Mientras esperamos conocemos a unos críos y les regalamos unos plátanos y unas rupias, ellos aceptan las monedas encantados. Pasado un rato vuelvo a la tienda a recoger el CD y al entrar me doy cuenta de que los trabajadores están muy atentos revisando mis fotos de Londres. Me preguntan y repreguntan; les encanta que les explique cosas de Londres, tengo la sensación de que les estuviese hablando de un paraíso. Uno de ellos es muy joven, me recuerda al típico informático hindú, amable y con pinta de aplicado, con las obligadas gafas de montura dorada. Según mi prima Natalia, la razón de que los mejores informáticos del mundo procedan de India está en que la mayor parte de los cálculos matemáticos que realizan los hacen mentalmente. El CD con las 3 tarjetas me cuesta 350 rupias (5$), justo el doble de lo que cuesta en España, pero prefiero pensar que han sido honestos.
Caminando nos encontramos con una celebración en mitad de la calle, miles de personas con farolillos metálicos. Es la celebración de una boda. Aparece ante mí un personaje peculiar: larga melena oscura y vestimenta a lo drag queen. Lo retrato hasta que me pide dinero y trato de sacármelo de encima. El chofer me confirma: no le deis dinero, son los mismos de la celebración los que le pagan. Se trata de una especie de animador místico-festivo.
De regreso al hotel comprobamos que se está celebrando otro banquete nupcial justo en el jardín. Lo contemplamos desde la terraza, fumándome un biri (cigarrillo corto, típicamente hindú) con el chofer. Bajamos al jardín y en menos de lo que canta un gallo ya estamos otra vez invitados. Al verme de nuevo comiendo de gorra sólo por ser occidentales me viene a la cabeza lo que pasaría si un hindú se autoconvidase en una de nuestras bodas, tan perfectas. Charlamos con ellos, por los alimentos y los ropajes ya se aprecia que son de casta alta, muchos tienen negocio propio, alguno, incluso, nos comenta que posee joyerías en Londres. Me lamento al ver al chofer en el balcón y no en la celebración, no se siente invitado. Llega la novia en una especie de carro real, que transportan hasta el altar donde desciende y yo aprovecho para disparar: es mi instantánea preferida hasta el momento. El fuerte colorido del traje de seda, bordado por todas partes, la naturalidad de su mirada, las manos tatuadas de henna, el encuadre, la luz, todo me parece perfecto. He captado ese instante, tan difícil y tan valioso. Tras la comida empieza el baile, grandes éxitos americanos con incluso alguna “Macarena” o “Asereje” incluidos, y no en nuestro honor. Acabamos autoinvitando al chofer, bailando y tomando una copa con él. Y es que en un boda hindú hay momentos en que es realmente difícil quiénes están invitados y quiénes no si el recinto es un enorme jardín y los invitados se cuentan por centenares.


PUSHKAR: EL FESTIVAL DE CAMELLOS

Siguiendo la recomendación de mi prima Mabel, nos dirigimos ahora hacia Puskhar, un trayecto de unas 3 horas. Este pequeño pueblo, tranquilo y acogedor ―cosa rara en la India― es conocido por tener una de las ferias de comercio de animales más conocidas: el Pushkar Mela (dedicado a Brahma), en la que nómadas de toda la India acuden por una semana al desierto del Thar, a las afueras de Pushkar, para vender sus camellos y sus caballos. Se realizan subastas durante varios días hasta llegar al momento cumbre: el día de luna llena. Es entonces cuando finaliza y todos los presentes, para celebrarlo, se bañan en las sagradas aguas del Lago Pushkar .
La primera impresión que nos llevamos de Pushkar es que parece cuidado, tiene menos miseria de lo visto hasta ahora. En el centro se erigen enormes casas azuladas cuyos tonos se confunden con la visión lejana del lago. Las calles son estrechas y muy transitadas, gentes y viajeros de todos los rincones que se reúnen en este momento del año, una mezcla de atuendos, rostros y lenguas que no pasa desapercibida. Hacia las afueras, junto a pleno desierto, se realizan todas las actividades del festival. En el camino hacia allí me llama la atención un vetusto parque de atracciones, como de hace 50 años, los alambres y las torres parecen estar a punto de desplomarse con sus sonrientes ocupantes. Junto al parque se encuentra una enorme explanada, sí, estamos en pleno Rajastán, con alguna pequeña montaña y arena y más arena que empieza a formar el desierto del Thar. Contemplar el espectáculo desde lo alto de la explanada es hermoso, tierra y tierra que cambia de color con la luz del día y, a lo lejos, el desierto, oscuro y silencioso. En una esquina, mezcladas entre las tiendas de vivos colores, las siluetas de los camellos y el bullicio. Es uno de los mejores momentos en lo que llevamos de viaje y lo guardo agradecido durante un par de horas con mi cámara.

Pushkar también se puede reconocer por la gran cantidad de pequeños comercios relacionados con la bisutería. Miramos en algunas tiendas anillos, pulseras y collares. Yo espero comparar productos y precios ya que tengo la impresión de que los artículos que veo por aquí serán aun más baratos en otras urbes. Se gastan unos 100 dólares cada uno en el material, cada joya tiene un 92 %de plata aproximadamente. El precio medio de un juego de anillo, pulsera y pendientes es de aproximadamente un dólar. En una de las calles junto al río me encuentro a un anciano rasta de religión sik (con más de 1 metro de cabello) que vende una especie de tarjetas religiosas. Le fotografío disimuladamente junto a la pared en la que está apoyado, un bonito fondo azulado, con la esperanza de que no me pida dinero (si tuviese que dar a todos los que inmortalicé en mi cámara se me acabaría el presupuesto en dos días). Antes de que caiga el sol vamos a la terraza de un bar, junto al lago, para descansar y tomar un refresco. Desde allí contemplo el magnifico atardecer, de postal, rodeado de malabaristas y músicos ambulantes tocando el djembe.

Es una pena pero debemos retornar a Jaipur a hacer noche, lamentablemente decidimos dejar allí las bolsas. En el camino de retorno nos volvemos a encontrar un banquete de boda.¡Desde luego parece que es la época de las bodas! Como ya expertos, nos autoinvitamos y conseguimos comer algo cosa, algo cansados, eso sí, por lo que decidimos dejar el día por zanjado. Ha sido un día interesante por todo lo visto y vivido, un día provechoso, estoy contento, por mí y por mi fiel compañera: mi querida cámara.

AGRA: EL TEMPLO DE LA TRISTEZA.

De Jaipur a Agra hay 6 horas de camino. La carreteras es horrible, llena de baches y curvas. Vamos muy lentos, y por el camino nos encontramos pidiendo dinero por ver a sus mascotas haciendo piruetas. Se trata de osos malayos ―de aspecto similar aunque más pequeños que los osos pardos de nuestra península―, especie casi en peligro de extinción (solo quedan unos 80). Los ponen a caminar y a dar saltitos para hacer gracia a la gente. Los fotografío y esta vez sí me toca pagar alguna moneda aunque me dé rabia, en realidad estoy contribuyendo a la explotación. Fotografío a un segundo oso desde el coche y nos marchamos, la carretera es algo mejor y, además, ya no hay peajes. A mitad de camino hacemos un alto en un restaurante. Mientras el grupo acaba de comer merodeo por la zona en busca de algo interesante y cuando acudo de nuevo al restaurante ya no están. Viene un camarero enfadado y me entrega una moneda, resulta ser la moneda que dejaron (inocentemente) de propina, es una cantidad demasiado ridícula para su orgullo. Vuelvo al coche y allí están, nos reímos algo avergonzados y nos preparamos para partir. Leo en uno de los folletos que voy guardando que hay un parque nacional muy próximo y en él aún quedan tigres. Digo aún porque de los 50.000 tigres censados a principios de siglo se pasó a 2.000 en 1969 debido a la caza indiscriminada. A punto de desaparecer, el 'Proyecto Tigre', iniciado en 1973 por el Fondo Mundial para la Protección de la Naturaleza junto al gobierno indio, consiguió que se crearan parques y reservas donde este magnífico animal pudiera sobrevivir. Me da pena no poder visitar el parque, no tenemos tiempo. ¡Otra vez será!
Al llegar a Agra me quedo decepcionado de lo que es la ciudad en sí, aunque ya me había hecho a la idea por los comentarios que escuche de otras personas. Parece mentira que en una ciudad que alberga una de las 7 maravillas realizadas por el ser humano no haya casi ningún reclamo más para su visita. Es realmente una ciudad desaliñada y poco atractiva pero el hotel en el que nos instalamos es muy decente. Busco algún local de Internet para comunicarme con familiares y amigos, los cuales no saben nada de mi existencia hasta el momento. Hay un solo local cercano, las conexiones fallan bastante y son excesivamente lentas. Se debe tener paciencia, ya que estamos acostumbrados a una rapidez absoluta incluso para las comunicaciones. El precio es de menos de medio dólar la hora. Tras saber que todos están bien y dejar el rastro de mis pasos, marcho tranquilo a la habitación donde me quedo dormido leyendo la historia del Taj Mahal:

La historia se remonta a principios del siglo XVII. El norte de la India estaba dominado por la quinta dinastía del Imperio Mongol y la capital del Imperio se situaba en Agra, una ciudad situada a unos 200 Km de Nueva Delhi. El emperador mongol, Shah Jahan, sufrió la pérdida de su segunda esposa, Arjumand Banu Begam (la más amada por él), tras dar a luz a su decimocuarto hijo durante una campa ña militar en Burhanpur, y tal era el amor que sentía el emperador hacia ella que mandó construir el mausoleo más hermoso jamás construido: el Taj Mahal. La construcción de esta magnífica obra arquitectónica duró 22 años (1631-1653), y fueron necesarios 22.000 trabajadores y más de 1.000 elefantes para transportar los materiales traídos de todos los rincones de la India y Asia, así como las piedras preciosas traídas desde Bagdad, China, Afganistán, el Tíbet, Egipto, Persia, Yemen, Rusia y Ceilán, con el objetivo de decorar los interiores y exteriores de la construcción. El Taj Mahal, cuyo significado es "Palacio de la Corona", se erige como una de las joyas más bellas de la humanidad, construida enteramente con mármol blanco, con incrustaciones de piedras preciosas y complicadas inscripciones caligráficas. Su diseño, basado en las tradiciones india, persa e islámica, ha inspirado a poetas y escritores de todo el mundo: "No es una pieza de arquitectura, como lo son otros edificios, sino las orgullosas pasiones del amor de un emperador labradas en piedras vivientes.", "Diseñado por gigantes y terminado por joyeros" o "Falso bajo el sol, falso al claro de la luna, especie de pescado plateado construido por el hombre, con un enternecimiento nervioso" son algunas de las expresiones que ha inspirado esta gran obra. El monumento se sitúa junto a la orilla del río Yamuna, circunscrito en un recinto amurallado donde se incluyen esculturas, fuentes mezquitas y jardines. El diseño geométrico del Palacio se altera con la asimetría generada por la tumba de la princesa, situada a un extremo del recinto, junto al río. Las consecuencias de la construcción de esta obra de amor fueron la ruina económica del Imperio debido a los altísimos costes de la construcción. Esto favoreció que el hijo del emperador, Aurangzeb, le derrocase y encerrase en el Fuerte de Agra hasta el final de sus días. Desde su encierro Shah Jahan pudo contemplar su maravillosa obra de amor hasta su muerte.

Al día siguiente acudimos a la entrada donde hay una larguísima cola. El precio para el extranjero es de 15 dólares oficiales, demasiado para mi presupuesto. Mientras el grupo hace la cola para entrar al recinto, recorro los alrededores en busca de una solución alternativa para visitarlo, pero nada, solo doy con otra entrada de pago menos transitada (sin colas de turistas) situada en medio de laberínticos callejones donde predominan pequeños comercios. Sin haber conseguido mi objetivo, acudo nuevamente a la entrada principal y entablo conversación con un joven de seguridad a ver si me permite el paso. Parece simpático pero no puede hacer nada, no depende de él. Le comento que ese dinero me representa 4 días de gastos hasta que me indica que la mejor vista para él es donde acude la gente local, pasado un puente ubicado a unos 4 Km. al otro extremo del río. Al menos tengo una alternativa por el momento con lo que la esperanza recae. Al caminar hacia la salida del recinto observo unas familias que penetran por el fondo de un camino poco concurrido. Decido seguirles a ver si hay suerte y me emociono al ver que un señor que me quiere cobrar por entrar de forma ilegal. De 30 rupias que me solicita en un principio le bajo a 10. Sé que es una medida poco honesta pero prefiero que gane la moneda un particular que no el gobierno. La entrada es para llegar al río que bordea la muralla exterior. Desde allí contemplo muy de cerca la torre principal, aunque no debe ser lo mismo que desde los jardines interiores. Abandono ya más intentos y voy al coche en busca del chofer. Le comento que no quise pagar la entrada y que accedí muy de cerca del objetivo pero desde el exterior. Al explicarle sobre la zona al otro lado del río desde donde se puede contemplar, tal y como me explico el chico de seguridad, el chofer me responde que sabe a qué lugar en concreto se refería. ¡Por qué no me lo dijo antes! Me comenta que el amanecer y el atardecer son los mejores momentos para verlo. De momento tengo mis 15 dólares y la posibilidad de un intento de verlo desde otro ángulo gratuito al día siguiente.
Cenamos, debido a la insistencia de Luis, en una famosa pizzería americana. No recomendaría a nadie este tipo de gastronomía en un viaje que no fuera a EE.UU. ( a menos que sea un momento de antojo máximo) por el motivo de que no es parte de la cultura gastronómica de este país y porque económicamente vale el triple que la comida local. Por lo menos, los sabores de la pizza, algo picante, están adaptados al país. Al día siguiente me despierta el chofer a las 5;30 para ir a ver el alba junto al Taj Mahal desde la orilla del río. El grupo se queda en la cama. Al llegar me siento realmente feliz, rodeado de una densa bruma matinal a modo de decorado mágico junto al entorno del recinto. Éste es otro momento en el que juego sin parar con la cámara. Junto a la orilla del río hay unos críos musulmanes jugando y unas barquitas que dan paseos por la zona: realmente es el amanecer más bonito visto por mis ojos. Regreso al hostal a dormir un poco, a ver si puedo soñar con lo que acabo de ver como si todo hubiese sido verdaderamente un sueño: soñar lo que se acaba de ver, en vez de soñar con lo que se va a ver.
Comemos en un buen restaurante junto al chofer para invitarle por la ayuda y amabilidad prestada durante todos los días. A pesar de que no es un restaurante lujoso, el interior está prácticamente vacío y me siento algo mal al no comer en la calle. Veo más lógico dejar el dinero a un humilde vendedor de comida callejero que a un empresario de hostelería invisible que ni siquiera nos atiende. Tras la comida acudimos todos juntos para ver el atardecer del Taj Mahal desde la misma zona a la que acudí de madrugada. El grupo me comenta que desde este ángulo la toma general es mucho más bonita que desde el interior. El reflejo del palacio en el agua del río es sublime. Algún camello merodea por la zona para que los contados extranjeros que se enteran de este sitio puedan subir a sus lomos.

Volvemos al hotel y de nuevo a cargar con los kilos del equipaje para dirigirnos ahora a una estación de tren situada a unos 20 Km. rumbo a Benarés. Nos despedimos del que ha sido nuestro guía-amigo y le damos una buena propina de todo corazón, el pobre hombre cuenta con 3 hijos que mantener con un sueldo de tan solo 150 dólares al mes. Por si fuera poco, tras una gran y efusiva despedida nos regala una réplica en miniatura del Taj Mahal en señal de recuerdo y amabilidad, auténtica muestra del carácter orgulloso del ciudadano indio.




BENARÉS: LA CIUDAD DEL ADIÓS.

Antes de subir al tren me aprovisiono de una botella de agua para el trayecto y me dirijo a los lavabos de la estación. Entro y escucho unos angustiosos sonidos junto a la vía. Me asomo posteriormente a la vía para verificar lo que me temía: efectivamente se trata de centenares de enormes ratas que ocupan parte de la vía ferroviaria a modo de hogar y en la más repleta oscuridad. Aquí este tipo de odiados y temidos roedores están a salvo de todo peligro por parte del humano, no les hacen nada, incluso me enteré de la existencia de algunos templos en la India en los que parte de sus inquilinos son enormes ratas de casta sagrada, que conviven junto a los devotos que las alimentan sin ningún temor incluso con los pies descalzos.
Al subir al tren la impresión no es la que me esperaba. Cierto es que son máquinas de hierro ya desfasadas y oxidadas pero me lo imaginaba mucho peor. Buscamos los asientos pertinentes y ¡sorpresa!: se encuentran todos ocupados a modo de literas, uno de ellos por una anciana.¡Cualquiera se atreve a decirle algo! Sin saber muy bien donde ponernos, de repente reclinan las literas para convertirlas en asientos y ya podemos colocarnos. En total somos unas 8 personas en el compartimiento. Junto a mí están sentados un farmacéutico y un ingeniero con los que converso e intercambio mensajes escritos sobre papel. El texto que ellos me dejaron decía concretamente "India, el mejor país del mundo" y algo así como buenos deseos a vuestra llegada, bienvenidos. Se nota que están orgullosos de su país. Me habla de la reencarnación y recuerdo una historia que leí una vez:

“Una niña india, al aprender a hablar, les dijo a sus padres que su nombre era otro y que había vivido en Estados Unidos, especificando localidad y dirección. Según ella, tenía tres hijos y les dijo sus nombres. Y más crecía, más hablaba sobre esta historia y mayor era su angustia de no estar allí. Investigaron y se enteraron de que dicha persona había fallecido poco antes del nacimiento de la niña, pero sus hijos eran ya persona mayores y estaban con vida. La niña fue trasladada al lugar, reconociendo todo lo que allí había. Uno de los hijos recordó que al morir su madre no les había dicho donde estaban escondidas sus joyas. Al hacérselo saber, la niña mostró debajo de que árbol del jardín, las había enterrado y al cavar en ese sitio, aparecieron.”
Doy algún pequeño recorrido por el tren pero es todo igual, gente y más gente metida donde pueden. Me pregunto si todos habrán pagado el ticket y si pagaron el mismo precio tanto los que ocupan un asiento ajeno como los que ocupan el suelo de los pasillos. Sigo pensando firmemente que los vagones son mejor de lo que me imaginé. Finalmente convertimos de nuevo los asientos en literas. Donde creía que había solo 4 camas, resulta que salen 2 más del techo que ni pensé. Ocupamos los respectivos lugares de reposo cada uno, con la mochila a modo de almohada por si las moscas. El trayecto hasta Benarés dura media jornada.
Nada más salir de la estación nos asaltan los conductores de tuk tuks. Seguimos con las mismas, obviarlos educadamente hasta que nos damos cuenta de que estamos realmente alejados del centro y tomamos uno. Son sólo las 6 de la mañana y la calle esta repletísima de gente que va y viene en dirección al Ganges, el río sagrado de la India. Leprosos y apestados, brahmanes y opulentos, titiriteros y encantadores de serpientes, parias y jovencitas de piel tersa, pedigüeños, agonizantes: todos acuden a las aguas en una confusa masa. Allí se desnudan, lavan sus ropas, exponen sus vergüenzas, liberan sus pechos, dejan que sus túnicas se adhieran al cuerpo, meditan, cruzan las manos sobre el ombligo, pliegan y dislocan los músculos y las articulaciones en inverosímiles posturas de yoga, se afeitan, se cortan las uñas, se anudan el moño e incluso hacen sus necesidades. A cada segundo que pasa es más fácil perderse. Los roces de las mochilas con la gente que transita son frecuentes y algunos ponen caras enfurecidas, como si fuese intencionado. Lo comento entre risas mientras buscamos un nuevo alojamiento por calles más estrechas para evitar los atascos. Es la primera vez en India que tengo la sensación de haberme adentrado en ella, desde un punto de vista profundo y antagónico. Como dijo el escritor inglés Mark Twain "Benarés es más antigua que la historia, más antigua que la tradición". Creo que jamás debe ser el primer destino a visitar en India. Es mejor dejarlo para el final, para apreciarlo realmente. A mi modo de definirla, y aunque suene duro, podría decirse que está ciudad sagrada y de peregrinación es, perdón por la expresión, "mierda con encanto", ves todos esos seres olvidados y despreciados vagando sin rumbo, los continuos apagones, excrementos de vacas enormes en medio del camino, incineraciones de cuerpos muertos a centímetros de ti, ancianos esperando ansiosos la muerte,..., y todo esto rodeado y englobado por la una palabra en mayúsculas: suciedad.
Mientras seguimos en la búsqueda de una cama que no aparece, un joven que se aprecia de nuestro sin saber, nos indica un hostal. Vamos a visitarlo para tomar una referencia. Nos instalamos finalmente en el Yogi Lodge, del que puedo dar uno de esos datos interesantes de recomendación para el viajero como que “tiene las mejores vistas de Benarés”,aunque la decoración y los materiales no estén precisamente a la altura de la vista. La ubicación es muy correcta, escasos 300 metros de la orilla del Ganges. Tiene un ático doble exterior con la función de restaurante desde el que se puede apreciar toda la ciudad y el río. Los huéspedes son en su mayoría jóvenes. Las habitaciones son de lo más sencillas, disponen de lavabos propios, pero ¡qué lavabos!; o le falta el agua a uno o está inundado. El uso de chanclas se hace obligado si no tienes instintos suicidas. Una vez descargo el peso que cargue en mi espalda vamos a comer al ático. Pruebo el Chop Shuey, de sabor excelente y bonita presentación, será a partir de ese Chop Suey que me aficionaré, hoy es uno de mis platos favoritos.
Salimos del hostal para visitar la ciudad y unos jóvenes comisionistas nos quieren dar a entender que es corriente acompañarles a su “supuesta”propia tienda de telas de seda. Rechazamos la oferta de visita por el momento y visitamos algunos de los famosos crematorios situados tras estrechas callejuelas repletas de puestos de comerciantes y, por supuesto, vacas, vacas de todos los colores y todos los tamaños. Diviso en la cercanía las humaredas de los cuerpos incinerados sobre los Ghats (las terrazas junto a escalones que descienden directamente al río, allí es donde los hindúes incineran a sus difuntos). El Ganges es un río sagrado, eso es indudable, pero también es un río contaminado. Para solucionar parte de ese problema se ha procedido a una solución anecdótica: soltar tortugas carnívoras con la finalidad de que digieran los restos de los cuerpos humanos que se dispersan por el río. Junto a los crematorios se contemplan una serie de habitáculos, allí es donde los ancianos sin recursos esperan a que les llegue la muerte. Es desolador. Nos cuentan que la espera se vuelve más dura en cuanto han conseguido el dinero suficiente para pagarse los kilos de leña necesarios para su cremación. El agradecimiento por parte de los ancianos a los que se les da ayuda es enorme, y la satisfacción de sus caras es algo que jamás podré olvidar. Les entrego unas 100 rupias, algo normal para los casos de espera extrema.Según me comenta un autoproclamado guía que se adhirió a nosotros, no se pueden hacer fotografías en está zona, aunque existe la posibilidad de realizarlas si se entrega una suma de dinero a la familia del difunto. Personalmente lo respeto, pero no comparto el entregar unos 10 $ a alguien que va a quemar a un familiar cuando a pocos metros hay gente esperando la muerte. A mi modo de ver es como sacar un beneficio particular de una desgracia. Serán 10 nuevos dólares ahorrados por no sacar las fotografías que me hubiese gustado realizar de la muerte conviviendo con la vida. Recorro posteriormente diferentes ghats contemplando la multitud de personas que se bañan en el río, sumergiéndose incluso. Veo también a algún fiel que no tiene reparos hasta en beber sorbos de la oscura agua.
A principios del mes de noviembre se celebra en Benarés el festival de Kartik Purnina (luna llena), una importante fiesta con la que hemos topado casualmente. Por la noche toda la zona cercana al río queda cubierta de diferentes lamparillas, bombillas y velas de lo más variado acompañadas de una plena y radiante luna llena. Las barcas que pasean por el río reclaman hasta 50 $ para ver el espectáculo de farolillos y fuegos desde las aguas. En ella flotan barquitas con millares de pequeñas velas depositadas en el río a modo de ofrenda.
A un par de horas para la medianoche regreso al hotel tras pasar junto al templo de Kashi Vishwanath, El templo tiene una torre dorada de 15 metros de altura para cuya construcción se empleó una tonelada de oro puro donada por un Maharajá. La entrada a éste templo dedicado al Dios Shiva no está permitida a los extranjeros. Termino el día cenando en la azotea del hostal ante la magnífica e iluminada vista nocturna de la ciudad junto al débil reflejo de algún fuego artificial.

Dedicamos el siguiente día a visitar la ciudad de forma más tranquila. Me doy cuenta de que la gente por aquí no está tan encima del extranjero como en el resto de los destinos. Caminando por las cercanías, los barqueros me van insistiendo en coger sus barcas. El problema para tomar un bote es que, al ir solo, el precio se multiplica si no hay más gente. Durante el día grande del festival los precios se dispararon por la gran demanda que hubo y hoy que las barcas no se llenan, me sale caro porque no hay demanda ¡menuda paradoja! Un joven me hace una propuesta interesante si tomo su barca: me deja el precio de una sola persona y no el de un grupo. Le deberé recomendar a alguien que conozca, pienso. El remero es amable y para su desgracia hoy no hay mucho trabajo, por lo que prefiere llevarme a mi sólo que quedarse esperando a grupos que igual no aparecen durante el resto de la tarde-noche. En el recorrido me explica que a primera hora de la mañana es posible, aunque difícil, ver la presencia de delfines rosados (de morro redondo, típicos del paso del Amazonas por Colombia y Brasil, y del paso del Mekong por Camboya). Al cabo de un rato nos cruzamos con otra barca y su dueño me regala una de las velas que están flotan introducidas en pequeñas bases adornadas de minúsculos collares de flores anaranjadas. Al tomar la vela y depositarla en el río miro al hombre y me doy cuenta de que en realidad me la ha vendido y no regalado como había pensado de forma más que ilusa. Me la vendió desde un principio de una forma tan segura y rápida que la acepté casi sin pensar en que se debía pagar por soltarla. Para todo lo que sean ventas los indios son auténticamente genios del comercio: se te adelantan sin dejarte tiempo ni para reaccionar. Mientras nos alejamos de su barca me lo quedo mirando. Espero que no recoja la vela que me ha endosado para vendérsela a otro. Continúo la travesía por las tranquilas aguas hasta que desembarcamos frente a un crematorio y el barquero me presenta a la familia del difunto. Me comenta, como ya hicieron varios antes, que no se puede sacar fotos a menos que se negocie con la familia. Reconozco que por momentos me tentó la idea, no todos los días pasan ante tus ojos situaciones como está, estoy a escaso medio metro del cadáver, puedo diferenciar una pierna del brazo, ambos totalmente carbonizados. La familia del difunto ―por lo general un viejecito más bien anémico y desfallecido― lo transporta hasta el lugar de la cremación sobre sus hombros. Antes han envuelto cuidadosamente el cadáver en papeles, refajos y cintas de colores brillantes. El cortejo es grave, silencioso y desfila con lentitud. Por fin depositan el fardo con unción y le aplican fuego en varios puntos con la ayuda de unas largas varillas. En la operación intervienen todos: familiares, deudos, amigos del finado, incluso los niños. Es un ritual realizado desde hace miles de generaciones. Ni le falta ni le sobra nada, ha quedado así decantado en su aparente sencillez. A diferencias de nuestros protocolos funerarios de judeocristianos, este no asusta, no repele. Curiosa e inesperadamente ni siquiera el olor desagrada, como podríamos esperar. Estamos, en cualquier caso, a millones de años luz de los entierros occidentales, con su dulzona necrofilia, sus duros ataúdes y sus estribillos de pésame. En el mismo ghat en el que me encuentro, hay decenas de cuerpos totalmente envueltos esperando para la siguiente incineración, y junto a ellos, kilos y kilos de leña amontonada. Acabo de contemplar a la muerte como lo que es, algo normal y transitorio. Trato de sacar alguna fotografía de los crematorios desde la distancia pero no me quedan bien, es de noche, el motivo está alejado y no puedo sujetar bien la cámara en el bote. Me despido del joven prometiéndole mis más fieles recomendaciones por los servicios prestados.

Al día siguiente me dedico a pasear por el centro. Por las calles más transitadas hay cientos de tiendas de artesanías que merecen ser visitadas. Y es que Benarés siempre ha tenido fama por su artesanía. El trabajo delicado y minucioso en los saris (el vestido tradicional de las mujeres en la India), en las alfombras y en los objetos de madera es simplemente extraordinario. Todas las mujeres indias sueñan con ellos. Los tejedores locales fabrican seda que tiene demanda no solamente en la India sino también por todo el mundo. El detalle con que están fabricadas las alfombras de Bhadohi es comparable a cualquier alfombra persa o similar. Además, Benarés también es famosa por las Gharanas, familias que tienen por tradición la música clásica y por los instrumentos de música. Aparte de los saris y las alfombras de seda, también se pueden encontrar objetos de bronce, cobre, marfil, y de piedra trinchada, asimismo pulseras de cristal, juguetes de madera y de cera, obras de zari y joyas exquisitas de oro. Los lugares principales para ir de compras son City Chowk, Godoulia, Vishwanath Lane, Gyan Vapi, Thatheri Bazar, Dasashvamedh, Goldhar y Lahurabir. Todas las tiendas donde se vendan artículos pequeños para regalar o recuerdos del lugar, y que están licenciadas por el Comité de Turismo del estado de Uttar Pradesh son buenas para comprar cosas originales.
Estoy mirando absorto objetos en una tienda cuando se produce un apagón y permanece todo a oscuras durante unos minutos. Mientras permanezco en la más completa oscuridad me pongo a pensar en que éste es el único momento en la calle hasta la fecha, en el que he pasado totalmente desapercibido. Es un momento digno de apreciar, al principio te puede hace incluso gracia sentirte grande y especial, ser el foco de atención y generar las miradas de los demás pero con el tiempo se puede hacer insoportable si no te habitúas.
Antes de acostarme recuerdo la noticia que me dado mi madre: El Príncipe se casa con una periodista del telediario. No sé quien es y tampoco me importa mucho, aunque pasa por mí la imagen de una presentadora que recuerdo haber visionado alguna noche. Pero pronto me doy cuenta de que en vez de pensar en la cara de susodicha debería centrarme en espantar a un pequeño lagarto enganchado de la pared del cuarto.¡Esto es India!