Capítulo 1

BARCELONA ANDORRA Y PAÍS VASCO ANTES DE NADA.

Me encontraba tranquilamente tumbado en el sofá de la casa de mi amigo Oscar Baltá en el pequeño pueblecito de montaña de Encamp (Andorra) ese pequeño país de los pirineos en el que me refugiaba casi todos los fines de semana de invierno para hacer deporte o aislarme simplemente de mi cercana ciudad: Barcelona. Descansando al calor de la chimenea una fría tarde de Febrero, recibí la llamada. La llamada no era otra en cuestión que la de Luis Piera y Ángel Serrano, grandes amigos, sabedores de mi espíritu inquieto y aventurero. Me proponían una escapada que rompiera con la rutina en la que nos veíamos inmersos. Ambos eran homo-oficinistas, y después de muchos años encerrados en una habitación tras una mesa inundada de papeles necesitaban respirar un poco de aire puro. La escapada que me proponían pronto se convirtió en la gran evasión; no se trataba de una escapada de fin de semana, ni de una semana, ni de un mes, sino que planeábamos escaparnos una larga temporada, sin pensar en cuando volveríamos.


Desde mi infancia uno de los sueños de mi vida ha sido viajar. Viajar implica conocer y conocer es aprender, nutrirse y enriquecerse de culturas diferentes a la de uno mismo. Y eso es lo que yo siempre he querido hacer. Durante muchos años mi sueño consistió en viajar a los confines de la tierra, al continente austral; del que me atraía principalmente el desamparo espacial en el que se encuentra, solía preguntarme como serían sus gentes, y si les afectaría ese aislamiento territorial. Así, al recibir esa decisiva llamada hacía ya muchos años que estaba preparado para este viaje. Es más, un tiempo atrás era yo el que sondeaba a mis amigos proponiéndoles viajar, sin embargo, chocaba una y otra vez con una inexplicable incomprensión por su parte. La mayoría de gente de mi entorno iniciaban una nueva vida, la profesional; y encauzaban sus caminos por ese camino recto de la vida en el que nos han educado a los de mi generación, consistente en una encarnizada competición por ser más y mejor que tu vecino. Yo por mi parte elegí ya hace unos años no integrarme en una sociedad materialista y superficial, necesitaba tomar un desvío. Y ese desvío lo iba a encontrar viajando.



Desgraciadamente los pocos amigos que comulgaban con estas singulares ideas mías no podían unirse a mí en mis soñados viajes porque estaban atados por lazos sentimentales que tampoco he podido nunca entender. Debe ser porque nunca he sido de esas personas que mantienen relaciones serias y duraderas. Los motivos no los sé, probablemente por estas ansías de conocer el mundo, por la importancia que concedo a las amistades, o por el hecho de haber sido engañado a más tierna edad por una dama de noche colombiana; quien sabe. Tampoco funcionó la única relación parecida a algo serio y duradero que he podido tener junto a la hija de un gurú del marketing polaco-americano de nombre impronunciable. Sucedió con la criatura más perfecta que he podido conocer en todos los sentidos, y el mero hecho de que la relación no prosperará por motivos propios que, todavía hoy, no me logró explicar, me hace pensar que jamás podré encontrar a esa persona con la que todos soñamos. Pero, como ya he dicho, quién sabe, viajando una vida puede cambiar; mantendré la esperanza.



De esta manera, mis planes de evasión en compañía parecían evaporarse. Así, que comencé a pensar que debía superar mis reticencias a viajar solo; reticencias inculcadas en la infancia por la educación prestada por los maestros de una escuela religiosa, caracterizada por el fomento de el análisis de los problemas pero no por la consecución de las soluciones. Planteándome estas cuestiones humanas me encontraba cuando recibí la llamada. Resultó que para los tres ése era el momento adecuado para escaparnos y así, henchidos de ilusión la idea empezó a gestarse.



Empezamos a reunirnos los jueves en casa de Luís. Se nos unió una amiga belga: Jazzmine, residente en Barcelona y compañera de trabajo de Ángel a la que también parecía atraerle la idea de un largo viaje. Pero, ¿cuál sería el destino de este esperado viaje? Se me ocurrió que cada uno de nosotros escogiera tres países que deseara visitar. Mis tres destinos preferidos fueron Indonesia, Australia y Costa Rica; no por casualidad, ya que se trata de tres destinos de primer orden dentro del mundo del surf, deporte que he practicado durante muchos años en el norte de España y con el que he llegado a sentirme completamente libre. Los destinos de los demás también resultaron ser de lo más diverso: Polinesia, India, Argentina, etc. Nos encontrábamos en una situación complicada teniendo que decidir destinos y decidimos solventar airosamente esta pequeña dificultad: ¡daríamos la vuelta al mundo!, visitando el mayor número de países. De esta manera, pasamos una temporada asignándonos el deber de recopilar información básica sobre cada uno de los destinos escogidos.



Con el viaje soñado durante casi toda mi vida en ciernes me embargaba la emoción y con expectante interés me dispuse a realizar mis deberes. En ocasiones me sorprendía a mi mismo en las secciones de viajes de grandes librerías, a las que había acudido por otras razones, leyendo y anotando datos sobre los destinos elegidos. Tanto Luis como Ángel aprovechaban las horas muertas en sus respectivos y emocionantes trabajos para contactar con agencias que ofrecían multivuelos alrededor del mundo.



Tras varios meses con muchas ideas en la cabeza, solucionando discrepancias, y en definitiva disfrutando de la preparación, la ruta no estaba todavía definida. Faltaban varios cabos por atar al no haber vuelos para todas las zonas que deseábamos cubrir en conjunto. Estudiábamos la posibilidad de hacer rutas vía terrestre de una zona a otra para poder de esta manera enlazar un destino de llegada con el siguiente vuelo. Finalmente, la ruta trazada por posibilidades aéreas era la siguiente: partíamos de Londres dirección Delhi, de Delhi volábamos a Hong Kong, de Bali lo mismo a Sydney, de Sydney a Auckland, de aquí a Papeete, y de Papeete a la conocida Isla de Pascua. Desde esta isla a Santiago de Chile, y desde Buenos Aires volvíamos a la vieja Europa, Londres. Un total de 8 vuelos abiertos a cambios de fechas durante un máximo de un año. Desde la zona sur de China planeabamos llegar a Bali vía terrestre. Prometía ser un viaje enriquecedor y beneficioso.



Con los deberes hechos, la ruta fijada y la información útil y necesaria para visitar esos países, recuerdo un día en casa de Luís que estábamos estirados los tres en el sofá embriagados por una atmósfera tenue y silenciosa y escuchábamos una canción idónea para la ocasión, titulada Aleluya e interpretada por Jeff Buckley. Era un momento de calma, reflexión e imaginación, y se me ocurrió que todo era perfecto pero que Jeff había muerto en un accidente aéreo o se había ahogado en un río según creía recordar. Después de comentarlo en voz alta y viendo el efecto que tenía sobre mis compañeros añadí con sorna: ¡Espero que eso no sea un mal presagio!

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El seis de julio partí desde Barcelona hacia Pamplona, donde como dijo Ernest Hemingway hacían explosión sus mundialmente conocidas fiestas: las de San Fermín. Llevaba asistiendo a tal acontecimiento durante las siete anteriores temporadas donde trabajaba realizando fotografías digitales a la gente mientras disfrutaban de la fiesta. Inmediatamente después de realizar la fotografía la imprimía con ayuda de una pequeña impresora digital y vendía las fotos a sus protagonistas, que las recibían con risas y algarabía al verse retratados de blanco con pañuelo rojo, y muchas veces irreconocibles. En Pamplona siempre estaba acompañado de dos amigos porteños, del mismo Buenos Aires, Javier y Gerardo. Javier, también conocido como el lisensiado, laboraba haciendo tatuajes de henna mediante una base de madera con motivos hindúes. Éste con esa viveza que caracteriza a los argentinos usaba tinta de bolígrafo en cuanto se le acababa la henna. Gerardo, buen amigo al que tuve el placer de conocer durante su estancia en Barcelona, vendía un utensilio formado por ocho varillas de cobre de unos veinte centímetros de largo con forma de araña, cuya utilidad es la de masajear la cabeza y que vulgarmente es conocido como orgasmotrón, por los placenteros efectos que produce. Yo lo bauticé como el sacasonrisas por razones obvias, ya que mediante su uso inmediato, surge en la cara una gran sonrisa. Este aparato es originario de Australia, tal como me comentó Richard Hart, el nómada originario de Melbourne al que conocí años atrás durante la misma fiesta. Parece ser que fue él la primera persona en introducirlo en España, sorprendiéndose por las excelentes ventas que consiguió. Entre los tatuajes, el masaje y las fotografías, el españolito y los dos porteños nos convertimos en el trío maravilla, cuyo único objetivo se convertía año tras año en conseguir una sonrisa de toda persona que pasara ante nuestra presencia.



Después de diez días de intenso trabajo, téngase en cuenta que uno además de trabajar no puede sustraerse a tan renombradas fiestas, y junto a mis compañeros porteños acudí a San Sebastián con el objetivo de descansar desconectando del bullicio festivo reinante en la capital navarra. Tras unos merecidos días de descanso disfrutando de los habitantes, siempre atentos y serviciales, de la increíble gastronomía, y de los espectaculares paisajes que únicamente es capaz de ofrecer la bellísima ciudad de la Concha, decidimos volver a Navarra, esta vez a Tudela donde empezaban sus fiestas patronales. En esa época viajaba y vivía en una antigua furgoneta amarilla de la marca volkswagen, modelo del año 1982, y de la que sin duda cabría resaltar su practicidad en este tipo de rutas. Así, mediante este medio llegamos a Tudela con la idea de seguir repartiendo sonrisas; cosa que sin duda conseguimos. Una de las cosas más bonitas que he conseguido en estos modestos viajes peninsulares, sin duda han sido las nuevas y buenas amistades que encuentras en el camino. En esa ocasión conocí y entablé una bonita amistad con Nicola Poltronieri un peculiar italiano de Verona, que me recordaba el espíritu puro del punk-rocker auténtico y tradicional, que viajaba junto a otro porteño llamado Manu dedicándose exclusivamente a la venta de preciosas pinturas procedentes de varias escuelas de arte de Andalucía.



Desde Tudela decidí visitar Estella, localidad donde se adentra el camino de Santiago procedente de Puente La Reina, y desde ahí me dirigí hacía Vitoria, donde tenía la intención de hacer fotografías en las fiestas de la Blanca junto a mis nuevos amigos Manu y Nicola, que ya vivían en mi humilde y motorizada morada junto a mis más experimentados compañeros, Pixie y Dixie, dos pequeños patos. Transcurridas las fiestas de Vitoria, resultando plenamente satisfactorias para todos, el siguiente destino fue volver a San Sebastián, pero esta vez a su semana grande, donde me reencontré con el lisensiado, al que perdí de vista en la primera visita a esta ciudad y que ahora volvía de Madrid acompañado de Charly, compatriota suyo. Así, cinco personas más dos patitos nos dispusimos a pasar unos días en la ciudad durmiendo como pudimos en mi adorable furgoneta amarilla,sede de acogida de demás culturas internacionales. Una vez acabada la semana nos dirigimos a la masiva Aste Nagusia de Bilbao, donde se celebraban las fiestas de su patrona Marijaia. Y desde aquí acudimos a la llamada de la batalla de las flores de Laredo, en Cantabria, en la que el negocio no fue todo lo satisfactorio que hasta ahora había sido. Sin embargo, esta circunstancia no influyó en nuestro ánimo y continuamos nuestro periplo por las fiestas patronales del norte de España. Ahora le tocaba a Santoña, villa marinera de Cantabria, en la que durante una noche lluviosa perdí al grupo por razones de faldas según creo recordar. Ninguno de nosotros disponía del demoníaco pero ya imprescindible teléfono móvil, así que, esperando ver aparecer mi furgoneta bajo la lluvia en el último punto de partida notaba como el sueño se apoderaba de mi, y con lógica preocupación por la delirante situación en la que me encontraba busqué un lugar en el que estirarme para reposar. Quiso el destino que encontrara un primer piso abandonado en el interior de un edificio en el que pude descansar hasta me despertó el griterío de un vecino al advertir mi presencia. Con gran sobresalto, salí del habitáculo en el que me encontraba en cuanto me comunicó que en ese mismo lugar había fallecido hacía tan solo un par de semanas el padre del propietario, quién disponía de un rifle del que hubiese podido hacer uso ante el sorpresivo inquilino en el que me había convertido sin quererlo. Así que dadas estas circunstancias salí rápidamente de la vivienda empapándome por la incesante lluvia buscando desesperadamente la furgoneta por todo Santoña. Tras una ardua búsqueda de aproximadamente dos horas de duración, finalmente la encontré. En su interior dormían plácidamente mis despreocupados compañeros. Al parecer, únicamente Pixie y Dixie me habían echado en falta.




Al día siguiente visitamos a unas amigas en su casa familiar de Arredondo, donde pudimos disfrutar de una ducha en condiciones por primera vez en varios días, y de un buen potaje casero. Posteriormente visitamos Lekeitio, localidad en la que se produce un salvaje acto durante sus conmemoraciones festivas. Los numerosos participantes de tal actividad se dedican a arrancar con sus manos el pescuezo de unos gansos que previamente han sido colgados de un cordel y que constantemente van y vienen a la manera de un péndulo, hasta que debido al continuo forcejeo se les separa a los pobres animales el tronco de la cabeza (hasta hace pocos años esto lo realizaban incluso estando vivas las aves). Tras Lekeitio tocó Galdakao, donde acabadas las fiestas conocimos a tres simpáticas muchachas que no tuvieron ningún problema en darnos alojamiento en su propia casa de Bilbao. Amaia, ¡muchas gracias!



Tras estas agradables semanas por el norte español me despedí de mis compañeros y volví a Barcelona, ciudad a la que siempre es un placer volver. Y coincidiendo que se celebraban las fiestas del pequeño barrio de la Barceloneta continué mi tarea fotográfica. Y así transcurrieron los meses previos a la partida de la vuelta al mundo, ahora sólo tocaba soñar con el momento de partir e imaginar las experiencias, vivencias y amistades que me esperaban en lugares remotos.